17-Verdades ocultas

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Mientras mi reunión con los ancestros se llevaba a cabo en el Paraíso de luz, las cosas en el Bosque Negro tomaban un ritmo diferente.

Kron, ajeno a varias acciones que se llevaban a cabo dentro de su palacio, descargaba su furia en contra de sus súbditos.

— ¡Son una bola de ineptos! ¿Cómo es posible que la princesa se haya esfumado? Te dejé a cargo de ella y mira lo que ha pasado, se escapó y en tus propias narices.

El duende se paseaba entre la muchedumbre, como si deseara esquivar su mirada, pero el gesto que se dibujaba en su rostro parecía retarlo.

—Por favor, majestad, déjeme explicar. No fue descuido mío, sino suyo. Debió alertarme sobre el poder de la princesa.

El cuello del sapo se hinchaba con cada palabra que Gumba pronunciaba mientras sus ojos se agrandaban. Poco faltó para que se tragara a alguno de sus súbditos.

— ¿Qué tratas de decir?

—El encantamiento del calabozo que anula el poder de los cautivos falló. No fue lo suficientemente fuerte como para debilitarla y por una extraña razón el efecto solo la atontó por un tiempo. Razón por la cual la princesa literalmente desapareció.

Los párpados del rey subían y bajaban con rapidez al tiempo que sus ojos se aferraban a sus cuencas. Habían adquirido la pinta de un par de canijas al borde de dos orificios.

—Supongo que subestimé a mi prometida, debí decirte que es una Dragon-fly —reflexionó en voz alta.

Su lengua bífida escurría por la comisura de su boca y frente a él, el duende palidecía

— ¿Dragon-fly?

— ¡Acaso estás sordo! Debiste ser más astuto al reflexionar la causa por la que había cedido a las condiciones de la princesa. ¡Aggggrr, me traicionó! —sus patas superiores se agitaron ante esa última acción. Como si sobre su gruesa capa de piel hubiese escurrido un balde de agua gélida—. No cumplió con lo pactado y pagará caro su insolencia. Prepara a nuestro ejército, daremos una visita sorpresa a los habitantes de Ciudad Celeste. ¡Exigiré a la princesa que cumpla con su palabra, de lo contrario, atacaré su linda ciudad y me apoderaré de una vez por todas del mundo mágico! —Agregó hecho una furia.

En otro lugar, uno bastante lejano al mundo oscuro, Sebastián, Molpe y la manada de coyotes soportaban la fuerza del viento, los relámpagos que cegaban, y ese pitido atroz, mientras giraban dentro del portal que los llevaría de regreso al reino de las libélulas.

Mareados, desorientados y con la garganta seca trataron de reconocer el lugar en donde el portal los había depositado.

—El Templo Encantado —exclamó Molpe con las manos sobre sus labios.

Era difícil aceptar que se encontraran en el interior de aquel sagrado lugar que solo podía albergar a criaturas con linaje real. Cuando comenzaban a hacerse a la idea, a excepción de Sebastián, Molpe y Morgan, el resto de manada fueron arrojados del Templo.

— ¡Sebastián!

Un grito que hizo eco entre las paredes forradas de oro.

—Madre —susurró el príncipe al tiempo que recibía a su madre en los brazos.

—Estoy tan feliz de verte, hijo.

—¿Aunque el precio pagado resultara demasiado alto?

Exclamó Sebastián mientras se apartaba del refugio materno.

— ¿Por qué dices eso?

—Te parece poco el que la princesa Kalie haya aceptado casarse con el rey Kron. ¡Por eso fuimos liberados, Sabana! Tenemos que volver para rescatarla antes de que sea demasiado tarde, es imperativo alistar al ejército.

El vuelo de la libélulaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora