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1989


Era una triste tarde del mes de Julio. Las nubes se acomodaban en el cielo tiñéndolo todo de negro haciendo que los rayos de sol no llegaran a la tierra para iluminarla. Cualquier estación de radio que fuera sintonizada advertía la fuerte tormenta que por la noche amenazaría el condado, si salían que llevaran un paraguas ya que el clima podría cambiar drasticamente. El viento empezaba a correr con mayor fuerza y la temperatura descendía. 

Todos los presos permanecían en sus celdas correspondientes. La enfermera, que más bien era ayudante del doctor del reclusorio Salemg, caminaba por los pasillos buscando al preso número 258, caminó por el pasillo 3, por el 9, pero no lo encontraba. Esa misma noche los habían cambiado de celda por la tormenta que estaba en camino. Iba pasando por el pasillo 15 cuando en una celda escucho un sollozo, se acerco, miró por el barandal de metal y ahí estaba. Abrió la celda, entró con aire de grandeza y le dijo con frialdad: 

-Vamos, levántate.

-¿A dónde me llevarás? -pregunto el preso tímidamente.

-El doctor te espera en su sala de juegos -le respondió mientras lo jalaba del brazo derecho.

En sus muñecas se podía observar como las esposas que tenía lo habían dejado marcado de tanto esfuerzo que hacía para liberarse de ellas, pero solo conseguía que se le enterraran con más profundidad, goteaba muy poca sangre, se le podía observar la carne al rojo vivo. Caminaron varios minutos hasta llegar con el doctor.

-Doctor Valen -decía ella mientras tiraba del paciente que jadeaba para soltarse. -Le traje lo que me pidió. 

-Oh, Marina, justo a tiempo, acuestalo en la mesa -dijo el doctor. -Estoy impaciente. 

La enfermera obedeció la orden del doctor Valen. Lo acostó en una mesa un poco inclinada, le desabrocho las esposas de las manos y los pies, para luego amarrarle las extremidades por separado a unas cuerdas que salían por debajo de la mesa. Después de un tiempo en dicha mesa, el prisionero observo que no era una mesa normal, ya que tenía un cilindro de madera en el centro que conectaba a una palanca con forma de rueda, en el cilindro de madera las cuerdas se enrollaban, las de las manos hacia el sur y las de las piernas hacia el norte, ambas opuestas. El doctor se acerco a él mientras se ponía unos guantes de color blanco. 

-Me han dicho que tienes una mañana de lastimarte las manos, aquí te quitaremos esa maña, rengo un método muy eficaz para ello. 

De una cajón empezó a sacar sus instrumentos quirúrgicos, los empezó acomodando en diferentes tamaños en una base de metal, cuando termino le hizo una señal a su ayudante, quien se acerco a la palanca. 

-Por favor no te encariñes con mi Potro de Tortura -dijo el doctor Valen con cara triste. 

La enfermera empezó a girar la palanca, las cuerdas se empezaban a estirar con cada movimiento, minutos después las cuerdas de las manos y los pies que sostenían al preso empezaron a jalar las extremidades. 

-Más -dijo el doctor. 

Ella obedeció , giro más rápido la palanca. Las manos y los pies se estiraban cada vez más, el paciente empezaba a sentir dolor en ellas, hacía caras de dolor, pero no se atrevía a gritar, nadie lo escucharía en la profundidad. Después de unos minutos cedió y empozó a gritar de dolor. 

-¡Paren! -pedía. -¡Me están lastimando!-decía con lagrimas en los ojos. 

-¿Crees que no queremos hacerte daño? -preguntó la enfermera con maldad en los ojos. 

La cuerda jalaba las extremidades del preso con mucha fuerza, tratando de arrancárselas. El doctor se acerco a él y empezó a cortar la piel del abdomen, lo que hizo que gritara mucho más fuerte. El dolor se lo comía vivo, no podía hacer nada para detenerlo. Las manos empezaban a chorrear litros de sangre, sus heridas se agrandaban cada vez más, más y más profundo. 

-¡NOOOOOOOOOOOOO! -gritaba más fuerte, pero eso solamente lo empeoraba. 

Los gritos desesperados del torturado parecían música para los oídos del torturador. En el techo tenían colgado a un hombre dentro de un fierro, era un ataúd de tortura, estaba desnudo, por completo dentro de esa jaula de hierro, parecía que iba a estallar, el ataúd estaba más pequeño que él, parecía sediento y con mucha hambre. No podía moverse, ni hablar, pero de su garganta salían gritos ahogados de angustia y dolor por el prójimo. 

La enfermera seguía moviendo la palanca hasta llegar al punto que los huesos del preso se safaron de los demás. Gritó con mucha fuerza, pero la tormenta ya había caído como una maldición, la fuerza que ocupo hizo que se quedara sin voz, el dolor era demasiado. El doctor termino hacer una cortada en el abdomen de unos treinta centímetros de largo y tres de ancho, formando un rectángulo, retiró la piel y metió las dos manos, agarró los órganos junto con la piel. Cuando la cuerda se estaba agotando las manos del preso se desgarraron fatalmente de sus brazos, salieron volando y chocaron con algo de metal, al parecer otro ataúd. El doctor en ese momento desprendió con mucha fuerza la piel del abdomen, arrancándola, alguna parte de ella se pego a la pared, los intestinos se salieron del cuerpo y se resbalaron por el cuerpo del preso. El doctor Valen tenía el hígado en la mano izquierda y parte del estomagó en la derecha. La sangre salía a grandes cantidades. Lo que tenía en la mano lo puso en un cubo de plástico y volvió a meter la mano al cuerpo, empezó a arrancar cada parte de lo que tenía, los pulmones, la piel y mucho más. Cuando terminó de sacar los órganos, salió del cuarto con la ropa toda ensangrentada, llegó a una celda la cual la abrió y tiró los órganos, unas cosas salieron de la oscuridad, todas deformes, eran experimentos, personas que parecían ya no tener  alma y ni vida, algunas sin extremidades, otras no tenían  los brazos por completo, algunos sin un ojo, sin orejas, sin cabello, con ampollas cubriéndoles todo el cuerpo. Se acercaron a los órganos y empezaron a comérselos con muchas ganas. Cuando regresó a su laboratorio la enfermera tenía a un preso enfermo. 

-Lo han traído los guardias, dicen que no para de vomitar, que se encargue de ello. 

El doctor Valen lo acostó en una cama y lo empezó a revisar. 

-Encárgate de picar en partes finas el cuerpo, la carne humana tiene un sabor muy delicioso -dijo mirando al paciente quien se ponía muy nervioso y el miedo lo inundaba. 

La enfermera saco un hacha de un armario y empezó a picar el cadáver, paso por paso, primero le corto la cabeza, luego los brazos, las piernas y con unas tijeras le corto el pene y los testículos que los puso en una olla con agua, de ahí pico el cuerpo restante. El doctor tomó al enfermo y lo llevo a otra habitación donde lo metió a un ataúd con púas. 

-Has escuchado mucho, y sí, si tienes la pregunta en la mente, la comida que se sirve en la cocina aveces son partes de cuerpos que según se pierden, pero en realidad los masacramos. Si te mueves por muy poco que sea morirás, pero no en instantes. Estarás cuatro días aquí, si vives al quinto eres libre, pero si cuentas lo que viste y escuchaste, date por "perdido". 

Presente 2015

Alec se preparaba para asistir a la escuela, a las siete con veintiocho minutos salió de su casa, paso por su mejor amiga, Selene quien en ese día lucía muy hermosa, más de lo normal, lo extraño era que aún no tenía novio. Llegaron a la escuela donde los esperaban los demás. Le entregaron a la maestra Araceli el nombre de su proyecto, quien se puso nerviosa al escucharlo. 

-Chicos, esto es una buena idea, pero es difícil, considero que busquen algo más. 

-Maestra, dijo el tema tiene que ser de algo que nos llame la atención, y todos aquí hemos decidido que fuera esté, ahora nos dice que los dejemos por otra cosa -dijo Merci molesta. 

-Es verdad, dije eso. Pero no, pueden hacer algo más, si esto les gusta, no me opondré, solo tengo que decirles que tengan mucho cuidado y más si se acercan a ese lugar. 




EXPEDIENTE PESADILLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora