Capítulo XXV "Páginas en Blanco"

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Zed arregló y limpió las habitaciones que estaban en mejor estado. Le costó unas semanas dejarlas como las recordaba, o mas o menos.
Entre ellas se encontraban la habitación donde el maestro de Syndra había guardado todos aquellos objetos potenciadores. El Tormento de Liandry permanecía guardado en una de las cajas. Todo en aquel lugar eran recuerdos, al principio dolieron como estacas, pero con el paso de los días, aquellas agradables memorias acabaron caldeando su corazón, que tras dos años de dolor y soledad se había petrificado.
Le gustaba dar largos paseos por los pasillos medio destruidos del templo y por las noches contemplar el cielo nocturno henchido de estrellas desde el tejado, el cual permanecía en buen estado.
Día tras día, se dedicaba a quitar escombros y destapar habitaciones que habían quedado inaccesibles.
Cierto día, logró entrar en una gran sala, llena de polvo y sin nada de luz. Un fuerte olor a cerrado salía de aquella estancia. Tras unos días esperando a que la habitación se ventilara se aventuró en su interior con una antorcha.
Con el tiempo había olvidado que era aquella sala pero al iluminarla lo recordó.
Se trataba de una enorme biblioteca. En los tiempos en los que Syndra aún vivía no le había prestado demasiada atención a esa sala. Pero ahora, la biblioteca despertaba en el un gran interés. Los libros eran muy antiguos y muchos de ellos eran prácticamente ininteligibles, pues estaban completamente raídos. Sin embargo, la mayoría de ellos aún podían leerse, sólo bastaba con quitarles el polvo.
Tras el descubrimiento de la biblioteca pasó incontables horas leyendo todos los libros que le llamaban la atención. Había leyendas, novelas, libros de brujería y otros religiosos, también de cocina, de historia e incluso libros infantiles. Estos últimos llenaron el corazón del maestro de las sombras de pena. Recordó de nuevo a Syndra y a la pequeña vida que había empezado a desarrollarse en su interior. Recordó la familia que podría haber tenido y qué sucumbió.
Entre todos esos libros había uno algo distinto. Lo encontró por pura casualidad en la parte más recóndita de la biblioteca, escondido tras otros libros
Su tapa era completamente negra, sin grabados, ni títulos. La única decoración que tenía era una especie de enredadera metálica envolviéndolo. Esta evitaba que el libro, el cual era más voluminoso que el resto, pudiese abrirse.
El extraño aspecto del libro le llamó tanto la atención que no pudo evitar la tentación de intentar arrancar las enredaderas. Necesitó usar toda su fuerza, ayudándose de sus cuchillas para lograr cortarlas. Sin embargo cuando lo abrió, se encontró con que las hojas estaban completamente en blanco. No entendía nada.
Comprobó dos veces todas las hojas del libro, esperando encontrar algún texto en alguna parte.
Pero estaba completamente vacío, a primera vista.
Fue a la parte de la biblioteca que había arreglado para convertirla en su zona de lectura, con algunas antorchas iluminando una mesa circular de madera granate.
Las hojas eran viejas, pero no estaban desgastadas. El texto no podría haberse borrado del todo. Tampoco entendía porqué un libro tan cuidadosamente sellado no contenía ni una sola letra. Algo no cuadraba.
Se sentó largas horas a estudiar el libro, pero el cansancio acabó venciendolo y se durmió.
Un sonido lo despertó en mitad de la noche. Cómo siempre, su sueño era ligero y casi nada se le escapaba, incluso cuando dormía.
Se oían pasos por el pasillo contiguo a la biblioteca.
No dudo ni un momento en salir, en busca de aquel que osaba profanar el templo de su amada.
Podía ser un ladrón, y no pensaba permitir que las pertenencias de Syndra acabasen en malas manos.
Vio la sombra de alguien al final del pasillo, ancaminandose a un patio interior. Siguió siguiendolo.
Una vez en el patio interior, lo único que llegó a ver fue una especie de estela blanca que se encaramó a un montón de escombros y se coló por un estrecho hueco entre las piedras.
Tras esa pared derruida se encontraba el salón del trono, sala la cual había dado por inaccesible debido a que los restos de la pared eran demasiado grandes incluso para Gnar. No se había percatado de aquella estrecha obertura.
Se coló también por ahí y terminó en el salón del trono.
No esperaba encontrarlo de aquélla forma.
El frio trono de Syndra estaba lleno de flores, unas ya estaban algo marchitas, señal de que llevaban ahi un tiempo, y la sala estaba completamente limpia.
Plantada ante el trono se encontraba una mujer de mediana estatura. Tenía el cabello negro, recogido en una larga trenza y de su cabeza asomaban unas orejas de Zorro.
Tras ella ondulaban sinuosamente nueve esponjosas colas blancas como la nieve.
Había oído hablar de ella, la kitsune. Era Ahri, la mujer zorro de nueve colas.
Ella notó enseguida su presencia y se dio la vuelta. Sus ojos felinos de color ambarino mostraban tristeza.
—¿Qué haces aquí? —exigió saber Zed.
La zorra clavó en el su mirada ocre.
—Rindo homenaje a una vieja amiga.
Zed no añadió nada más. No sabía que Syndra había sido amiga de Ahri, pero se notaba que la kitsune no mentía. Estaba claro que no era una ladrona.
—Llevo mucho tiempo viniendo. —continuó hablando Ahri. — Yo estuve presente la noche en la que Syndra se sacrificó. No pude despedirme de ella cómo hubiese deseado, por eso le rindo homenaje trayendole flores algunos días a la semana. Pero desde que te acomodaste en este lugar he estado entrando a escondidas.
Zed suspiró.
—Podrías haberlo dicho desde un principio y te hubiese dejado entrar. Me gusta que la gente recuerde a Syndra y lo valiente que fue.
—Fue absolutamente increíble. —asintió la mujer zorro.
Ahri se acercó al ramo de flores exóticas que había depositado en el trono y acarició los pétalos de una de ellas, la cual era blanca cómo la nieve, y cómo el cabello de Syndra.
—Nuestra amistad no estaba pasando por un buen momento. Nunca me perdonaré el hecho de no haber estado con ella, cuando supe que me necesitaba.
Zed se acercó a la joven.
—Entiendo perfectamente cómo te sientes. Yo también la dejé sola y por eso la perdí. Me siento una persona despreciable.
Ahri lo miró a los ojos.
—Se ha hablado mucho de ti desde aquel día. Los ninjas de Kinkou te describieron cómo un héroe que lucho hasta el final para salvarla. No deberías sentirte así.
—Sí, luché hasta el final pero mis acciones anteriores marcaron el destino de Syndra. Todo fue culpa mía.
Ahri se apartó del trono.
—No es buena idea destapar viejos dolores y abrir heridas antiguas. Agua pasada no mueve molino, como se suele decir.
—Lo que pasa es que mis heridas nunca van a cerrarse.—replicó Zed, diriguendose de nuevo a la pequeña brecha. —puedes quedarte en el templo todo el tiempo que quieras.—le dijo antes de salir.
La Kitsune lo siguió hasta la biblioteca. Observó durante unos minutos lo que Zed hacía y estudió el misterioso libro en blanco.
—¿Has probado a leerlo a contraluz?—preguntó intrigada.
Zed levantó la cabeza, sorprendiendose y maldiciendose por no haberlo pensado antes. Inmediatamente alzó el libro y estiró una de las hojas ante el fuego de una de las antorchas.
Pudo leerse claramente:

LIBRO DE LOS MUERTOS

La Soberana. [Zed x Syndra]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora