Capítulo 1. Tu olor

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El olor de los detergentes impregnaban la habitación, ahí estaba el pequeño Daniel entre el recogedor y el balde. Pulía con sus delicadas manos el piso haciéndose cortes en ellas. El reloj indicaba el inicio de su nueva tarea, el desayuno. Las mañanas en esa mansión era un infierno al igual que sus dueños.

—¡Daniel!

El fuerte grito de la señora de la casa lo alarmó. Fuertes ruidos se oían dentro de sus aposentos.

Con temor, Daniel emprendió su viaje hacia la habitación de su ama. Giró la manilla y entró.

—¿Diga usted señora?—Dijo con temor en su voz.

El pequeño temblaba pues sabía que no podía ser algo bueno. Ahí estaba su señora. Elegante, alta, con una fría mirada y con cierta belleza en sus rasgos. Su nombre es Sereida, ella junto con su hija conformaban la familia Daiyos.

—Daniel—dijo la mujer mientras se acercaba hacia el—¿qué hora es?—dijo con ironía terminando su recorrido hacia el muchacho.

El pequeño con temor en su respuesta bajó la mirada y empezó a temblar.—Son las 8:00 mi señora—. Dijo el pequeño jugando con sus manos con nerviosismo.

El ambiente era tenso, ni Daniel ni la señora Sereida dijeron nada. El aire faltaba en su pequeño cuerpo, el sabía que lo peor lo aguardaba y dejaría cicatrices.

La mujer acaricia su cabeza, le quita su gorra que cubría su larga cabellera café claro y quita sus anteojos horribles dejando a relucir sus hermosos ojos azules. Cabe señalar que el muchacho poseía una piel blanca rosada pero débil a cualquier golpe. Ahí esta, lo mira con odio y peligrosamente lleva sus manos a su rostro con malas intenciones.

Lo golpea y cae al suelo con una marcada mano en su delicada cara.

—Mi estúpido Daniel, ¿qué voy a hacer contigo? Tengo que soportar tu mierda—se agacha al la altura de el con cierto asco y desagrado del ahora despojado omega—Me repudia tu cara ¿lo sabías? —Daniel solo la miraba con temor y unas traicioneras lágrimas.—Ya veo que no eres listo, ¿verdad estúpido?

Con molestia agarra al pequeño Daniel y lo lleva a rastras a los calabozos y lo encierra en la peor de todas.

—Escoria, no saldrás de este lugar durante tres días. Vendrán visitas importantes y no quiero que estés rondando por ahí avergonzando mi apellido y sobre todo a nuestra raza. Tu eres una vergüenza, un error que no debió nacer de vampiros.

La mujer emprende su camino afuera del horrible lugar.

—¡Espere! Por favor, no me deje en este lugar, se lo ruego, no saldré de mi habitación ni pediré comida. No seré una molestia,—decía con incontrolables temblores, lágrimas y temor en su mirar. No quería estar en ese obscuro y horrible lugar producto de sus terrores nocturnos.—por favor...por favor tenga piedad.

La mujer no se molestó en voltear y se dirigió fuera de ese calabozo. El pequeño Daniel prefería sufrir de los golpes que le daban todos los días, hambre, maltrato psicológico...pero estar en los calabozos era lo que menos quería, era el protagonista de sus miedos, donde se recreaban sus dolorosas memorias y maltratos pasados. No le gustaba, quería salir. El tiempo pasaba lento, ningún ruido se filtraba en esas paredes, los grilletes en sus muñecas y tobillos le dejaban horribles marcas al igual que dolores. No había cama en el cual reposar y descansar.

Pasaba las horas. De nada servía gritar clemencia, no lo liberarían, para que insistir. A Daniel solo le quedaba esperar el tiempo estimado de su encierro para volver a su infierno original. Después de cierto tiempo, Daniel podía oler ciertos aromas entrando a la mansión—probablemente de alfas y omegas—. No sabia que pasaba y no le interesaba. Solo quería quería salir de esa mansión, de esa familia y ser libre. Saber que su vida era suya, que podía decidir.

Gran diferencia (Yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora