8.

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—Veamos cómo lo hacéis.

Reagan me dedica una mirada cómplice mientras nos dirigimos hacia el campo. Hay algunas personas jugando, pero se marchan en cuanto una de las chicas les ordena que lo hagan. Trago saliva.

Reagan las fulmina con la mirada. Y ahí viene su frase estrella:

—Acabemos con esto.

—¿Será esa tu frase del anuario? —murmuro para que sólo ella me oiga.

Finge una sonrisa. Entonces se saca el jersey y me lo tira, de forma que cae sobre mi cabeza. Me lo quito de encima y lo dejo colgado por ahí, para después apartarme los pelos despeinados de un soplido. Si estuviésemos en una situación normal se lo lanzaría a la carretera, pero ahora mismo no tengo otra opción que estar de su lado.

—Ponte de portera—me dice entonces, convencida. Yo sonrío para no reírme, casi perpleja.

—¿Qué eres? ¿Nueva? ¿En qué mundo soy buena portera?

Se gira para mirarme, y me habla deprisa.

—En mi mundo, puedes parar cualquier balón que provenga de esas chicas si crees que puedes hacerlo. ¿Te parece suficiente?

Tras unos segundos en los que no puedo evitar morderme las uñas, termino accediendo, conformándome con lo que hay. Que sea lo que el fútbol quiera.

Reagan es la primera en chutar, con la abusona número uno como portera. Se echa hacia atrás y luego le da al balón. No obstante, cuando lo hace, este se sale del marco de la portería. Ellas ríen como urracas, repitiendo "el Campeonato Nacional", lo cual la enfurece por completo.

Me coloco en la portería, arremangándome el jersey. Me sacudo las manos, no dejan de temblar. ¡Yo juego con las piernas, no con las manos!

La abusona número dos me mira como si me fuese a merendar con galletas, pero yo me mantengo en mi sitio. Le da a la pelota con una fuerza excesiva considerando que no llevo guantes, y yo me deslizo rápidamente hacia la izquierda y le doy un golpe con la mano, evitando que entre.

Reagan junta las manos, aliviada, y yo contengo una sonrisa. Finjo que no es para tanto, pero por dentro estoy chillando. Me aparto de la portería, y mi compañera se dirige a medio campo. Tengo ganas de morderme las uñas, pero no lo hago. Reagan hace ademán de darle al balón con la izquierda, pero en el último momento chuta con la pierna derecha y la pelota entra en la red antes de que la chica sepa lo que ha pasado.

Reagan alza los puños y yo doy un gran salto. Las chicas suspiran, negando con la cabeza. Se acercan para darnos los papeles.

—Bien jugado—reconoce una de ellas.

Me dispongo a darles las gracias, pero soy interrumpida por un:

—Que os den.

Reagan coge su jersey y con la mano libre les enseña el dedo de en medio. Salimos de ahí partiéndonos de la risa. Me cubro la boca.

—¡Les he dicho que les den! —exclama. Suelto una carcajada.

—Yo iba a darles las gracias—reconozco. Me mira sin dar crédito, y se ríe.

Entonces miro la hora en el móvil, y luego a Reagan. Entrando en pánico, la informo:

—El partido empieza en cinco minutos.

Echamos a correr hacia las oficinas, donde, por suerte, ya no hay cola. Entregamos los papeles tras aclarar un par de cuestiones, nos marchamos de vuelta al instituto y en ningún momento dejamos de correr.

Por fin llegamos a la entrada del campo, donde oímos a alguien hablar. Identifico a la dueña de la voz: es la entrenadora del equipo contrario, quien dialoga agitadamente con Williams, comprobando su reloj. Llegamos diez minutos tarde.

Jugamos en casa, lo cual nos da una clara ventaja, pero no podemos confiarnos.

—Bueno—anuncia la entrenadora—, si no aparecen, supongo que...

Corro hacia ellos, gritando y agitando los brazos.

—¡Estamos aquí! Hemos llegado.

Las chicas del equipo nos observan, entre confundidas y aliviadas. Yaz... bueno, ella simplemente está confundida. El entrenador nos señala los vestuarios con saña, y nos cambiamos a la velocidad de la luz, saliendo en menos de dos minutos.

El árbitro hace sonar el silbato. Y yo quiero más, porque esto es por lo que vivo.

El partido termina y todas nos abrazamos y empezamos a saltar, hemos ganado cuatro a tres. Este día ha sido una locura, y eso sólo hace que ahora la victoria sepa todavía mejor.

Subo hacia las gradas para saludar a mi familia, los cuales están sentados con Yaz. Con discreción y quizá algo de recelo, esta última me dice:

—¿Qué te ha pasado con Reagan?

Yo suelto una risa, pensando en ello.

—La verdad es que ha sido muy gracioso...

Me dispongo a explicárselo cuando oigo que alguien me llama por mi apellido. No me doy la vuelta, sé perfectamente de quién se trata.

—Ahora vuelvo—le digo a Yaz, y casi siento que me estoy disculpando.

Bajo las gradas de dos en dos y doy un salto cuando llego a la última. Reagan me espera al pie de éstas. Se ha soltado el pelo tras el partido, y le cae sobre la espalda, voluminoso y escalado. Tiene su móvil aplastado en la mano, y los auriculares enredados.

—¿Qué pasa?

Me fijo en su expresión. Es como si quisiera parecer molesta, pero termina sonriendo hasta que sólo muestra confusión, su piel brillante por el sudor.

—Es que, hay algo que no entiendo—empieza. Sé por dónde va, pero no digo nada—. Al final del partido, cuando hemos pasado a la ofensiva, yo tenía que asistirte. ¿Por qué me la has vuelto a pasar?

Me encojo de hombros. Sabía que me lo preguntaría. Por aquella razón, Reagan nos había sacado del empate. El gol de la victoria.

—No lo sé. Supongo que ha sido mi instinto.

Ella ríe entre dientes, asintiendo con la cabeza. El sol le está dando directamente en la cara y, desde mi punto de vista, tiene un aspecto casi hermético, inquebrantable.

—Deberías hacerlo más a menudo. Chuto mucho mejor que tú.

Ruedo los ojos. Se da la vuelta cuando su madre la llama, preguntándole si está lista. Reagan me mira de nuevo, sus ojos negros y las cejas despeinadas.

—Bueno, tengo que irme. Nos vemos.

Su tono es el mismo indiferente de siempre, aunque con un matiz distinto. Me despido con la mano y me vuelvo, viendo cómo Yasmin me contempla desde las gradas. No parece contenta.

Y me pregunto, ¿qué está pasando? 

Being number one {EDITANDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora