Era sábado por la mañana y como de costumbre a las 9 ya estaba despierta. Mamá no entendía por qué me levantaba temprano. A veces me despertaba a las 7 o antes para ver nacer el sol en un nuevo día. Recogí las cortinas que cubrían la ventana del balcón, y los rayos calientes con un poco del fresco de la mañana, se posaron en mi rostro, hermosa sensación. Bajé a desayunar, me preparé un rico mate cocido con dos medialunas rellenas de dulce de leche. Lo más importante de las comidas del día para mí, era el desayuno.
La mañana se pasó rápido, junto con el almuerzo. No sabía qué hacer esta tarde. El cielo estaba teñido de un celeste intenso, corría una fresca brisa de aire pero el sol hacia que fuera un día perfecto. No pensaba quedarme encerrada en mi habitación haciendo tareas ni tampoco en la computadora. Necesitaba relajarme después de esta última semana, aunque no debería ni pensar en ello. Decidí ir a la playa y no a la del río completamente marrón y contaminado que cruzaba por la ciudad. Cargué mi mochila con un poco de comida, una toalla y una que otra cosa más. Tomé mi bicicleta y salí camino a la playa. Eran unas 25 cuadras hasta mi destino, pero no importaba, necesitaba distracción.
Como lo supuse no había casi nadie, a lo lejos hacia mi derecha se observaba a dos chicos jugando con una pelota. Bajé hacia el lugar donde siempre me sentaba y acomodé todo lo que había traído. La arena tibia se colaba entre los dedos de mis pies, el sonido del mar me daba paz y la música que había puesto desde mi mini reproductor hacia el momento perfecto.
Esta playa me traía tantos recuerdos junto a Estefanía. Veníamos aquí todos los sábados y pasábamos el día entero comiendo, riendo, jugando, escuchando música. Nos conocimos desde la misma forma en que ella se fue. Era una tarde de sol, como la de hoy, y yo iba en mi bicicleta nueva que me habían regalado para el día del niño. Era rosada con detalles en blanco y lila, algo que ya no es de mi estilo. Pedaleaba distraída mirando la bandada de pájaros que pasaban volando por el cielo, cuando el impacto con un objeto desconocido me hizo salir de mi transe. La había chocado a Estefanía. Ella pegaba grititos y de sus ojos caían lágrimas de dolor. Teníamos 5 años, no sabía qué hacer.
-Oh! Lo siento! ¿Te encuentras bien? – Exclamé entre unas pequeñas risas y desesperación.
-¡¡MAMÁ!! –Llamaba a gritos la pequeña.
-No no, tu mamá no. Por favor! – Me daba miedo, era una mamá extraña y yo había lastimado a su hija.
-¡¡¡MAMÁ!!! –Exclamó la niña aún más fuerte que antes y con un río de lágrimas.
-¿Quieres usar mi bici? Te la presto.
-¿De verdad? –Dijo secándose las lágrimas.
-Si! –En realidad no quería, pero si así dejaba de gritar y yo lograba que no me reten, se la prestaría.
En mi rostro se formo una risa al recordar el momento. La extrañaba pero sus apariciones me daban miedo y me quitaban las ganas de verla. No puedo aceptar que ella es algo así como un fantasma. La realidad no permite eso.
El sol quemaba sobre mi piel y escuché voces a los lejos. Levanté la vista y logré percibir a aquel grupito de chicos que se encontraba a mi derecha cuando llegué aquí. Desearía tener amigos, ahora que ella se fue me he quedado sola en este mundo corrupto. Como dijo John Lennon "Vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor, mientras la violencia se practica a plena luz del día." La pura verdad. Pero no quiero que nadie entre en mi vida, nadie va a ocupar su lugar. Mejor dejar las cosas como están ahora. Me recosté en la arena tratando de buscar la tranquilidad que me traía este lugar, no tenía que pensar solo disfrutar.
-Hey! Holaa... ¿Te encuentras bien? – Escuché una voz masculina... ¡¿hablándome?! ¡¿Qué?! Abrí los ojos de un salto y un dolor en mi frente se hizo de repente. – Auch! Eso dolió.
-Oh, ¡lo siento! – Pero qué carajos! ¿Yo pidiéndole perdón a un extraño? – No en verdad no lo siento, me has despertado.
-Entiendo. Me disculpo yo entonces – Dijo frotándose su frente – Es que aquí no hay nadie.
-Ya lo sé. No soy ciega. – ¿Pero a este chico qué le pasaba? Logré enfocar bien mi vista y suspire al ver quien era – ¿Vos de nuevo? ¿No te cansas de aparecer siempre?
-¡Samanta! – ¿Sorprendido? De acá a la china. Comencé a recoger mis cosas para largarme de allí. – ¿Te vas?
-Y a vos ¿qué te parece? – Me detuve y lo interrogué
-Que si...
-Entonces no preguntes. – Miré la hora en mi celular. Marcaba las 16:32 pm. Era muy temprano para irme. No sabía qué hacer. Una ráfaga de viento frío cruzo por la playa y un escalofrío recorrió por completo mi cuerpo.
-¿Por qué me tratas tan cortante? – Se sentó a mi lado y lo miré con cara extraña – Tranquila, no voy a abusar de ti.
-Eso espero.
-¿Me respondes lo que te pregunte antes? – No sabía qué decirle.
-Soy así, con todos. No te sientas especial.
-¿Con tus amigos también? Te deben querer mucho para aceptar esa actitud de ti –Dijo entre risas.
Bien. Bien. Bien Matthew. Has tocado un punto en mí que no te convenía. Me molestó la pregunta, lo demás no tenía sentido para mí.
-¿Crees qué tengo amigos?
-Em... Si
-De todas las veces que te topaste conmigo, ¿me viste con alguien?
-Em.. No – Respondió extrañado. Todavía no veía a donde quería llegar yo.
-Entonces... - hice una expresión con mis manos - ¿Crees qué tengo amigos?
-Oh, ya entendí. ¿No tienes amigos? ¡¿Cómo es eso?! – Bajé mi mirada al suelo.
-La única amiga que tenía murió hace un año.
¿Qué?! Eso se me había salido sin que lo pensara. Miré el rostro del chico y estaba hecho una piedra. Tampoco era para tanto.
-Oh por Dios – Se llevó las manos a su pelo y lo empezó a despeinar – Lo siento tanto, de verdad. Perdóname. – Puso su mano sobre mi hombro, lo miré y la quitó rápido. Suelo ser algo quisquillosa – Samanta lo siento tanto, de verdad.
-Ya para de disculparte. Me atormentas.
-Pero es que...
Lo interrumpí.
-No debí decir eso. Me tengo que ir, adiós.
Me levanté del piso despidiendo arena de todo mi cuerpo, tomé mis cosas y comencé el camino hacia mi casa. Me detuve a mirar hacia atrás y el pobre chico seguía como estatua sentado en la arena. No me importó y seguí.
La vuelta se hizo muchísimo más corta. Entré por la puerta que daba al patio de mi casa y mi mamá se encontraba hablando por teléfono. Di un rápido saludo y subí a mi habitación. Me sentía exhausta, necesitaba un baño relajante de espumas y una sesión de masajes urgente pero lo único que había en mi baño era una simple ducha. Nada de jacuzzi, ni camas, ni personal para hacer masajes. Oí un golpe fuerte en la puerta de mi habitación.
-Samanta saldremos a cenar. Vístete formal. Vamos con el jefe de tu padre a un lugar muy importante.
No soy de las chicas que se desesperan por no tener que ponerse, tengo mi armario lleno de ropa pero que mi madre me avise dos horas antes que vamos a ir a una cena formal me saca de mis casillas. Ella era así casi siempre, informaba todo a último momento.
Mi cuarto se sentía fresco, limpio, lindo, tranquilo, me daba paz como siempre. Estaba tal cual yo lo deseaba, tal cual ella lo había arreglado una de las últimas veces que entró. Por cierto, no apreció en todo el día. Lo mejor de este raro sábado.
a
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Dos almas
RomanceSamanta y Estefania eran amigas inseparables y fieles una la otra. Vecinas desde que nacieron, hermanas del alma hasta que una se fue, murió. El hecho marca un antes y un después en la vida de Samanta. Ella comienza una etapa nueva donde trata de de...