Capítulo 19. Quentin

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Se detuvo delante del edificio. Varios soldados estaban saliendo del complejo. Se sintió abrumado ante la idea de que hubieran asesinado a Kris. Suplicó por que no lo hubieran hecho y en cuanto vio que salió hasta el último soldado por la puerta, entró de incógnito deslizándose entre las sombras,  lo cual no era muy difícil en ese momento en el que la penumbra dominaba sobre toda la ciudad.
Solo algunas lámparas de la calle funcionaban.
Subió al departamento por el elevador. Golpeaba repetidamente el suelo con los pies de los nervios, de no saber que se encontraría ahí arriba.
Iba completamente desarmado. Era casi una misión suicida, pero era irrelevante al lado de la idea de que tal vez Kris estuviera muerta.
Las puertas del elevador se abrieron y Quentin se sintió más afligido al ver las marcas de cientos de balas en todas las paredes del pasillo. Aunque eso significaba que Kris había logrado salir del departamento.
Siguió el rastro de las balas hasta el fondo del pasillo y dobló en la esquina para toparse con una puerta que nunca había visto, la cual también estaba infestada de agujeros de bala. La abrió pero Kris no estaba ahí.  Habían más oportunidades de que seguirá viva.
Convencido de esto bajó las escaleras mentalizandose. Le había pedido que fuera al Valle de los Mercenarios, tal vez ya estaba ahí con el resto de las personas.
Llegó a la planta baja y pensó que posiblemente necesitaría un arma. Corrió hacia el despacho de Irving.
Delante de él había un soldado con una pistola. Quentin corrió antes de que tirara del gatillo y golpeó el codo del hombre para que soltara el arma. La cual cayó al suelo, después le dio un golpe con la nuca en la nariz al soldado y por último se puso detrás de él para romperle el cuello, que cedió después de un duro crujido.
Se tiró al suelo después de escuchar una serie frente golpes sordos. La ciudad se estaba despedazado,  ya era hora de que salieran todos de ahí.
Deseó con todas sus fuerzas que Kris estuviera a salvo. Si no lo hacía él sería el único. Se quedaría totalmente solo. Eso lo hizo pensar que tal vez solo quería que Kris viviera por miedo a la soledad. Fuera la razón por la que fuera quería más que nada en el mundo que eso fuera cierto.
Tomó la pistola del suelo y buscó en el chaleco que llevaba puesto, sacó un cargador lleno y continuó su camino hacia el despacho, el cual estaba desacomodado. Había un cajón abierto y un álbum de recortes sobre la mesa del escritorio. A demás de que la ventana estaba abierta.
Seguramente el soldado había entrado a buscar algo, algo que ahora resultaba irrelevante.  Ahora lo único que quería encontrar era a Kris. Y otra arma.
Buscó en todos los muebles pero no encontró ninguna.
Salió decepcionado del despacho y se encaminó por la calle central que llevaba al puente por el que pasarían los habitantes de la Ciudad Subterránea.
A lo lejos pudo ver que las piedras comenzaban a caer sobre el agua oscura.
Vio los enormes cables del puente safarze del suelo y escucho estruendos, gritos, vio paneles caer.
Parecía que estaba presenciando el fin del mundo. Corrió, su corazón dolió como nunca. Kris estaba en el puente. ¿Habría muerto? Él moriría también.
Tardó varios minutos en llegar al pie del puente. Algunas pequeñas piedras ya le habían golpeado la cabeza. No tardaría mucho en quedar reducida a escombros toda la ciudad.
De pronto escuchó ruidos metálicos. Y vio varias torres y edificios estallar. Los Agentes ya estaba ahí.
Se tiró al suelo. Se sintió débil.  Lo único que quería era que todo aquel horror terminara.
Si volvía a ver a Kris, escaparía con ella como lo tenían planeado, inclusive si era necesario a otro país, lejos de toda esa pesadilla.
Tendrían nuevos nombres, mejores oportunidades y un lugar en donde vivir.
Pensó en que cada quien tenía sus propias motivaciones, tal vez la de ella no era él. Pero no importaba mientras la mantuviera con vida. Si es que seguía así.
El celular de su bolsa sonó. Lo hizo saltar. Vio un numero desconocido en la pantalla.
Miró hacia adelante. Cientos de Agentes caminaban  en su dirección. En ese mismo instante decidió dejar el teléfono sonar y correr por su vida hacia el interior del puente. Corrió mientras escuchaba los balazos rozar su cuerpo e incrustarse en los asuntos hechos chatarra que estaban a su alrededor.
El teléfono volvió a sonar. Se lanzó detrás de un auto que lo protegía de las balas te contesto.
-Quentin, soy yo- la voz de Kris. Estaba viva, pero sonaba alarmada.
-¿Que pasó?- preguntó Quentin sin saber si debía sonreír o preocuparse más-, ¿En donde estas?
-Estoy en una especie de isla, hay una estatua de color verdoso.  Es enorme.
-¿Crees poder nadar hacia el valle?- preguntó Quentin casi opacado por los disparos de los Agentes.
-Eso no sería problema. Pero necesito que tú vengas aquí y veas esto.
El auto sobre el que estaba recargado se prendió en llamas y Quentin corrió por el laberinto de autos hasta llegar a una enorme camioneta más difícil de derribar.
-Esta bien, iré- dijo Quentin.
-Ubica la estatua y ven hacia aquí, rápido.
-¡No cuelgues!- gritó Quentin-, me alegro de que sigas viva.
-Yo también me alegro, llega rápido para salir de aquí.
La señal se interrumpió y Quentin alzó la vista para buscar la estatua que estaba a lo lejos. A penas y se podía ver en la penumbra. Era una enorme estatua que llevaba en un brazo un libro y tenía la otra mano extendida con una fogata.
En ese nivel el domo comenzaba a rrdondearse,  así que parte de la cabeza de la estatua estaba enterrada en la tierra.
Los Agentes estaban demasiado cerca,  lo único que pudo hacer fue lanzarse al agua confiando en Kris y esperando que lo que había descubierto fuese importante.

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