Noté tu respiración debilitarse sobre mi cuello. Tu pecho votó intentando introducir ese oxígeno que nunca volvería a tus pulmones. Y entonces se apagó, dejé de notar tu aliento caliente rozar mi cuello. No me atreví a mirarte, por un instante cerré los ojos, como tú me decías que hiciera cuando me sentía triste e imaginé las estrellas recorriendo nuestras cabezas. Apreté con fuerza los labios al sentir que comenzaban a temblar, y trémulos sintieron rozar aquellas lágrimas que intentaba contener sin éxito.
Tú me habías dicho que no llorara, te había hecho la mujer más feliz en esos últimos meses de vida. Tú a mí me enseñaste el valor verdadero de las personas, y que éste se encuentra en el interior, muy enterrado en ocasiones.
Te noté empequeñecer entre mis brazos, como si con tu última exhalación hubieras comenzado a retroceder volviendo a aquella joven sin rumbo que eras hace tantos años.
Entonces no pude contener más las lágrimas, y lloré, lloré abrazado a ti como un niño pequeño, desconsolado, en voz alta, como nunca me había atrevido a hacer por miedo a las risas.
Tú sabías que lloraría. Y te dolía pensar que ya no estarías para secar mis lágrimas. Ojalá hubiera podido estar contigo unos meses más, como siempre te decía, para regalarte un poco más de felicidad. Intentaba compensar toda aquella que nunca habías conseguido, y sin embargo el cáncer rompió tu cuerpo demasiado pronto.
No soporto pensar en esa vida que has perdido, todo lo que te quedaba por vivir, los viajes que soñabas con hacer.
El rostro se me encharcó en lágrimas, mi pecho daba pequeños satitos sin parar. Aparté lentamente tus brazos de mi pecho, con el llanto apretándome fuerte de nuevo. Y te observé allí tumbada, en paz.
Por primera vez estabas en paz sin las pesadillas que acompañaban tus sueños cada noche, sin las lágrimas que derramabas cada madrugada sobre mi pecho dormida, y yo soñoliento intentaba secar sin despertarte.
Eras tan dulce. Caminé lentamente hacia la puerta, recogí mi chaqueta de la silla y agarrándola con la mano sobre el hombro te observé una última vez desde el umbral de la puerta.
Aquella habitación guardaba en su haber tantísimos recuerdos, tantas poesías recitadas en el silencioso abrigo de la madrugada.
"Yo amé, con perdón, te amé por encima de todas las cosas y esa, permítanme que les diga, es la única forma en la que se puede amar"
Me fui llorando en silencio, como antes de cruzarse nuestras vidas, intentando no mirar atrás como me prometías cada semana al salir de la quimioterapia. Que dejara tu cuerpo durmiendo en la eternidad y me marchara, contigo aún caliente. Y que así te recordase siempre, el amor que volvió a encender la chimenea que el invierno de mis sentimientos había apagado.
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Cuando las velas soplan
PuisiY es que en esta vida las cosas van viniendo de forma que no las has buscado. Te caen encima como un jarro de agua fría o, en ocasiones, como una cálida manta en el helado corazón del invierno.