"Somos del mismo material del que se tejen los sueños."—William Shakespeare
Me limpio el sudor de la frente. Ochenta y cinco minutos de partido. El marcador muestra un 2-2, y disponemos de tan solo cinco minutos para arreglarlo. Todas estamos jugando mejor que nunca, como si nos fuera la vida en ello, y nuestras rivales tampoco están teniendo ninguna piedad. Su habilidad para cometer faltas sin repercusiones debería ser estudiada, porque lo máximo que han llegado a sacarles ha sido una tarjeta amarilla. Tened en mente que le han hecho la zancadilla a Brenda y han seguido como si nada mientras ella rodaba por el césped.
Me he dispuesto a pedir tiempo de inmediato, pero Brenda se ha negado.
—Estoy bien—me asegura, totalmente convencida. Se levanta con nuestra ayuda—. No voy a dejar que nos ganen ni en una realidad paralela.
Le doy unos cuantos golpes en la espalda. Esta chica es una leyenda. Así que seguimos jugando, con Diana en la portería, a quien le debemos el partido entero. Y apuramos hasta el último minuto.
Y en el último minuto, sucede algo casi llovido del cielo. Brenda le roba la pelota a una de nuestras rivales en un abrir y cerrar de ojos, dejando a Nikki (y a mí) totalmente descolocada, y se la pasa a Sarah, que a su vez le hace una asistencia a Reagan. Me mira durante un segundo y sabe que le estoy diciendo "ni se te ocurra, el gol es tuyo".
—¡Vamos, Cooper! —grita Williams, no cabreado, sino emocionado y en tensión. Yo me llevo las manos a la cabeza. Y en los últimos segundos, Reagan rehúye a la defensa y le da al balón, que entra en la red. ¡Entra en la red!
El árbitro pita, indicando el final del partido, y todas nos ponemos a gritar. Liam está saltando y Williams lo coge en brazos y empieza a vitorear, levantando el puño en el aire. A varias se nos escapan las lágrimas, y veo a Diana arrodillándose en el suelo, que empieza a sollozar. La gente siempre se burla de los que nos echamos a llorar con el fútbol. No entienden cómo puede asolarte algo tan simple como un gol. Pero es porque no ven todo lo que ocurre antes de eso. Un partido siempre es algo más que un partido. Y un gol siempre significa algo más que un gol.
Todas van corriendo hacia Reagan, que todavía no lo ha procesado. Sólo reacciona cuando prácticamente la derriban y Dom y Brenda la sacuden por los hombros. Se empieza a reír, sin poder creerlo. Luego Sarah hace ademán de levantarla, así que en cuestión de segundos tanto ella como Diana están en el aire, tocando el cielo. Yo las contemplo, todavía clavada en mi sitio. Pienso que quiero verlo todo desde aquí unos segundos, antes de formar parte de ello. Pero cuando el entrenador y Liam me empujan hacia el pelotón, me doy cuenta de que ya soy parte de ello.
Cuando por fin las bajan, lo primero que hace Reagan es venir en mi dirección.
—Haley—exclama, eufórica—, estoy flipando. ¿Has visto eso? No sé qué acaba de...
Me lanzo directamente a darle un abrazo y ella me corresponde casi al momento, rodeándome la cintura con las manos. Nos balanceamos de un lado al otro, mi mejilla pegada a la suya. Y juro que en ese momento, no pienso en ninguna otra cosa. Puede ser perfectamente que llevemos un minuto así cuando el entrenador nos llama para ir a darnos la mano con las de Roosevelt, las cuales, por cierto, deben de odiarnos más que nunca ahora mismo. Pero a mí no me importa.
Cuando nos separamos, Reagan me sonríe, antes de empezar a correr hacia atrás con el resto.
Después de cenar, el entrenador está empeñado en que descansemos y repongamos fuerzas para el próximo partido, pero nosotras llevamos un cuarto de hora insistiéndole para que nos deje ir a hacer turismo.
—Venga, entrenador, ¡por favor! —suplica Brenda, y todas nos reímos por su desesperación—Sólo tenemos unos pocos días en la Gran Manzana, ¿y nos va a obligar a pasarlos en nuestras habitaciones?
—Diga que sí, a la pobre chica le va a dar algo—dice Reagan.
Todas nos inclinamos esperando su respuesta, y finalmente parece rendirse cuando nos señala y dice:
—Volveremos antes de medianoche.
Y así ha sido, son poco más de las doce y estoy en mi habitación, sentada en el marco de la ventana. Mientras contemplo los rascacielos y las luces, me río por las reacciones de Brooke, que también lo está viendo a través de la videollamada. Vuelvo a girar la cámara hacia mí.
—¿En serio Williams os ha dejado ir a un karaoke? —pregunta, entre incrédula y divertida. Suelto una carcajada al recordarlo, pero luego bajo el volumen para no despertar a Dom.
—¡Fue su idea! Creo que lo llevamos demasiado lejos. Algunas más que otras, Dom ya está en la fase REM del sueño. Tengo que mandarte los vídeos cantándole I'll Be There For You al entrenador.
Brooke se ríe como una niña pequeña—supongo que lo es, pero a veces se me olvida—y yo sonrío. Qué ganas tengo de que Williams sea su entrenador, pienso.
—¿Y el Times Square? —me pregunta, intentando contener la emoción.
—Incluso más guay e impresionante que en las fotos. Te encantaría Nueva York. Tal vez podríamos ir un día con mamá y papá. O tú y yo: un viaje de hermanas, en coche, cuando me saque el carné.
—A ver si es verdad y te lo sacas de una vez. Me encantaría. ¿Sabes? Se te echa de menos por aquí. No eres tan aburrida como quieres aparentar a veces.
Gracias, Brooke.
—Tienes razón: mejor vuelvo a ser la hermana aburrida y te digo que te vayas a dormir. Puede que yo esté fuera pero no me engañas, tú sigues teniendo que ir a clase—le digo. Rueda los ojos con dramatismo—. Buenas noches, te quiero.
—Y yo—alarga la palabra, como si no quisiera admitirlo. Me río cuando cuelga.
Me abrazo las rodillas, mirando por la ventana de nuevo. Es tan solo segundos después que alguien llama a la puerta. Frunzo el ceño y me fijo en Dominique, que ni siquiera se ha inmutado, y está abrazando a su peluche. Niego con la cabeza y me dirijo a la puerta, rezando para que no sea Williams diciéndome que sabe que no me he ido a dormir. Pero me sorprendo de verdad al ver a Reagan al otro lado.
—Hola—tartamudeo. Lleva una camiseta enorme sobre el bikini, una toalla echada al hombro y tiene la mano apoyada en el marco de mi puerta. Me apuesto lo que sea a que a Dom le encantaría estar despierta ahora mismo.
Me muestra las llaves que lleva en su mano libre.
—Le he robado las llaves de la piscina a Williams en el karaoke—me dice, orgullosa de sus hazañas. Si yo le hubiera robado cualquier cosa a Williams, estaría al borde del pánico, practicando cómo disculparme. Aunque, a quién quiero engañar, nunca me atrevería a robarle—. ¿Te vienes?
Definitivamente es la propuesta más aleatoria e inesperada que me han hecho durante mi estancia en la Tierra, y os recuerdo que tengo a Yasmin como mejor amiga. Me esfuerzo por sonar casual.
—Sí, vale—respondo sin pensármelo dos veces, porque como me ponga a pensar, tendremos problemas—. Por qué no.
—Guay—sonríe de lado—, nos vemos allí.
Una vez desaparece por la esquina ajusto la puerta y comienzo a desvestirme a toda velocidad, y a sacar el bañador del tendedero, y a tropezarme con literalmente cualquier cosa que haya en el suelo. Sólo entonces parece que Dom vuelve de entre los muertos, y protesta girando en la cama, aunque mantiene los ojos cerrados.
—¿Qué estás haciendo?
Termino de ponerme las chanclas, cojo la toalla y abro la puerta. Me asomo por detrás de esta, y antes de irme y cerrarla sin hacer ruido, contesto:
—No lo sé. Creo que hacer que Yaz y tú estéis orgullosas.
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Being number one {EDITANDO}
Teen FictionHaley Anderson sabe muchas cosas, es lo que le permite vivir en paz. Sabe que adora jugar al fútbol, sabe que siempre tarda dos minutos y medio andando desde el instituto hasta su casa, sabe que el sol se pone todas las tardes y sabe que Reagan Coop...