Amelía y Edgar

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Nunca voy a olvidar ese día porque ese día fue el más maldito de todos.
Juro que pude escuchar cómo se rompía mi corazón, y cómo desaparecían cada uno de los pedacitos cada vez que una lágrima salía.

Yo estaba la escuela con Ivanna y sus amigas: Ana, Alma y Mariana.
Curiosamente yo estaba feliz, les estaba platicando sobre Edgar (ellas me habían preguntado). Cuando llegó Amelía con Ana.
Le susurró algo al oído y ambas se rieron, yo le reste importancia. Era mi momento.
Amelía se quedó ahí un rato con nosotras, como esperando algo.
Le pedí a Ana que me acompañara al baño, y Amelía se nos unió.
Amelía dijo que tenía que hacer algo en la oficina de la directora, así que la acompañamos a ella primero.

Era un ramo gigante de rosas esperándola. Enorme.
Y una tarjetita.

Me sentí muy muy feliz por ella, había encontrado a alguien que la amaba.
Amelía recibió las flores y le pidió a Ana que le tomara varias fotos, yo le pedí que si podía leer la tarjeta.
Ella dudó. Dudó mucho. Y dijo que no.
Ana la miró, Amelía dijo que sí.

Ya estábamos con Ivanna y las otras cuando tomé la tarjetita para leerla.
Vi el sobre.
Oh Dios mío, era su letra.
Era su maldita letra.
No puede ser de él, dije para mí misma.
Pero abrí el sobre. Y leí cada una de esas jodidas palabras.

¡Le dijo que la quería! Carajo, le dijo que la quería a ella.
Me dolió el pecho.

Edgar le había mandado 42 rosas rojas a Amelía. Algo que por cierto nunca me mandó a mí.

La miré con los ojos llorosos y evitó mi mirada, miró hacia otro lado.

Tomé a Ana de la mano y corrí al baño y en el baño estallé en llanto.
Estaba loca, yo estaba loca. ¿Cómo me pude haber creído tanta fanfarranería de Edgar? Sólo me quería para... Ni siquiera puedo describirlo, me siento usada, y traicionada de mil maneras.
Ana trató de calmarme, yo estaba llorando y no podía respirar, sentía el pecho... No, no sentía nada.
Amelía nunca llegó a consolarme o darme una explicación. En serio estaba disfrutando de las 42 rosas que el chico del que yo estaba enamorada le había enviado.
No sabía con quién enfadarme más. Simplemente me dolía, duele.

Escuché la campana que indicaba que nuestro tiempo libre se había terminado, y recordé que teníamos examen.
Yo no quería salir del baño. Le pedí a Ana que se fuera a contestar su examen, que yo me quedaría. Pero pasados 10 minutos del timbre llegó una maestra por mí. No tuve opción.

Entré al salón de clases y todos me miraban con mala cara. Claro, Amelía estaba llorando.
Mi furia, toda mi furia que tenía guardada, salió.
Pero no quise hacerme notar. No, no quería darles lástima o una razón para atacarme.
Amelía tenía a todo el mundo de su lado.

Contesté el examen lo más rápido que pude, sólo para ir de nuevo al baño a llorar.
Y de nuevo ella no llegó a darme explicaciones. Me sentía idiota.

Esa tarde, después de clases, mi mamá preguntó el por qué de mi cara larga. Y le conté. Obvio no con detalles pero tenía que sacarlo.

Mientras comíamos, mi teléfono no dejaba de sonar con llamadas y mensajes de texto. Pero no eran de Amelía.
Eran de Edgar.
Vete mucho al carajo, pensé.
Pero mi mamá insistió en que tenía que hablar con él, casi me obligó a invitarlo a mi casa. Lo invité.
Y llegó en 10 min.
No quise hacerlo pasar, no quería tener ningún contacto con él. Sólo quería una explicación y después lo mandaría a volar muy lejos de aquí.

Le pedí una sola explicación y en vez de dármela, comenzó a llorar.
Maldito cobarde.
En sí no me dió ninguna explicación que me complaciera, pero era el único interesado en dármela.
Dijo cosas incoherentes como "Era el último adiós", "Lo hice para olvidarla y dejar todo atrás", "Tenía que dejar de amarla para amarte a ti".
Mierda Edgar, ibas bien.

Me pidió una última oportunidad de hacer las cosas bien, y yo, como la estúpida enamorada de un pendejo que era, se la di. En bandeja de plata.

Amelía y yo no hablamos por días, hasta que me harté del silencio y de que todos estuvieran insistiendo e insistiendo en que la perdonara y cosas como esas, y yo le hablé primero.
Pero no vi entusiasmo de su parte. Ella ya no era mi amiga.

Nunca volvimos a hablar.

Y no sabes, carajo,... No sabes lo mucho que me haces falta.
Te extraño, y hubo noches enteras que lloré la pérdida de nuestra amistad.
A lo mejor eso había superado el hecho de que te enamoraras de Edgar, pero... tú eres tú, y yo soy yo.
Sé que tienes nuevas amigas, nuevas mejores mejores amigas. Y que me odias por haberte hecho a un lado, pero...
Te necesito Amelía, no sabes cuánto.

Causa y efectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora