Epílogo

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Suspiró mientras miraba la fecha de su móvil.

De nuevo era ese día.

—             Hoy se cumplen tres años de esa noche — murmuró quedo, alzando su mirada que vio reflejada a través del espejo retrovisor de su automóvil.

Con las imágenes dispersas en su memoria, desabotonó su camisa y la deslizó sobre sus hombros para ver la cicatriz que permanecía sobre su piel y que se negó a desaparecer quedando como un recordatorio del peor dolor que había sentido en toda su vida.

Pero había logrado sobrevivir esa noche, por lo que no desaprovechó esa segunda oportunidad de vida trabajando duro para salir adelante y ser el hombre que ahora era, uno que estaba cumpliendo todos sus sueños, uno que veía todo de manera positiva y vivía al momento sin dejar de tener una sonrisa sincera en sus labios.

No fue fácil, pero lo había logrado.

—             Basta, es mejor que me apure o llegaré tarde — dijo con una risa sutil, lanzando los malos recuerdos fuera de su mente que pronto fueron sustituidos por las buenas memorias.

Haciendo caso a sus propias palabras y viendo que se hacía más tarde, abotonó de vuelta su camisa y peinó sus cabellos negros para salir de su auto una vez que se colocó su abrigo. Una vez fuera, el frío otoñal de la ciudad de Tokio acarició su rostro provocando que su cuerpo temblara, pero sin ser capaz de borrar la sonrisa que se dibujaba en sus labios mientras caminaba al interior de aquel recinto que tenía la fachada de una bodega al estilo minimalista.

—             ¡Bienvenido a la Casa del Arte! — lo recibió una joven mujer vestida con un kimono en la recepción de entrada, saludándolo con una reverencia que él de inmediato regresó por educación. — Esta noche tenemos exposiciones de dos artistas. El primero es Kaito Saitama con su colección Sora, y el segundo es-

—             Lotus, lo sé, he sido invitado personalmente a ella — del bolsillo de su abrigo sacó dicha invitación, haciendo que la chica asintiera un poco apenada mientras le señalaba el camino que debía seguir para llegar hasta ahí. — Muchas gracias, pasa una excelente noche.

Con el buen humor y la emoción remolineándose en su estómago, caminó por los pasillos de aquella bodega que durante esa noche se había transformado en un hermoso lugar que albergaba aquellas pinturas y esculturas que eran capaces de erizar su piel ante la gran carga de sentimientos que el artista transmitía en cada una de ellas.

Fascinado por lo que sus ojos veían, continuó recorriendo cada uno de los pasillos hasta que algo capturó su completa atención, o más bien dicho: alguien.

—             No lo puedo creer — murmuró para sí, acercándose a esa persona hasta que comprobó que era quien él imaginaba. — ¡Jongin, estás aquí!

Ante lo fuerte que sonó su voz, el moreno giró e inmediatamente le mostró una sonrisa a la par que se acercaba a él y se saludaban con un entrañable abrazo que demostraba el lazo que se había forjado entre ellos.

Porque jamás podría olvidar todo lo que él hizo para ayudarlos.

—             Mira a quien tengo frente a mí, ¡al testarudo de Park Chanyeol! — ambos se separaron de ese abrazó y rió suave al escucharlo. — Diría que es una sorpresa verte, pero en verdad no lo es porque eres tú el primero que debería estar aquí.

—             ¡Pero para mí sí lo es! ¿Cuándo es que saliste de prisión y por qué yo no lo sabía? Y lo más importante, ¿qué estás haciendo aquí en Japón? Aunque me lo imagino — preguntó con un exceso de emoción en su voz que no pudo controlar ante la sorpresa, felicidad y alivio que sentía al ver a ese hombre frente a él.

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