Divergencia & Convergencia.

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LA INSIGNIA DEL primer invierno del año, penetra por cada habitación de la torre central de Indana, donde cada joven considerado como mundano y menor de dieciocho años, es internado hasta demostrar ser lo contrario

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LA INSIGNIA DEL primer invierno del año, penetra por cada habitación de la torre central de Indana, donde cada joven considerado como mundano y menor de dieciocho años, es internado hasta demostrar ser lo contrario.

El poder del pueblo es la forma de gobierno en la nación encabezada por la presidenta Oukla Allier. Se interna a cada vano ser en La torre Allier hasta que demuestren formar parte de Indana, gracias a la petición del pueblo.

La torre Allier (nombrada así por el hechicero Morten Allier Lorenzen, quien creó la nación), inició su función como el sistema de información de Indana. Décadas atrás, con el trastorno genético que contaminó la nación, La torre Allier inició su función como centro de apoyo a los mundanos y ahora es llamada: Academia Allier para un futuro puro o Acllier.

En la Acllier, los mejores hechiceros, brujas, magos y ángeles son catedráticos para ayudar a los jóvenes de la nación a seguir habitando este mundo. Lamentablemente, muchos son simples mortales y se les expulsa al término de cada año con la llegada del portal.

La última habitación de la enorme torre es agasajada por la neblina, ya que llega un poco por derriba de los tobillos. Es similar al humo que brota de las calderas de la cátedra de Khristen Wallpux, una de las brujas a cargo los seres vanos.

La habitación es grande a comparación de las de los demás jóvenes, sin embargo, sigue siendo un espacio realmente asfixiante para que la habiten dos mundanas. Las dos camas individuales tienen como cubierta un cobertor áspero negro y bajo el, unas sábanas tiesas por exceso de secado al aire libre. Las almohadas son lo más suave que hay para dormir, son de plumas. El grisáceo muro le da un aspecto depresivo al aposento, el piso es de cal liso y el techo tiene decorados de un gris más oscuro. Las lámparas con forma cónica que se encuentran sobre dos mesitas de noche cada una, están encendidas al igual que el candelabro colgado en medio del techo. Los cristales continuos que se tienden de los ocho brazos del candelabro tintinean por el leve viento que corre por toda Indana, y a pesar que cada pequeño foco puntiagudo ilumina con intensidad, los cristales siguen transparentes y cristalinos.

–Por favor, corre las ventanas –suplicas temblorosamente con tu fémina y dulce voz entre la penetrante insignia nublosa. Lo único que escuchas es el viento contra tus orejas, de ahí en fuera, todo sigue habitando por silencio. –¿Podrías prestarme atención? –le reclamas a quien sea que le pides el favor.

Por fin escuchas la misofonía de sus pies descalzos contra el piso de cal liso y gracias a la neblina te es imposible ver sus piernas, sin embargo, las imaginas caminando hacia la ventana de tu derecha; perfectamente inmaculadas, largas, fuertes y albinas. El mismo sonido pegostioso posee tus oídos seguido del chillido de la base metálica de la cama.

–Muchas gracias –amablemente, le correspondes por la asistencia.

–¿Cómo sigues? –te pregunta preocupada ante las situaciones que te conlleva el frío. Su voz es un poco similar a la tuya, aunque más madura y fría.

Extrañamente, la neblina va alejándose del piso, esparciéndose por cada triste rincón de la habitación. Finalmente, puedes ver su figura sentada sobre la negra y áspera cobija; sus piernas son tan blancas, delgadas y largas como las de mamá, tiene la lateral izquierda de su pierna sobre el cobertor y recarga su barbilla sobre la rodilla de la extremidad contraria. Masajea suavemente su pie derecho con ambas manos tan delgadas y albinas. Sus penetrantes ojos glaucos analizan cada facción tuya y sonríe.

–Mejor –respondes con una sonrisa ante su preocupación. – ¿Tú cómo te sientes?

–Mejor –contesta aun sonriendo. – Si tú estás mejor, yo lo estoy.

Su respuesta te cae como consomé cálido en el estómago y te es tan abrumador que te abrazas aún con más fuerza.

–Mathis –la llamas.

–¿Sí? –no deja de observarte con aquella sonrisa aliviada y protectora.

–Te amo –ahora, tú eres quien le da aquél consomé cálido.

–Te amo más, Sarah.

Sonríes ocultado la angustia que llevas por muy dentro.

Llevas cincuenta minutos sentada sobre el piso abrazando tus rodillas contra el pecho, inhalando la neblina y exhalando la respiración helada. Llevas puesto el único titánico suéter que posees, tiene texturas gruesas de color café por todos lados, la capucha es pesada sobre tu cabeza, al igual que tu cabello. Unas cuantas de las miles de tus puntas castañas oscuras te pican la nariz, mantienes el borde de las mangas dentro de tus puños para calentarlas y observas a tu protectora con un suéter parecido de color beige. Al parecer, va acorde a ella, así como el tuyo a ti.

Ella es rubia abrillantada y extremadamente pálida.

Tú eres castaña clara y mínimamente bronceada.

Ella tiene unos labios rojos naturales mientras tú los posees rosados.

Tus ojos son acaramelados y los de ella, glaucos.

Son divergencia física y convergencia sanguínea.

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