|~CAPÍTULO 16~|

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Me encontraba tumbada en la cama, con la mirada perdida en el techo y mi mente divagando en recuerdos pasados. Intentaba encontrar alguna lógica para todo aquello que me sucede. Todo me conduce al pasado. Todos mis problemas del presente me guían al pasado. Nunca hice nada malo, nunca maté a nadie ni me metí en el lado oscuro de la adolescencia...mi infancia fue, en cierto modo, normal. Sufrí acoso escolar y hace dos años tuve un accidente pero...nada más "raro" que eso me ha pasado. 

Me sobresalté al oír la puerta de mi habitación abrirse, mientras alguien se las apañaba por entrar al interior de ésta. Ian me miraba sin saber que decir. Lo cierto es que incluso yo me sentía incómoda con su presencia. Con un gesto con la cabeza, lo incité a sentarse junto a mí.

—Supongo que ya sabes la verdad—cuestionó vacilando con las palabras—lo de que...tu y yo somos hermanos y eso.

—Hermanastros—aclaré, pero con un leve susurro.

Sus dedos jugueteaban con una pequeña rotura en su pantalón. Su mirada evitaba el contacto con la mía. La tensión era palpable, pero no podíamos hacer nada. Aún tenía una pequeña esperanza de que, aunque mi supuesto hermanastro se llame Ian, no precisamente tenga que ser mi jefe. Y, ahora que lo pienso, supongo que le debo una explicación del porqué no fui a trabajar, pero cuando por fin reuní el valor de volver a hablar, él también lo hizo:

—¿Como lo llevas?

—¿El qué?—levanté la mirada, encontrándome con la suya llena de curiosidad.

—Todo. El hecho de enterarte ahora de todo esto. Debe ser duro...

—Lo es—lo interrumpí. No iba a dejar que nadie sienta pena o compasión por mí—pero supongo que es lo que hay. No puedo remediar el pasado. O lo acepto o me hundo—la voz se me rompió, pero a pesar de ello, pude contener las lágrimas que querían delatar el dolor que me está consumiendo.

—No tienes porqué pasar por esto sola—agarró mi mano mientras incrustaba sus ojos en los míos con convicción—me da igual lo que opines de mí. Me da igual si no me ves como un hermano...incluso me la pela si no me ves como tu hermanastro, seré quién quieras que sea pero no te dejaré pasar por esto sola. Has pasado por cosas mayores tu sola y ya no es justo que lo sigas haciendo. Considérame tu jefe, tu amigo, tu hermano, tu hermanastro...considérame lo que quieras, pero ten presente que voy a estar siempre en tu vida para que no vuelvas a llorar en silencio.

Sequé una lágrima que se había aventurado en salir. Vacilé un poco antes de por fin decidirme y abrazarlo. Necesitaba tener a alguien a mi lado ahora mismo.

Dicen que quién te quiere siempre permanece a tu lado, en la distancia o en persona, pero siempre está ahí. Mi mayor deseo es que las personas que yo quiero tener a mi lado, también hagan lo mismo.

—Es que a veces siento que el mundo se me viene encima y aún así no tengo el valor de pedir ayuda, pese a saber que no puedo sola—sollocé en su hombro, como si lo hubiera hecho toda una vida. Como si su hombro fuera el que acaparaba mis lágrimas desde hace mucho. Pero no era así porqué yo estuve sola. Siempre lo estuve.

—Esto es por culpa de esas personas que se hacen llamar nuestros padres. Los odio—afirmó con veneno en sus palabras—los odio por lo que nos hicieron a los dos.

—Yo también...—susurré.

Su móvil empezó a vibrar en su bolsillo. Lo sacó de éste y, nada más ver la pantalla, se puso de pie dispuesto a irse.

—Tengo que ir al trabajo. Te espero mañana ahí—concluyó, saliendo a toda prisa de la habitación y descolgando la llamada.

Suspiré varias veces mientras abrazaba la almohada, con una sonrisa iluminándome la cara, pero esa sonrisa se esfumó nada más ver la pantalla del móvil iluminarse con un número desconocido. Otra vez no. Esta vez no fui tonta y rechacé la llamada. La persona prosiguió con su constante lucha de ser atendido, pero no quería oír más su voz. Después de varios minutos por fin se dio por vencido y fue cuando pude suspirar aliviada. Pero...¿qué es lo que me pasa siempre? Que mi felicidad viene acompañada de una ración doble de problemas. Un mensaje apareció en la pantalla:

"¿Ahora no quieres hablarme? Creí haberte conquistado en nuestra primera cita, pero admito que acabar disparando a tu amiga no fue una bonita manera de terminar. Estate lista, en 10 minutos paso a buscarte. Prometo no disparar a nadie en ésta cita.

Psd: Ni se te ocurra tener a nadie en tu habitación cuando vaya, recuerda que aún tengo la casa de tus padres, la habitación de tu novio y el que te gusta y la habitación de tu amiga y...tu mi bella"

Pasé mis manos por la cara con frustración. Éste chico me desespera. Me irrita. Me amarga. Me produce náuseas cuando oigo su voz. Éste chico...lo odio con todo mi ser. ¿Pero que puedo hacer? Tiene razón; lo tiene todo controlado. Él dijo que yo era su juego, entonces tengo que aprender a jugar y mover bien mis fichas o...perderé. Y ya no puedo permitirme perder nada más cuando casi no tengo nada.

Me dirigí al armario del cual saqué unos tejanos negros y un suéter blanco con letras negras. Cada vez hacía más frío, y apenas estábamos en otoño. Ni siquiera me maquillé. ¿Para qué? Si voy a morir ¿de que sirve maquillarse? total, para mi funeral deberán maquillarme y vestirme bien así que...

—Buuh

Me giré sobresaltada al sentir un susurro detrás mío. Empecé a dar patadas y puñetazos a quién sea que había detrás mío. Aún podía sentir su aliento en mi nuca, erizándome el vello.

—Para, para, soy yo, piccolina—habló, cogiendo mis muñecas para evitar mis golpes.

—¡¿Eres idiota o que?!—vociferé intentando soltarme de su agarre—¡me has asustado! ¿por donde has entrado?

Calmati, no es para tanto piccolina. Obviamente he entrado por la ventana, ya sabes lo que opino de las puertas; molto noioso e tipico ...auch—se quejó mientras pellizcaba sus muñecas para que me suelte.

Cuando por fin me liberó de su agarre, lo empujé mientras le decía mis cuatro cositas típicas mías.

—¡Eres un demente sin uso de razón! ¡Casi muero de un infarto! y...¡Háblame español! No entiendo el italiano.

Sonrió de manera juguetona mientras repasaba con la mirada mi cuerpo. En vez de ofrecerme una explicación, frunció el ceño.

—¿Vas a salir?—se cruzó de brazos, sin apartar la mirada de la mía.

—Sí, así que tienes que irte.

—¿Una cita?—prosiguió, ignorando mi orden. 

—No te incumbe.

—Así que tienes una cita...¿conozco al chico?

—No—puse los ojos en blanco y, antes de poder reaccionar a lo que le había dicho, él se adelantó.

—¿Como se llama?

—Aaron...para—le advertí, poniéndome seria.

—¿Va a nuestra universidad?

—Aaron...

—¿O vive por aquí...

—¡Aaron! Nada de eso te incumbe, vete ya—le espeté abriendo los ojos de par en par.

Él estaba serio, apretando la mandíbula tanto que parecía que se le iba a descolocar. Los dos nos quedamos paralizados al oír el claxon de un coche. Mierda. Ya estaba aquí. Una sonrisa se formaba en sus labios mientras corría hacia la ventana a descubrir quien era. Esto no puede acabar bien.







¿Qué os ha parecido el capítulo?


Espero que os guste; ciao bellas:)



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