El rubor de los cánones
naufragaba entre pliegues
extraños de luz,
estuvo gritando mudo
en los paraísos
de barrotes negligentes.
Trazaron los árboles
el surco estéril
donde fluyeron
los tristes tapones blancos
de la lluvia anémica.
La arena disipó sus risas
con el hendir de los años
en la aleve velocidad
de las ciudades.
El sonido de las faldas
acallaba el rugir
de las miradas insistentes.
Con el calor
de aquellos ventiladores
que rasgaron el pensamiento
de las amapolas
moribundas,
caminé errático
sobre el filo de la navaja
que el pastor había afilado
dos siglos atrás.
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Cuando las velas soplan
ŞiirY es que en esta vida las cosas van viniendo de forma que no las has buscado. Te caen encima como un jarro de agua fría o, en ocasiones, como una cálida manta en el helado corazón del invierno.