34.

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Estoy mirando a todos lados. Nos encontramos frente a la puerta que da a la piscina del hotel. Sin embargo, creo que puedo decir con seguridad que esta chica está loca, porque todo lo que hace es sonreír mientras busca la llave exacta, como si el simple hecho de estar haciendo algo arriesgado la divirtiera.

Me rasco el brazo.

—¿Estás segura de que esto es una buena idea?

Se gira a mirarme sólo un segundo.

—No—admite, y me quedo flipando—, pero yo nunca tengo buenas ideas.

Por fin, la puerta se abre y Reagan ríe perpleja, mirándome como si se hubiera pasado todos los niveles de un videojuego. No puedo evitar sonreír.

No os voy a engañar: esta situación, con la piscina a esta hora, azul y lúcida, en la noche oscura de Nueva York, probablemente sea lo mejor que me ha pasado nunca. Y no exagero ni un poco. Sea como sea, no dejo de estar nerviosa. Aunque empiezo a pensar que no es por el miedo a que puedan pillarnos. De hecho, eso ni siquiera me preocupa ahora mismo. Sólo sé que no quiero que esto acabe.

Dejamos las toallas en una tumbona cualquiera.

—¿Está muy fría el agua? —me pregunta. Me acerco para meter sólo el pie.

—La verdad es que no, está bastante...

Lo próximo que siento es a Reagan empujándome y caigo a la piscina. Puedo escuchar sus carcajadas incluso bajo el agua. Saco la cabeza y me peino el pelo hacia atrás. No me puedo creer que haya caído en eso.

—¡Eres una matona!

Intento que suene como una queja, pero en realidad me está haciendo mucha gracia. Ella sigue riendo, hasta aplaude con las manos. Le hago un gesto para que calle, sin ocultar mi sonrisa.

—En serio, para—finjo malestar mientras me acerco al borde—. Creo que me he hecho daño de verdad, en el ojo. ¿Está muy rojo?

Deja de reírse y se pone de cuclillas para echarle un vistazo. Me pongo nerviosa pero logro estirarla del brazo, causando que caiga estrepitosamente dentro. En cuanto emerge del agua con un "te vas a enterar", ya está jugando a hundirme. No es la primera vez que me siento así, como si volviera a tener doce años. Como aquel día que se quedó a dormir en mi casa, y saltamos en mi cama. Casi lo había olvidado.

Al cabo de un rato nos calmamos o nos cansamos, así que paramos, riendo y recuperando la respiración. Apoyamos los brazos en el borde de la piscina. Recuerdo que antes, en el Times Square, Dom me dijo que Reagan se había puesto colorada cuando la abracé al terminar el partido. Yo puse los ojos en blanco y le dije que seguro que estaba roja por todo el esfuerzo. Pero, ¿la verdad? Todo dentro de mí deseaba que estuviera en lo cierto.

—¿Por qué me has dicho de venir? —me atrevo a preguntar, con inocencia—¿Diana ya estaba durmiendo?

Parece que la pillo por sorpresa, porque se piensa un poco su respuesta.

—Tal vez me apetecía intentar ahogarte.

—Tiene sentido—digo asintiendo, pero ella se me queda mirando con una sonrisa.

—No sé. La verdad es que esto del CNFF...

—Creía que nadie lo llamaba así—la interrumpo, con las cejas alzadas. Ella rueda los ojos y me mira en plan "no hagas que me arrepienta", pero termina escondiendo su cara.

No sé explicar lo que siento al darme cuenta de que sí, está roja de verdad.

Reanuda su frase.

—Esto del CNFF es una pasada, y me siento tan orgullosa de que hayamos llegado hasta aquí, porque nos lo hemos currado un montón para conseguirlo. Pero supongo que me apetecía pasar un rato con mi co-capitana, a solas.

Aprieto los labios, notando cómo se me acelera el corazón. Ni siquiera sabía que eso pudiera pasar aparte de cuando haces ejercicio, o tienes mucho miedo.

Al cabo, digo:

—¿Sabes qué? El día que dormiste en mi casa, y te ayudé a estudiar Psico... Me fascinó lo claro que tienes que te quieres dedicar a eso. Pero sobre todo me hiciste pensar un montón, con el tema de Derecho, y si realmente es lo que quiero hacer con mi vida—me escucha atentamente, con el ceño fruncido—. Lo he estado pensando, y creo que quiero ser profesora.

Levanta una ceja.

—No me digas que de Psicología—suelta, y yo me río, negando con la cabeza.

—Ni hablar. De Literatura—admito, sonriendo. Me encojo de hombros—. Estar fuera del equipo fue una mierda, pero me hizo darme cuenta de lo mucho que disfruto cuando leo, e incluso cuando escribo.

—¡Eso! —parece recordar algo, aunque no sé el qué—¿Se puede saber cuándo me vas a enseñar lo que escribías en la piscina?

Abro mucho los ojos y ladeo la cabeza.

—¡Cuando lo termine! En fin—miro hacia otra parte—, el caso es que a saber dónde habría acabado de no haber tenido esa conversación. En un lugar en el que no pertenezco, eso está claro. La conversación que tuvimos me hizo pensar en lo que realmente quiero. En realidad, siempre me haces pensar.

—Y tú a mí—dice pocos segundos después, como una confesión. Hay silencio durante lo que me parece una eternidad, pero no me incomoda. Lo cual es genial, porque sinceramente, no tengo ni idea de qué decir—¿Haley?

Se muerde el interior de la mejilla, sin saber si decirlo o no. Yo tan solo me quedo en silencio, a la espera. Y para cuando hablo, es casi con cansancio, como una exhalación.

—¿Qué?

—¿Recuerdas el viaje en autocar hasta aquí? Cuando hicimos la parada, y luego Sarah me pidió que me sentara con ella.

Asiento con la cabeza.

—Claro que me acuerdo—contesto, sorprendida de que ella lo recuerde.

—Me habría sentado contigo.

Bueno, se acabó. Estoy segura de que ahora mismo Yasmin, Dom y Liam estarían jodidamente eufóricos. Supongo que han conseguido lo que querían. Porque sí, contra todo pronóstico: estoy completa e irrefutablemente enamorada de Reagan Cooper.

Después de que diga eso nos quedamos mirando, durante más tiempo del que nunca ha pasado antes. Vuelvo a recordar cuando Yaz me dijo que si dos personas se quedan mirando durante tantos segundos, es porque se van a besar, pero este no es el caso. Y Reagan se empieza a acercar, pero sé que no va a pasar. Quiero decir, es imposible.

No va a pasar, qué va.

Pero de repente, como si un rayo nos atravesara, ocurre. Y siento sus manos en mis mejillas, y nos estamos besando. Nunca he estado en esta situación con alguien que me gustara, y no sé qué hacer con mis manos. Pronto pongo mis dedos alrededor de su cintura, y me doy cuenta de que ella también está nerviosa.

No es un beso sucio y descuidado con un chico en una fiesta. Es pausado y es gentil, y agradable. Me acaricia el pelo por detrás de las orejas, y yo rodeo su cuello con mis brazos. Se aparta para sonreírme, dejando algunos besos en mi mejilla y en mi cuello, y la abrazo antes de dejar que nuestros labios se encuentren de nuevo. 

Being number one {EDITANDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora