La plegaria.

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– PERDÓNAME, QUISE PARECER fuerte Mathis, pero creo que no lo logré.

– Fuiste fuerte –te toma de los hombros. – Le salvarás la vida.

– Realmente no sé qué le pasó, pero si sale con vida, me sentiré bien –tus ojos no se separan de los de Mathis. Nadie más que Wallpux se ha ido en busca del chico, siguen esperando que les den indicaciones e inicias a contarle lo que pasó a tu confidente. –Y entré en shock –concluyes.

Las enfermeras con uniformes grises inician a correr hacia las escaleras, una en especial, les pide a gritos amables que abran paso. Todos hacen caso. Ves las oleadas de cofias cubriendo un poco los cabellos de estas mujeres, ninguna de ellas lleva algo en las manos y te preocupas. Tras ellas llega los enfermeros, algunos brincan escalones de dos en dos; otros, cargan maletines pequeños; mientras que los últimos, vuelan gracias a sus alas variadas de colores por fuera del edificio. Son más ángeles varones que damas. Te es inexplicable como pueden sobresalir sus alas del uniforme sin necesidad de quitárselo.

Tu corazón inicia a agitarse, los dedos de la mano izquierda te tiemblan con energía y sientes el característico tic en la parte superior del labio (justo de lado derecho) que siempre te alarma. Las manos de Mathis intentan tranquilizar la danza convulsiva de tus dedos masajeándolos, tu piel sigue pálida y sientes los rastros de lágrimas gracias al viento que provocaron las alas de los ángeles. Abrazas a Mathis y esperan por un buen rato.

Oukla Allier se presenta entre todo el caos con su postura recta que le hace ver intimidante, sus ojos tan amarillos inspeccionan a cada internado de la Acllier, su nariz tan fina y larga presume la gran cantidad de pecas que posee. Se atribuye unos labios exageradamente carnosos color borgoña. Analizas a la perfección el atuendo negro que veste: un corsé entallado cubre su fuerte capa de huesos con poca piel, de la cintura se despliega una gran falda de tela transparente donde puedes apreciar los delgados y finos huesos de sus piernas, lleva unas zapatillas rojas y aún con la poca cantidad de tela en la falda, aprecias sus anchas y globosas caderas, similares al abdomen de una viuda negra.

– Bien, mis niños –habla llamando su atención mientras aplaude sus huesudas manos dos veces. – Deberán subir a sus habitaciones por el otro lado de la torre sin hacer preguntas, rápido
–los pómulos se le marcan cada que mueve la quijada. – Las actividades se reanudarán en cuanto escuchen sonar la campana, no podrán salir de sus habitaciones a menos que sea realmente necesario.

La respiración te es cómoda y fluida mientras ves el cabello meloso, lacio y corto de tu tía Oukla moviéndose con elegancia. La prima Petty sigue tras ella esperando órdenes como toda una esclava con estatus.

Los redondos y fundidos ojos amarillos de la viuda negra se clavan de repente en ti.

– Has sido una muchachita muy valiente, Sarah –te reconoce. – Gracias por llamarnos a tiempo –algo en sus ojos te hacen sentirte inútil.

– Hice lo que debía –le contestas temblorosa sin darte cuenta que le temes.

– Espero todo siga así, Sarah –posa sus huesudos dedos en tu hombro mientras se gira y ve a Mathis. – ¿Cómo vas con tus poderes?

– ¿Tú cómo crees? –responde insolentemente la rubia.

– Creo que eres deficiente –contesta con una iracunda cólera. – Pero sé que serás feliz muy pronto, Mathis. Muy pronto.

– Apuesto a que sí –rebate inmediatamente la rubia muchacha con una resplandeciente sonrisa, ocultando la rabia.

– Sarah –la mujer te ve directo a los ojos y acaricia tu hombro con sus huesudos dedos.
– Deberías de pasar más tiempo con gente que tenga un futuro asegurado. Apuesto a que eso te serviría –sus palabras golpean con un aliento aberrante, e insulta a Mathis. Petty sonríe y las ve a ambas.

– Podrías ser mi compañía –te sugiere Petty arrugando su enorme nariz de cerdo.

Tratas de no ser grosera, jamás te ha gustado que alguien insulte a tu hermana, pues ella siempre te ha protegido. La tía Oukla detesta a Mathis por no poner en alto el apellido Allier, Petty le sigue la corriente, tragándose los engaños de la tía, quien desde hace un tiempo ha cambiado su actitud con Mathis y a ti te presta más atención. Sin embargo, has prometido ser fuerte, cambiar y valerte. Porqué si el destino lo dicta y para el final del segundo invierno, Mathis no obtiene algún poder... te quedarás sola. Y si hacer a la tía Oukla tu rival te hace cambiar para bien, lo harás.

– No gracias, Petty. Prefiero contaminarme completamente de las personas deficientes, a pasar el resto de mis días aquí, siendo la esclava con un menor estatus de la esclava con estatus
–rematas con una sonrisa.

Sientes los ojos de la tía bien clavados en ti, deseando que no hubieras dicho aquello. Escuchas el chasquido de los labios de Mathis, ese chasquido que sólo hace al sonreír demasiado. Observas con fervor el ceño dolido de Petty, el par de trenzas tan delgadas que posa sobre cada hombro la hacen ver más pequeña, sus enormes gafas escarlata reflejan aquellos gigantescos ojos grises llenos de furia y su gruesa nariz con granos rojos la hacen desagradable.

– Tía Oukla, ¿Estará bien el chico? –tratas de cambiar un poco el tema.

– Tengan una buena tarde –dice la viuda negra, da vuelta e inicia a cruzar el jardín con Petty, quien le pisa los talones y hace ademanes gigantez. Sabes que se está quejando de tu respuesta.

El que la tía Oukla te haya ignorado no quiere decir que a aquél chico le pasó algo grave e importante, lo que si te hace afirmarlo, es la corazonada que sientes.

El ritmo de tu corazón abre cada poro de tu piel e inevitablemente entra toda aquella energía negativa. Tus dedos tiemblan, tus ojos se mueven con estruendo y una punzada enorme aparece en tu espalda. Sientes la sangre correr por tus venas, sientes el beso que hace unos días Mathis te plantó en el pómulo derecho, recuerdas el olor asqueroso a canela y tu cuerpo te pide abrir más los ojos. Por cada vena, algo inexplicable corre a la velocidad de la luz, te acelera más el corazón, sudas, tiemblas, te mareas y finalmente, sueltas el poco aire que retenías en los pulmones. Abres los ojos a tal grado que sientes como el aire los toca. El color de tu iris se mezcla con un azul.

«Toma mi mano débil y condúceme por el camino de la salvación.», escuchas la voz de un chico en tu mente y te desplomas.

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