Como por arte de magia

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Victoria: Oh bien... Yo me preocupo por personas que no se lo merecen. -dije mirándola directo a los ojos para que se diera cuenta que me refería perfectamente a ella.
Pero ni se inmutó.
Es como si tuviera una máscara que a veces se mostrara y otras se ocultara queriendo hacer que nada le importa.
Me confundía. Y eso ya no me gustaba.
Parecía tan frágil y delicada a veces, en cuanto otras parecía una persona totalmente desinteresada con un aire de soberbia.
Florencia: Yo te voy a ayudar a no hacerlo.
Pero la verdad tenía miedo.
¿Si yo me enamoraba? ¿Si yo soy una más de la supuesta lista? ¿Si solo me está cazando para divertirse? ¿Si yo solo era un simple objeto?
O tal vez... ¿Si en verdad quiere ayudarme y nos terminamos enamorando las dos?
"No va a pasar. Dejó muy claro lo fría que es".
La miré a los ojos y luego me sonó el celular.
Era Luis. Lo miré y simplemente dejé que sonara.
Ella arqueó una seja.
Florencia: ¿No es más importante que yo?- dijo con un nivel de sarcasmo que me heló la sangre.
Victoria: Justo ahora creo que nada es más importante que él. Pero en unos días ya solo formará parte de mis recuerdos. -Metí las manos en los bolsillos y suspiré.
Ella me miró como si no me comprendiera. Seguramente no lo hizo aquella vez, no sabía que se sentía ser rechazado, tal vez porque en las relaciones ella era la que mataba a los demás. Claramente no entendía.
Miré el reloj y era casi el medio día. Debía cerrar la tienda media hora atrás y no lo hice por razones obvias.
Victoria: Debo cerrar la librería.
Florencia: Oh claro ¿A que hora la abres?
La verdad es que no sabía si en realidad le importa la librería, si quería saber mis horarios de vida o simplemente iba a venir después.
Victoria: A las... 3:00.
Florencia: Perfecto, vengo a las 3:00.
No me lo había preguntado. Solo me lo afirmó o me avisó. No me sorprendí y tampoco dije que no lo hiciera. Yo quería verla de nuevo... O tal vez no dejar de verla.
Victoria: ¿Si te invito a comer y luego te muestro mi escondite secreto?-esas palabras salieron de mi boca como si nada. Pero si quería. Tal vez no la llevaría a un restaurante. La llevaría a mi apartamento. Generalmente no iba a los restaurantes así que no sabía a donde llevarla. Pero luego le mostraría mi segundo lugar favorito del mundo. Al cual no se lo había mostrado a nadie. Pero de alguna manera quería hacerlo.
Florencia: Claro. Pero no me gustan muchos los restaurantes.
Victoria: Iremos a mi cueva.
Cerré la librería y no subimos a mi auto. No era un auto de esos que dices "wow que auto", era un simple auto gris chico y gracioso. En él era fácil de estacionar y manejar. Pero yo no sabía que ese simple auto gris chico y gracioso me llevaría a tantas aventuras con ella.
Se subió en el asiento del acompañante, abrochó su cinturón y me miró sonriente.
Victoria: ¿Oye... No tienes miedo a que yo en verdad sea una traficante de órganos o algo de eso? Creo que descubriste que no soy un demonio...
Entonces empezó a reír.
Florencia: Oh cariño, parece que yo se más de ti que tú misma. Si fueras una traficante no harías lo que has hecho. Tampoco creo que seas de la mafia, ni en una red que trafique mujeres, tampoco de una empresa rival a la mía y... No creo que sea de una secta satánica, no tienes la pinta.
No sabía si aliviarme o disgustarme por no ser lo suficiente aterradora para ella. Luego recordé que yo era una cosita blanda expuesta al dolor.
Victoria: Me quedo más tranquila.

Al llegar al edificio saludé al portero. Se llamaba Simón, tenía unos 35 años, era gordito y bajo. Era muy simpático, cuando llegué a la ciudad fué fácil amigarme con él, me contó que tenía dos hijas y su esposa había fallecido al dar a luz a la segunda. A veces sus hijas iban a trabajar con él y yo bajaba a jugar con ellas, siempre me he llevado bien con los niños, les leía cuentos y les contaba historias que inventaba al instante. La más grande se llamaba Camila y la pequeña Milena. Ya hacía unas semanas que no las veía.

Entramos al ascensor y la miré por el espejo. Estaba serena y calmada. Oía su respiración y casi puedo apostar que tenía nervios. Sus manos estaban metidas en los bolsillos de la campera y miraba la punta de sus piés.
El ascensor paró y se abrió. Caminamos por el pasillo hasta llegar al apartamento 13B.
Abrí la puerta y entró. Se paró en medio de la sala y miró todo a su alrededor, en especial los cuadros sin terminar que tenía en un rincón.
Florencia: ¿Son mujeres?
Me sorprendió que lo notara.
Victoria: Si... Es la magia femenina, las curvas, los labios, los ojos. Ya sabes, creo que me entiendes mejor. También hay paisajes.
Florencia:¿Estas mujeres son reales?
Victoria: No lo se, solo las imaginé, no contesté a nadie para posar, ni tampoco he seducido a alguien para que lo haga. Solo hice dos cuadros.
Florencia: Es irónico porque yo también las pinto. Pero son modelos que... Bueno ya sabes.
No era necesario aclarar.
Tampoco quería que lo hiciera.
Victoria: Bien... Amo comer en el balcón. ¿No le temes a las alturas?
Florencia: No... En todo caso temería caer de ahí. Pero no lo hago.
No la iba a dejar caer por nada del mundo, tampoco quería quedar como asesina, así que fué mejor preguntar.
Victoria: ¿Que quieres comer? Podemos pedir o puedo cocinar. Yo podría trabajar de chef profesional.
Despegó la mirada de los cuadros incompletos y posó sus ojos en mi. Su cara no mostraba ningún sentimiento. Parecía que otra vez se hubiera puesto la máscara.
Tal vez ahí fué que se dió cuenta que ella yo no volvería a ser la misma. Se dió cuenta que íbamos a tener un gran futuro. Se dió cuenta que el apartamento en dónde estaba parada, iba a ser el escenario de grandes cosas.

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