5. Felicidad inesperada

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Mi compradre el "Paco" Briones era suboficial de Carabineros, pero se retiró el año setenta, y falleció el ochenta y dos, de modo que con él murieron todos los pitutos que tenía en la gran institución que preserva el orden y la patria. Una vez, junto a unos gallos del sindicato de maquinistas, nos agarramos a combos en una Casa de huifas de San Bernardo. Nuestros rivales eran todos carabineros. Suboficiales, como el "Paco", pero activos. Cómo habrán sido de buenos los pitutos del finado "Paco", que hasta de esa nos sacaron. Incluso terminamos armando partidos de fútbol con esos carabineros: Ferrocarrileros contra suboficiales, un clásico de las multicanchas de San Bernardo. Pero después de la muerte del "Paco" pararon los partidos. Además que ya estábamos muy viejos como para andar chuteándonos las canillas. Luego de eso, nunca supe más de los carabineros.

Nunca hasta ahora, cuando por un culpa de un montón de ninfómanos "adultos-jóvenes", que habían usado y abusado de mi nieta como habían querido, estaba todo machucado y adolorido en un calabozo de la Primera Comisaría de Santiago Centro. Alrededor mío, la crema y nata de la intelectualidad juvenil: pergenios con zapatillas de payaso y pantalones en los que habría cabido un elefante; con aros yo creo que HASTA EN EL PERINEO, y las mechas paradas. Ningún cabeza de pichí, por supuesto. Ningún privilegiado. Pero IGUAL de tontorrones que todos los jóvenes.

--Cacha, machucao –dijo uno al que una cicatriz le cruzaba el cachete--. Despertó el tata.

--Lorea loco, despertó la juventú –dijo otro.

Hubo una risotada general en el recinto.

Muy gentilmente, los carabineros me habían depositado en el suelo del calabozo para que me repusiera de la golpiza que me habían propinado los "adultos-jóvenes". Yo reconozco que la peor parte de la juventud chilena son ustedes, privilegiaditos de la contumelia, que se gastan lo que no tienen succionando de la billetera de lo papitos. Ahora estaba enfrente de otra parte de la juventud chilena, casi igual de podrida que ustedes: la que se gasta lo que no tiene ROBANDO Y ASESINANDO a los jetones honestos que pagan impuestos (impuestos que igual se chorean los políticos, pero esa es otra historia). Pero donde un "chorito" joven como cualquiera de ustedes se habría hecho pichí, yo me levanté y, como es mi costumbre, encaré a los amermelados.

--¿Qué les pasa, ZOQUETES?

El de las zapatillas de payaso se me puso frente a frente, a menos de un centímetro de distancia. Podía sentirle la respiración. ¿Éste iba a ser el fin? Al menos iba a ser un final digno, sin llamar a la mamita ni al papito, sin pedidos de auxilio, sin invocar al apellido tan de buena familia que tienen ustedes, morsas.

--Puta que tenís olor a ala, viejo conchetumare...

Una carcajada espantosa emergió del calabozo. Bueno, es cierto. A mi edad, no estoy en condiciones de financiar una pulmonía, así que desde hace un tiempo he optado por ducharme una vez cada dos semanas. Es verdad: tengo olor a axila. Un problema bastante menor, considerando que, como soy una persona que dice LA VERDAD y que va DE FRENTE a las cosas, mi "vida social" es cercana a NINGUNA, y a mucha honra: no tengo tiempo para juntarme a "taquillar" con imbéciles que hablan puras cabezas de pescado. Ahora, jetones, ya sé lo que están pensando: "este viejo debe tener olor a poto también". Para su información, MOLEDERAS, en mi departamento cuento con una invención muy práctica, muy poco moderna, ciertamente, pero por lo mismo EXCELENTE, que se llama BIDET. Así que no, malacatosos: no tengo ese problema, así que vayan callando las risitas ESTÚPIDAS.

Zapatillas de payaso se fue a sentar con sus compinches, orgulloso de su "chiste". Pronto el distinguido grupo empezó a perder el interés en mí. Estábamos en lo profundo de la noche, y el frío se colaba a través de las rejas del calabozo. Pero como yo cuento con otro invento del glorioso pasado, otra cosa "sin onda", como dirían ustedes, me refiero a mi queridísimo paletó, que me regaló la Zoraida en un viaje que hicimos a Buenos Aires en 1970, donde también adquirimos el ahora casi difunto disco del polaco Goyeneche, yo casi nunca siento frío. Los jovencitos, en cambio, enfundados apenas en unas poleras ridículas, con nombres en inglés, dentro de las cuales parecían flotar, no cesaban de dar diente con diente.

MALDITOS JÓVENES. En busca de la nieta perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora