6.

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Me saco los cascos cuando veo a Sarah y Dom llegar al campo. Nos sentamos en los bancos junto con las demás y nos ponemos a charlar, mientras esperamos al entrenador. Estoy dándole un mordisco a mi bocadillo cuando Diana me llama la atención.

—Oye, ¿cómo fue el trabajo con Reagan? —entonces abre mucho los ojos, como imaginándolo—Una pesadilla, supongo.

Río un poco y niego con la cabeza. Por alguna razón, no me apetece hablar mal de ella a sus espaldas. Vale, no es como si no lo hubiese hecho antes, y seguramente ella también lo hace, pero yo qué sé. ¿Por qué si tienes algo que decir sobre alguien no puedes simplemente decírselo a la cara?

—Hablando de la reina de Roma—canturrea Dom.

Reagan sale del vestuario y se acerca hacia nosotras, con su típica cara de pocos amigos. Me pregunto si le habrá pasado algo. Me pregunto si tal vez siempre está de mala leche por alguna razón.

Me cuesta ocultar mi sorpresa cuando se sienta a mi lado. Ni siquiera dice nada. Nuestras piernas se están tocando, pero no se mueve. La miro, pensando que tal vez debería hacer alguna broma sobre la tarde anterior, pero todo lo que se me ocurre me resulta ridículo y tampoco me está mirando, de todos modos. Tiene la mirada clavada en su móvil, su pelo recogido en dos trenzas de raíz. Vuelvo a girar la cabeza y es entonces que caigo en algo. ¿Por qué no me he apartado yo?

—Bueno—la voz proviene del entrenador, que por fin ha llegado—, como ya sabéis, se acerca el primer partido de la temporada. ¿Y qué es lo que vamos a hacer?

Brenda levanta la mano. Él rueda los ojos.

—Por favor, no digas "participar y hacerlo lo mejor posible"—le pide él, impaciente. Brenda baja la mano lentamente—. ¿Qué es lo que vamos a hacer?

—Ganar—respondemos todas casi a la vez.

—La respuesta era "crujirles los huesos", pero me sirve—asiente para sí mismo.

Una vez hemos calentado, Williams nos indica que nos coloquemos en las posiciones que hemos acordado. Estamos practicando la ofensiva, que consistirá en un dos contra uno. Reagan, Dom y yo somos las delanteras; extrema, segunda punta y centro, respectivamente. Es indispensable que estemos atentas las unas a las otras, así que no doy crédito cuando Dom le hace un pase a Reagan, que tiene que asistirme, y el balón pasa de largo porque se está mirando las uñas.

Me acerco a ella, haciendo un gesto hacia el balón perdido.

—¿Qué ha sido eso?

Lejos de alterarse, Reagan suspira y cruza las manos detrás de su cuerpo, haciendo un estiramiento.

—Ya te dije que no me gusta esta táctica. Mi instinto me está diciendo que la vamos a cagar.

—¿Tu instinto? ¿Qué es esto, Teen Wolf?

Reagan niega con la cabeza. Parece estar a punto de reír, pero no llega a hacerlo.

—Anderson, dijiste que la cambiarías.

No, te dije que Williams lo decidiría, y eso es lo que ha hecho.

Entonces frunce el ceño, poniéndose recta.

—No puedes hablar con él tú sola, yo también soy capitana. Debería oír mis aportaciones.

—¿¡Qué aportaciones?! Lo único que dijiste es que era predecible.

—Bueno, lo es.

Estoy a punto de tirarme de los pelos, y tengo que masajearme la frente para calmarme. Fuerzo una sonrisa, reanudando la conversación.

—¿Realmente tienes alguna aportación, o sólo me llevas la contraria para sacarme de quicio?

Reagan suelta un bufido de risa.

—No te hagas ilusiones, no eres tan importante.

Claramente, cualquier idea de progreso entre nosotras que hubiera podido imaginar el otro día en mi casa, se había quedado ahí: en mi imaginación.

—O sea, que no tienes.

—¿Qué más da? Claramente no respetas mi opinión.

—¡Porque tú no me respetas a mí!

Para cuando me doy cuenta todas las chicas nos están mirando, también el entrenador, quien parece de todo menos contento. Reagan está cruzada de brazos, más seria que nunca. Suspiro antes de volver a hablar, y esta vez bajo el volumen.

—Tenemos que ser un frente unido. Somos sus capitanas, confían en nosotras, y ahora mismo sólo parecemos un matrimonio al borde del divorcio.

—Eso es imposible, yo nunca me casaría contigo.

La fulmino con la mirada, y finalmente parece rendirse. Alza las manos.

—Vale—concluye—. Lo que tú digas.


Una hora después, el entreno llega a su fin. Tardo el mismo tiempo que siempre en llegar a casa. Y a pesar de que todo a mi alrededor parece funcionar con total normalidad, tengo una sensación pesada en mi cuerpo que me oprime el pecho. No dejo de sentir que algo no está bien.

No consigo dejar de pensar. Es como si mi mente se inclinara constantemente hacia el peor de los casos, forzándome a repasar todas las cosas que podrían salir mal. Todas las cosas que ya he hecho mal. Me genera pensamientos como que, tal vez, no soy una buena capitana; que no sé lo que estoy haciendo. Que estoy engañándome a mí misma, y a todo el mundo, y sólo es cuestión de tiempo que lo descubran.

Me meto en la ducha, pero ni siquiera el agua caliente consigue relajarme. No entiendo lo que me pasa, y no sé qué hacer.

Estoy sola, no hay nadie en casa. Enrollo mi cuerpo con una toalla y apoyo las manos en el lavabo, mirándome al espejo. Tengo que parar, esto tiene que parar.

Entro en mi cuarto. De repente, no puedo aguantarlo más y, en un arrebato, me acerco a mi mesa y tiro todo lo que hay sobre ella. Le doy una patada a mi mochila. Ni siquiera me doy cuenta de que estoy llorando. Me aparto las lágrimas de la cara, aunque sigo sollozando.

Ya con el pijama puesto, me meto en la cama. Abrazo mi estúpido peluche, lo cual me hace pensar en el estúpido comentario de Reagan. Estúpida Reagan. Me pongo los auriculares y cierro los ojos. Intento centrarme en controlar mi respiración.

Esto es todo lo que sé: me llamo Haley Anderson. Juego al fútbol, duermo con peluche, tengo miedo de perder el control y... me gustan las chicas. Vaya. Es la primera vez que lo admito, aunque sea para mí misma. 

Being number one {EDITANDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora