Capitulo 2

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Odiaba profundamente las mañanas, despertarte y saber que es un nuevo día, lleno de soledad, amargura y angustia por mi penosa vida. Realmente la quería cambiar, pero el problema es que no tenía ni idea de cómo.

Desperezándome, me libré de las mantas y caminé descalza por la tarima, haciendo que mis pasos se escucharan con un pequeño eco de fondo, debido a lo vacía que se encontraba mi casa.

No tenía el mínimo ánimo para ir a la universidad. Siempre la misma rutina, siempre las mismas caras, las mismas personas... Resignada terminé de asearme y bajé las escaleras, dirección a la cocina. Tomé un pequeño bol de frutas y mientras preparaba los libros de hoy, me lo fui comiendo.

Abría la puerta, encontrándome de frente con el cartero. Le miré fijamente y él intimidado me entregó un par de sobres, después dio media vuelta y se fue por donde vino. Miré extrañada las cartas en mi mano, cerré la puerta de nuevo dejando de lado la idea de ir a la universidad, y tirando de las solapas, abrí los sobres.

Me quedé helada cuando terminé de leerla. ¡¿Me quitaban la luz y el agua?! Vale que el mes pasado no hubiera pagado, ni el anterior a ese, ¡pero lo pensaba hacer algún día! No me podían dejar en estas condiciones, en el trabajo no me pagaban lo sufiente como para permitirme unos estudios y a la vez pagar libremente todos los gastos de la casa, que eran bastantes.

Todavía en shock tiré las cartas ahora extendidas sobre la mesa de la cocina y salí a la calle cerrando la puerta de un portazo. Debería dejar de pensar en ese tema hasta por lo menos acabar el día, ya me enfrentaría al problema en cuanto entrara por la puerta de mi casa y viera que estaba a oscuras y sin agua caliente. Bufé frustrada y preferí ir andando hasta la universidad, necesitaba despejarme, aparte me ahorraría algo de dinero si no lo gastaba en transporte público.

  -¿Podrías venir un momento Diana?- me preguntó tristemente mi jefe cuando salió el último cliente del día. Asentí con la cabeza y dejé el delantal y el gorro del uniforme encima de una silla.

  -¿De qué quiere hablar?- dije cortésmente cuando me posicioné a su lado.

  -Verás...- agachó la cabeza y en ese momento me di cuenta- Durante todo esta semana y parte de la pasada has llegado bastante tarde a tu puesto de trabajo, no haces tu tarea bien y... estás despedida- yo no daba crédito a lo que oía. Si no tenía trabajo, me quedaría sin casa y sin estudios, por lo que quedaría en la calle, siendo una analfabeta a la que nadie quiere contratar. Aparte de las facturas que llevaba a cuestas por no pagarlas en su tiempo.

  -No por favor... Llegaré pronto, me esforzaré más en mi trabajo, pero no me despida, se lo suplico- él me miró con una sonrisa triste y bajó la mirada.

  -No es solo por ti Diana, estamos en tiempos muy malos, y no podemos permitirnos tantos empleados. La única opción eras tú, como comprenderás, no iba a despedir a mi hijo ni ha su mejor amigo.

  -Claro, lo entiendo- sin más cogí mis pertenencias y salí por la puerta. Estaba más que obvio que no lo entendía, su hijo y su amigo estaban en mejores condiciones que yo, ellos no se quedarían sin nada, ellos no sufrían lo mismo que yo cada vez que abría los ojos por las mañanas...

La vida realmente era muy injusta, más de lo que alguna vez me llegué a imaginar. De pequeña solía pensar en mi futuro, tan bien organizado, todo tan bonito y perfecto que daba miedo. Pero esa situación solo ocurría en el interior de la mente de una niña de ocho años.

Hoy por fin era sábado, y cuando entré en la cocina la cruda realidad me vino como un balde de agua fría en cuanto vi los sobres sobre la mesa de la cocina, justo en la misma posición que el día anterior.

No podía seguir ignorando el problema por mucho tiempo. Durante toda la semana estuve preocupada por si al llegar a casa no tenía luz, pero toda esa preocupación se iba cuando daba al interruptor y las bombillas brillaban intensamente, por encima de mi cabeza.

Decidida tomé el periódico del día y dirigiendome al final de este, tomé un boli. Me senté recta en la silla y fui leyendo uno por uno los trabajos que ahí ofrecían. Al rato tenía varios círculos por toda la página, rodeando los que más me convencían.

Dejé el teléfono en su sitio, mientras bufando me dejaba caer en el sofá, estirándome lo más que podía. Había llamado a todos y cada uno de los trabajos que había seleccionado, pero todos decían lo mismo: "Que era muy joven y aficionada para el puesto"; "Que no era el tipo de persona que buscaban"...

Estaba que me tiraba de los pelos, ¡necesitaba urgentemente el trabajo! Veía como cada vez, mi futuro se hacía mucho más oscuro. No sabía ni lo que me depararía el día de hoy.

¿Alegría? No entra en mi vocabulario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora