Sombra.

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Sentí callar la última sombra
desdibujada en la pared de mi habitación
en la madrugada.

Sentí borrarse las palabras
escritas sobre ella
en cientos de madrugadas hirientes,
acorralado en el invierno de noviembre
sin voz ni luz.

Sin ti.

Se apagó el alba
con el silencioso tronar triste
de los violines celestes
que me arrodillaron en la ventana
aquella donde se volaron las ilusiones.

Y quieto contemplé
alejarse con el rápido batir
de las nubes el cabello
que estuve acariciando
noches infinitas.

Las mareas de cordura
contaminaron la piel de mis pupilas,
con la embriaguez
de quien recuerda cada mota de dolor
que fue posándose en sus manos.

Sollocé mezclando mis lágrimas
con la tierra estéril
en mi paladar etéreo
de negruzca hiel.

El sólido graznar
de mis pies atrajo
cuervos hambrientos
que tragaron sin pausa
la efímera retahíla
de sonrisas que fui amontonando
a un lado de mi cuerpo,
por si algún día aquella sombra
volvía a plasmarse en la ahora triste
pared blanca.

Escuchaba la melodía
cada vez más lejana,
hasta encontrarme
en la total oscuridad del silencio,
esperando.

Esperando siempre
el retorno de la sombra
que un día abandonó mis ojos,
y voló sin rumbo
hacia la lejanía del infinito
susurro melódico.

Cuando las velas soplanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora