Llega un joven héroe del norte ¡Rock Coldbear a escena!

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Era un día brillante y caluroso en el mercado de Smithia, la zona comercial más grande del país de Zacran, cerca de la frontera con el pequeño reino de Fallatia. Aquel lugar estaba lleno de múltiples comercios, establecimientos de todo tipo y de gran cantidad de gente, tanto vendedores como consumidores, pues dicho mercado era el abastecedor más importante para los pequeños y lejanos países del norte del continente Daruness.

—¡Este lugar es inmenso! ¿¡Cómo salgo de aquí?!—El chico de corto cabello azul, suavemente despeinado dirigiendo las pequeñas puntas en todas direcciones y ojos de un celeste cristalino miraba confundido aquel lugar.

Era un muchacho de piel blanca, con 16 años de edad, de una estatura de 1.73 m y con un cuerpo delgado, pero bastante tonificado. Vestía un chaleco gris, con un gorro en la parte de atrás, una camiseta negra de mangas cortas, guantes y pantalón de lana grueso color marrón oscuro, con un par de botines de piel; en su mano derecha tenía una pulsera de plata con su nombre. Provenía de la villa helada de Risko, ubicada en el país de Glacia, la nación más alejada en el extremo noreste del continente. Por ello mismo, el chico no estaba acostumbrado a ver tanta gente concentrada en un solo lugar: su villa natal, y su país, carecía de sobrepoblación.

Ya había llegado a aquel sitio, Smithia, dos horas atrás; sin embargo, al estar en un lugar lleno de gente y comercios, se distrajo, perdiendo el mapa que llevaba con él, lo cual agravaba el problema pues el muchacho no era conocido por tener una buena orientación. Preguntó a varias personas sobre el camino que debía seguir para llegar a Fallatia, pero la gente le daba indicaciones largas y confusas que él no entendía muy bien. Así, el chico peliazul siguió caminando por decenas de minutos hasta que escuchó algo que llamó su atención.

—¡Por favor! ¡Denme unos días más! ¡He tenido que comprar comida a mi pequeño nieto y por eso me he quedado sin dinero!—Suplicaba el viejo artesano a tres hombres ataviados con uniformes reales.

La vestimenta de estos tres sujetos consistía en una armadura de color gris que cubría el torso, botas y guantes metálicos y un casco para cubrir la cabeza y la nariz. Los brazos y las piernas estaban cubiertos sólo por tela negra ajustada al cuerpo. Por estos atavíos y la insignia que sus armaduras tenían grabadas en el pecho, una corona bajo la cual salía un tronco de roble y a su lado dos pergaminos en el que se leía "nuestro" en el izquierdo y "mundo" en el derecho, se sabía que aquellos hombres pertenecían al ejército del reino de Fianna.

—Ese no es nuestro problema, anciano. Bien sabes que todos aquí deben de pagar su tributo al gran rey Aitor.— Respondía uno de los soldados a la anterior súplica del anciano.

—Por favor ¡Juro que pagaré!—continuaba el hombre mayor, al punto del llanto.

—¡Ya te dije que eso no nos importa!—Gritó el guardia y lanzó una patada al estómago del anciano, haciéndolo caer al suelo en seguida.

Los otros dos hombres al servicio del reino caminaron hacia el pequeño puesto de artesanías de madera del viejo y lo destruyeron, pisoteando las figurillas que allí se encontraban. El líder del trío continuaba sometiendo al anciano tirado en el suelo, mientras el resto de las personas solo veían horrorizadas o pasaban de largo. Todos allí sabían que era peligroso meterse con el reino de Fianna, todos temían al rey Aitor. Desde que aquel monarca había llegado al poder, 5 años atrás, había tomado el control de la mayor parte del continente, exceptuando las insignificantes tierras del norte y algunas pequeñas ciudades sin importancia a lo largo de Daruness. En el pasado muchos habían tratado de enfrentar a Aitor, pero nadie había conseguido salir con vida. Incluso se rumoreaba que el rey en realidad era un demonio. Regresando a escena, el soldado que golpeaba al anciano estaba dispuesto a acabar con él dándole un fuerte puñetazo en la cabeza, sin embargo el rápido movimiento fue detenido por una blanca mano.

—Mi mamá me enseñó que hay que respetar a la gente mayor ¿La tuya no te enseñó lo mismo?—Dijo el chico peliazul en un tono desafiante, aun sosteniendo el puño del soldado.

—¿Quién rayos eres tú, mocoso entrometido? ¡Te enseñaré a no interferir en los asuntos del reino de Fianna!—Dijo el guardia enfurecido.

Pronto el soldado comenzó a atacar al muchacho, pero sin éxito. El chico peliazul tenía ágiles movimientos. Los otros dos hombres se unieron al ataque, sacando sus espadas para atacar, pero el resultado fue el mismo, pues el joven evadía todas sus movidas. Entonces el trío cesó sus ataques y se posicionaron en cuclillas, poniendo, los tres, ambos puños sobre el suelo.

—Eres un muchachito soberbio y con suerte, pero hasta aquí llegó tu buena fortuna. Siente el hambre de la tierra: ¡Devorando!—exclamó el líder del trío.

—¡Ahhh! ¿Qué demonios está pasando?— El chico sintió como se iba hundiendo en el suelo, que se había transformado en una zona inestable, muy similar a la arena movediza. Literalmente se lo estaba tragando la tierra. La gente cercana estaba sufriendo el mismo destino.

Los soldados estaban riendo, sin despegar las manos del suelo. El joven de cabellera celeste vio cómo la gente se estaba viendo involucrada, por ello supo que tenía que actuar rápido. Entonces la tierra se comenzó a endurecer: se estaba congelando. Los soldados vieron aquello y su rostro cambió, De repente, el muchacho salió de un salto, rompiendo el hielo, y en el aire extendió su brazo derecho con la palma abierta mientras lo sostenía con la mano izquierda. En la palma del chico se comenzó a acumular una especie de energía entre blanca y azul, luminosa y fresca.

—Es momento de que aprendan su lección, señores. Sientan el frío polar e inclínense ante él: ¡Ártica!

Cuando el muchacho terminó de hablar, aquella energía se lanzó con velocidad hacia los tres hombres que no pudieron escapar. El poder salió como una gran ventisca; viento frío y restos de nieve podían verse y sentirse. Cuando esta ventisca entró en contacto con los soldados, éstos se congelaron rápidamente, quedando como una escultura de hielo, atrapados en un concreto bloque transparente.

Todo parecía haber terminado, la gente seguía observando con asombro, pero no por mucho tiempo, pues los transeúntes que estaban más atrás continuaron con su rutina después de un par de minutos. En cuanto al chico, se acercó al viejo hombre al que le había ayudado para asegurarse de que estaba bien.

—Joven, muchas gracias. Aunque puedes tener problemas ¿Acaso no te fijaste que esos hombres eran de Fianna?—Dijo el viejo artesano, un poco impactado por el atrevimiento del chico.

—No hay problema, señor. Y realmente no importa quien sea, yo no puedo permitir las injusticias—sonrió el joven. Era verdad, no tenía mucha idea de con quién se estaba metiendo, pues su lejana villa no estaba influida por el poder del reino de Fianna y apenas, hasta unos meses atrás, había enfrentado a miembros de ese reino. Y, aunque tuviese noción de ello, igual habría ayudado, él era así, su madre había inculcado grandes valores en él. —A propósito ¿Usted sabe cómo llegar a Fallatia?— Aprovechó el muchacho para preguntar, pues tenía un destino al que debía acercarse.

—Claro, mi aldea queda en camino hacia allá. Aunque aún está demasiado lejos, pero te puedo acercar a tu destino. Por cierto, muchacho ¿Cuál es tu nombre?

—Me llamo Rock Coldbear ¡Vamos entonces hacia allá ahora mismo, señor!—contestó el entusiasmado muchacho.

—Pues me gustaría hacerlo, pero hay un pequeño problema...no me puedo mover.

El anciano aún seguíaatrapado en la capa de hielo, al igual que el resto de la gente que había sidopreviamente atrapada por la tierra. El muchacho miró avergonzado y luego soltóuna enorme carcajada. 

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