2. Conversación filial

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Era tarde. Era la única hora en que abajo, en el Parque, los espinilludos borrachos han dejado de hacer escándalo y se han ido a sus casas, o mejor aún: a las comisarías, presos y bien presos. Lástima que después los suelten, no más. El único momento del día en que los cavernícolas choferes de micro duermen, para tener energías suficientes a la mañana siguiente para salir a atropellar jubilados como yo, en sus dementes carreras para pelearse las cinco chauchas con sus "colegas". Era la hora en que generalmente logro conciliar el escaso sueño que me da, porque, no sé si ya les dije, pero nosotros los viejos no somos como ustedes; como la muerte está pisándonos los talones, lo que nosotros hacemos es tratar de despistarla, aprovechar cada momento, así que para nosotros dormir es una pérdida de tiempo.

A mí, la verdad, con cuatro horas de sueño me basta y sobra. Más es ya un despilfarro. Así que es como a esa hora, entre y cuatro y cinco de la mañana, cuando todos los amermelados jovencitos chilenos están al fin con las pilas en baja, que generalmente me quedo dormido.

En el departamento del lado ya no se escuchaba ningún punchi punchi. Sí, hasta hace unos pocos minutos, se había podido apreciar en toda su magnitud, la manera caballerosa y respetuosa con que la juventud suele poner fin a sus malones. En la calle, los "selectos" invitados a la fiestecita en la casa del finado Torres hacían RUGIR los motores de los autitos gentileza del "viejo retamboreado", o sea el papito, y se despedían con epítetos como "Chao, jetón reculeco", "Chao, perra calentona", "Chao, mariposón del orificio", "Chao, churra de tu madre". Groseros hijos de la gran BABILONIA no más; parece que sus mamitas andaban muy ocupadas comprando joyas en el mall, y no les lavaron EL HOCICO CON SAPOLIO cuando debían. Pero al menos todo esto había terminado y se respiraba una breve paz, interrumpida, ciertamente, por los RONQUIDOS DE MAQUINISTA de mi nietecita.

La cosa es que ni llorando podía dormir. Y había encontrado, gracias a una inmensa fortuna, a la oveja descarriada de la familia, aunque para sus padres, tan modernos ellos, no era descarriada, sino que "se estaba encontrando a sí misma". El problema es que no se encontraba nunca, y así, tarde o temprano, iba a terminar yo con un bisnieto antes de tiempo.

La Paulina es una FLOJONAZA en lo que respecta a su hija. Demasiado abrumada por los "impresionantes" problemas de la vida moderna, como por ejemplo, que se le echa a perder la lavadora, o que la nana no se ha aparecido por la casa en dos días, o que el precio de las lechugas en el supermercado sube todos los días, JAMÁS le ha dado la atención que requiere la Valerita. Pedro, su marido, qué decir: un PAPANATAS, y no quiero hablar más de ese tal por cual. Desde que la Valerita era chica que se le ha permitido hacer de un cuantohay, y la han consentido en cuanta cosa se le ocurra. "Es que ella es responsable, desde chiquitita le hemos dicho...". Y con eso para qué más: esta maravilla de madre se encierra a dormir siesta mientras la pergenia se dedica a hacer las más grandes BARRABASADAS.

Pensando en todas estas cosas, y sin poder dormir a causa de los ronquidos de la Valerita, decidí marcar el número de teléfono de la Paulina. Mi hija desconecta el celular a las siete de la tarde "para que no la jodan más", dice ella, pero a mí nunca me ha gustado esa burrada de andar marcando números de telefono raros, que empiecen con cero, habrase visto. Así que, con mi teléfono a disco (que le arrebaté de las manos al jetón de la compañía que vino un día a llevárselo "para cambiarlo por otro más moderno"), metí el dedo no más y marqué el número de la casa de la Paulina. No me importó que fueran las cuatro y media de la mañana.

Sonó un par de veces y contestó la voz pastosa de mi yerno.

--¿Diga?

--Cómo que "diga" –le respondí--. ¡Pásame con mi hija!

--¿Con quién?

--¡Con la Paulina, miércole!

Se escuchó la voz de Paulina y una breve discusión. Luego pude hablar con mi hija.

--Papá, creo que ya estás pasado de la raya. ¿Sabes que hora es?

--¡Claro que lo sé! ¿Cree que soy tonto, mijita?

--¡Qué cresta quiere, entonces!

--Siempre fuiste una insolente, Paulina. La Zoraida te dio unos buenos correazos, pero tú dale que dale con la cuestión de la rebeldía.

--¿Y?

--¿Cómo que "y"?

--Y qué, pues papá. La Valeria tenía una fiesta en su mismo edificio, donde un amigo, y después me dijo que se iba a quedar a dormir donde usted, porque le daba miedo andar sola en micro de vuelta a su casa.

--¿Y cómo sabes eso?

--Por que me llamó en la mañana, me tranquilizó, me dijo dónde estaba, me dijo que ya más o menos sabía qué es lo que quería estudiar el próximo año, y me dijo que las niñas con que vive no estaban invitadas a la fiesta.

--¿FIESTA? Mijita linda, en todos mis años de Ferrocarrilero NUNCA vi una fiesta con más cara de CASA DE HUIFAS que la ORGÍA que estaba ocurriendo al lado de mi casa.

--Ya, papá. ¿No se da cuenta de por qué no podemos comunicarnos? Si tan solo hubiera querido ir a la terapia familiar con la sicóloga.

--PAMPLINAS. Mientras ustedes andan botando la plata con la locóloga, la Valerita está durmiendo enferma de borracha en el sofá del living.

--Mire, papá. ¿Hablemos de esto en la mañana?

--¿MAÑANA? ¿MAÑANA? ¿No piensas venir a buscarla inmediatamente?

--Papá: yo NUNCA he dejado de saber dónde está la Valeria. Tengo plena confianza en ella. Le he dicho muchas veces a usted que esta es una niñita que está buscando su destino, armando su identidad, y que tiene derecho a equivocarse, como todos nosotros a esa edad, como yo o usted.

--YO NUNCA ME HE EQUIVOCADO.

--¡No sea insoportable, papá! ¡Son las cinco de la mañana!

Apenas la Paulina dijo la hora, sentí un portazo en el living. Sin despedirme de mi hija, colgué. Con la velocidad de un rayo –a pesar de mis años, cuando la situación lo requiere, sigo siendo un roble en EXCELENTE condición física— corrí de mi dormitorio al living. Desde luego, mi nieta, asustada como una liebre sorprendida en el medio del camino por la camioneta, había huido: mi paletó, con el que se había abrigado durante el poco rato que pasó en el sofá, estaba todo arrugado. Lo tomé y me lo puse. La Valerita había dejado una bolsa con dulcecitos en el bolsillo. Por Dios que son raros ustedes, alimañas retamboreadas. Tienen como cincuenta años y todavía necesitan dulchechitos, como si fueran al jardín infantil. Dejé ahí mismo la cuestión; me cargan las burradas con azúcar, para lo único que sirven es para pegotearse los dedos y hacerse hoyos en las muelas. Me asomé al pasillo. No había nadie. Golpeé en la puerta del departamento del finado Torres durante un periodo de tiempo que me pareció eterno, pero nadie abrió. La jetona de mi nieta, pobre y triste ave debilucha, se había vuelto a perder.

Vaya que eran las cinco de la mañana. Una micro había pasado tronando más allá del parque. La vieja de miércole de abajo se había puesto a cocinar de nuevo... ¡Y con ajo! Los pájaros despertaron y por un segundo, entre que pasó la micro, cantaron y el día clareó, me pareció estar de nuevo en los breves veranos de mi juventud en Cauquenes, esperando que se levantara mi viejita a trajinar en la cocina. Pero esta sensación de paz y quietud duró lo que un peo en un canasto. Las micros empezaron con su ruido infernal y la paz y la quietud se fueron a la contumelia. ¿Qué cresta pasaba con el futuro del país? A la mocosa de mi nieta le habían dado TODO en bandeja. Hasta computador conectado a esa burrada de interné tenía en la casa. Y a la primera de cambio, apenas cumple dieciocho años, se manda a cambiar, dice que es "adulta", y se desaparece. Dos semanas después la tengo borracha, con una flor incrustada en la callulla, en el sofá de mi departamento.

No señores. Así no se iba a quedar la cosa. Aunque a sus padres les diera lo mismo el asunto, yo no me iba a quedar a ver cómo mi nieta se hacía BOSTA el futuro. La iba a encontrar Y DE UNA OREJA la iba a llevar de vuelta a su casa. Iba a hacerlo aunque se me fuera la vida en ello. Total, igual no era mucha la que me quedaba y entre eso e ir, como los senescentes de la contumelia, a la Plaza de Armas a tirarle pan a las palomas retamboreadas, prefería mil veces iniciar una nueva aventura. Había vivido miles cuando trabajaba en los gloriosos Ferrocarriles del Estado. ¿Por qué ahora iba a ser más difícil? 

MALDITOS JÓVENES. En busca de la nieta perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora