Diègue comenzó a frecuentar lugares en los que posiblemente encontraría a su futura esposa.
Participó en muchos bailes pero ninguna de las jovencitas que se encontraba eran de su agrado. Por encima de la ropa se les veía que lo único que las atraía a él era el dinero de su padre y su pronto titulo.
- ¡No se que hacer! Dios ayudame. No quiero compartir el resto de mi vida con una mujer a la que no amo-
Ahí se encontraba Diègue, en plena catedral llorando y lamentándose por su suerte. Se acercaba la hora de la misa y algunas mujeres llegaban antes para ayudar al clérigo en lo que hiciera falta.
Diègue no se había dado cuenta de la presencia de aquellas mujeres.
De pronto sintió como una mano dulce y delicada le toma el hombro y escucha una voz muy agradable que le dijo - Ha venido al mejor lugar del mundo, sólo Dios puede responder nuestras plegarias-
Al oír esto Diègue asintió con la cabeza y volteó a ver quien le había dado tan sabio consejo.
Sus miradas quedaron congeladas.
Diègue tenía en frente a una hermosa muchacha. Su cabello negro perfectamente tomado y cubierto por un hermoso velo blanco con encajes, piel blanca como la luna y ese precioso vestido verde hacia un bonito contraste con el esmeralda de sus ojos.
Diègue quedó sorprendido ante la belleza de la muchacha y tan solo se le ocurrio presentarse - Mi nombre es Diègue De la Fert- dijo tembloroso ante ella, la mujer más hermosa que había visto en su vida.
Ella le hizó una reverencia a la vez que se presentaba - Es un placer Monseur De la Fert, mi nombre es Emerauld.
Diègue no lo podía creer ¿ Será que pedir a Dios era lo mas acertado que había hecho?
Cruzaron una que otra frase de cortesía y ambos se despidieron. Diègue no se quedó a misa, sino que se fue lo mas rápido que pudo a su casa y así poder hablar con su padre.
Pero cuando llegó al aposento en donde se encontraba su padre, vió un cuadro que lo llenó de tristeza.
Su madre y su hermana se hallaban llorando al lado del lecho de su padre y el doctor guardaba algunos artefactos en su maletín.
-¿Qué ha pasado con mi padre ?- Dijo Diègue olvidándose de cortesía alguna.
Agnès se levantó inmediatamente y corrió hasta los brazos de su hermano. Diègue la abrazó fuertemente y la oyó decir - Nuestro padre a empeorado, el doctor dice que solo le quedan 3 semanas de vida-.
Diègue se entristeció mucho y no pudo evitar que unas lágrimas corrieran por sus mejillas.
Pero en medio de ese momento tan doloroso escuchó una risita algo burlona.
Diègue no se había percatado de la presencia de su primo Ferdinand que se encontraba en una esquina del dormitorio. - Pero que escena mas patética- Dijo el muy desgraciado mientras se acercaba a Diègue. - ¿Por qué lloran ante lo inevitable? El viejo pasará a mejor vida y yo simplemente me quedaré con la fortuna De la Fert- Diégue sintió como una llamarada le recorrió el cuerpo y sin lugar a dudas le propinó 3 golpes en la boca a su primo.
Ferdinand cayó al suelo con cara de no poder creer lo que estaba pasando. Su primo nunca lo había golpeado pero se veía que le afectaba mucho el estado de salud de su padre.
Ferdinand se íba a poner de pie pero Diègue lo levanto del cuello y le dijo - Esta es la última vez que te quiero ver en la casa de mi padre y mucho menos escucharte desear su muerte, porque la próxima vez te vas a quedar sin titulo y sin fortuna porque me voy a encargar de que el que pase a mejor vida seas tu-.
Ferdinand quedó atónito ante las palabras de su primo.
Se llenó de orgullo y se arregló el traje y sin despedirse de nadie se retiró lleno de ira.
Diègue volteó para ver a su madre y a Agnés que yacían aún sorprendidas por la reacción de Diègue.-Madre, hermana, perdónenme, se que no era el mejor momento pero no lo pude soportar- Annette le respondió - Pierde cuidado hijo mío, lo que menos necesitabamos era al parásito de Ferdinand echando nuestros ánimos por el suelo-
Diègue se acercó a su padre y se arrodilló a un lado de su cama.
- Papá, hoy me a pasado algo increíble- le dijo entre pequeñas risas pues se daba cuenta del mal estado de su padre y solo quería subirle el ánimo.
El Duque de Montpellier había perdido la chispa de vida que lo caracterizaba. Su rostro ya no brillaba y sus arrugas se hacían cada vez más notorias.
Ya no pronunciaba palabra alguna.
Solo su mujer podia entenderlo a la perfección y sabía exactamente lo que Alphonse quería con una sola mirada.
El Duque volteó su cabeza en dirección a su hijo y le regaló una pequeña sonrisa.
Diègue continuó diciéndole - He conocido a la mujer más hermosa que te puedas imaginar-
El Duque se limitaba a sonreirle a su hijo pues se notaba el brillo en sus ojos que delataba que esa mujer le habia rostizado el cerebro.
Alphonse se sentía feliz de que su hijo hubiera encontrado una mujer de su agrado y como pudo le preguntó a Diègue - ¿ Y sabes si tiene alguna hermana? - Diègue y todos los presentes rieron al ver que el Duque no había perdido el sentido del humor.
- No lo sé papá, solo se limito a decirme su nombre, Emerauld.-
Annette que estaba atenta a la conversación le preguntó a Diègue - ¿ Pero te ha dicho su apellido hijo? -
- No madre, no me percaté sino hasta ahora que lo había omitido-
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Amor a la Francesa
DragosteFrancia. A nadie parecia importarle que las uniones en aquella época fueran por amor, sino por cuantos francos venían con el novio o su familia. Pero Diègue no estaba dispuesto a ser uno más de la larga lista de los novios casados por conveniencia...