Edgar

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Después del rompimiento, me sentí sola.
Andrés hizo que me sintiera menos sola, pero él vive muy lejos de mi. Me seguía sintiendo sola, y vacía.

Me rogó que volviéramos. Una sola vez. Lo corté sin más, yo creo que tenía el derecho de hacerlo. Era necesario que él avanzara y se olvidara de mí.

De igual forma, ya le había dado mis razones, las verdaderas. Pero su insastifacción continuaba, quería más respuestas.
Yo también las quería. A decir verdad, aún no sé con exactitud por qué carajos terminamos.

El día en que terminamos, en realidad yo no sabía que íbamos a terminar.
De hecho, ese día teníamos planeado ver películas y comer pizza.
Pero salió.
Y no pude remediarlo, ya no había marcha atrás. Estaba dicho.

No eres tú soy yo.
No soy la chica ideal para ti.
No soy por quien deberías gastar tu dinero para llevarla a París, no soy esa chica.
Ya no funcionamos bien.
Te quiero, pero no como tú lo haces.
Quisiera amarte así de mucho como tú me amas a mí, pero no puedo.
No quiero hacerte más ilusiones.
No podemos.
No quiero.
Se acabó.
No...

Mientras le daba mi discurso sin sentido, él sólo lloraba y lloraba, en silencio.
Le pedí que buscara a alguien mejor. Alguien que supiera amarlo.
Pero que idiotez.

Tuve miedo.
Tengo miedo.

No sabía –y no estoy segura de saber– aún el significado de amar a alguien, yo lo lastimaba, y él no se daba cuenta, que era lo peor.
Pero eso sólo es un pequeño motivo, yo creo.

A pesar de todo, creo que terminamos bien. Digo, sé que si lo necesito él estará para mí, y viceversa.
Juro que si escucho su voz a través de la bocina del teléfono, o su risa, tendría que dar todo de mi por no decirle que lo amo, que lo lamento y que volvamos a estar juntos.

Orgullo, le dicen.

Yo lo terminé; no sé si es correcto que le pida que vuelva a mis brazos cuando yo se los cerré.

Pero, ¡te necesito!
Mierda, cuánto te necesito.

Lo siento por no haber sido capaz de regresarte todos los suéteres que me prestabas, aunque creo que ya no les queda nada de tu olor. Todos nuestros recuerdos los guardé en un cajón –porque mi mamá quería vender tu ropa–, y ahí seguirán hasta que yo lo decida.

Espero que tu corazón aún no esté roto, espero que me hayas guardado un pedacito para luego.

Causa y efectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora