4.

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No sé por qué habría pensado lo contrario, pero no lo decía en broma.

—Veinte flexiones más, vamos—grita Reagan, con una mano en la cadera. Las chicas se quejan pero obedecen como pueden.

Las miro con preocupación.

—Descansad cinco minutos—les digo entonces, y se tiran al suelo.

Reagan se gira hacia mí con desconcierto.

—No, ya han descansado suficiente.

Confundidas, las chicas vuelven a incorporarse, reanudando las flexiones.

—Deja al menos que beban agua—insisto.

—¡Dios, líbrame de este infierno! —exclama Brenda, bocarriba en el césped.

—Los ganadores no necesitan pausas—me contesta Reagan, apartándome de su camino.

Dejo la boca abierta. Veo al entrenador abrir mucho los ojos, mirándonos con disimulo. No es el único: ahora todas las chicas nos observan con cautela, como si cualquier paso en falso pudiese ser el principio de una tragedia. Miro a Reagan con la mandíbula tensada.

—No me empujes.

Entonces se queda quieta, para luego ladear la cabeza. Me dedica una sonrisa y yo frunzo el ceño cuando cede con un:

—Tienes razón.

—Gracias—respondo, irritada.

—Igual sí es hora de refrescarse un poco—continua, asintiendo—. Espera, yo te ayudo.

Entonces coge su botella de agua y vierte todo el contenido restante sobre mi cabeza. Abro la boca a la vez que suelto un sonido de incredulidad.

—Uhhhh, no lo ha hecho—murmura Dom, casi divertida. Diana y ella prestan atención como si de un reality se tratara.

Me aparto el agua de los ojos, y cuando los abro puedo ver la sonrisa complacida de Reagan. Seguro que esto no le hará tanta gracia.

Tenemos las fuentes al lado, así que abro una, me lleno las manos como puedo y comienzo a tirarle agua. Le empapo la camiseta mientras ella grita con desconcierto. Sarah se lleva una mano a la boca. Brenda contempla la escena, todavía en el suelo.

Reagan abre otra fuente y ahora ambas nos estamos tirando agua sin parar. Llega a un punto en que ni siquiera sé a dónde estoy apuntando y tengo los calcetines inundados. No sé cuánto tiempo llevamos así cuando el entrenador hace sonar su silbato. Sólo nos detenemos cuando viene hacia nosotras.

—¡Ha empezado ella! —me acusa Reagan, señalándome. La miro, incrédula.

—¡Eres una mentirosa!

—¡Y tú una negada!

—Dictadora.

—Seguidora.

—¡Sádica!

—¡BASTA! —Williams pega un grito que se oye en todo Ohio. Nos callamos de inmediato, y yo me cruzo de brazos porque no sé qué hacer con las manos. Si las miradas matasen, Reagan ya estaría en el infierno.

Señala hacia su puerta, furioso.

—A mi despacho. ¡Ahora!

Soy la primera en seguir al entrenador. Reagan se pone a andar más rápido para avanzarme, y yo hago lo mismo.

Nos sentamos en las sillas frente a la suya, goteando. Williams pone sus manos sobre la mesa. Yo pego un bote, mientras que Reagan tiene una mano en la frente y lo está mirando, inexpresiva.

Being number one {EDITANDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora