Me cepillaba el pelo mientras inconscientemente tatareaba una de las muchas canciones que ahora mismo estaban de moda.
Cuando creí que ya estaba perfecta, cogí mi bolso y salí por la puerta. Caminaba por las calles realmente feliz, sin que nada ni nadie me hiciera borrar la gran sonrisa que ahora mismo tenía.
Hoy sería la gran oportunidad de mi vida, por fin tendría trabajo. Miraba continuamente el papel con la dirección de la casa, al ir caminando tenía que fijarme en todos los carteles que hubiera para poderme guíar.
Al llegar me encontré con una casa de mediano tamaño, con el tejado ligeramente rojizo y las fachadas de color crema. Ante mí se extendía un verde jardín que alcanzaba hasta la parte de atrás de aquella casa.
Sonriendo aún más si era posible, llegué al umbral de la casa e impaciente toqué el timbre repetidas veces.
-Es usted la profesora particular, ¿no?- me preguntó una señora mayor nada más abrirme la puerta. Esta llevaba un delantal blanco que le cubría prácticamente toda la ropa.
-Así es señora- contesté educadamente.
-Pase, pase- me abrió la puerta del todo y yo un poco nerviosa me introduje dentro de la casa.
Estaba sutilmente decorada, con muebles de gran estilo y unos cuantos cuadros y pinturas repartidos por las paredes.
-Me llamo Concha- se presentó ella- Soy la cuidadora.
La miré mientras apretaba su mano de vuelta. ¿La cuidadora? ¿Una señora de más de sesenta? Dejé mis pensamiemtos de lado y la sonreí tímidamente.
-Yo soy Diana, encantada.
-Si quieres pasar al salón y sentarte...- me dijo señalándome una puerta- La señora tardará todavía un poco en llegar.
Asentí con la cabeza y abriendo la puerta entré a aquella pequeña sala. Me senté en uno de los sillones mientras miraba a todos lados, esperando impaciente la llegada de aquella "señora".
-Toma querida- dijo Concha a la vez que entraba por la puerta, sosteniendo en sus manos una bandeja. La dejó en la mesita y pude ver lo que esta traía. Había una taza de café con varias galletas a un lado.
-Muchas gracias- cogí la taza entre mis manos frías y la acerqué a mis labios, dando un pequeño sorbo.
-¿Y cuántos años tienes Diana?- me preguntó curiosa mientras se sentaba a mi lado. La iba a contestar cuando el ruido de la puerta abriéndose me interrumpió.
Unos gritos infantiles se oyeron por toda la casa, mientras la voz de la supuesta "señora", les regañaba por montar tanto jaleo. Discretamente levanté la mirada por encima del hombro de Concha, por si podía divisar a algún niño, pero ni rastro.
-Shh. Ya basta niños, comportaros, creo que tenemos visita- dijo de nuevo la voz femenina. Acto seguido unos zapatos de tacón resonaron por el frío mármol del suelo. Me estremecí con solo oírlo, la señora, sin conocerla todavía, me intimidaba.
-Buenas tardes señora- dijo amablemente Concha dándose la vuelta al oír como su jefa entraba a la sala. No la pude ver, pues el cuerpo de la cuidadora me tapaba a la que esperaba que también fuera mi jefa.
-Buenas tardes Concha, ¿qué tal está?- dijo ella.
-Muy bien, no me puedo quejar- respondió con una sonrisa.
-¡César, Laura, Juan! ¡Venir aquí!- dijo llamando a los que suponía, que eran sus hijos.
Concha en ese momento se movió hacia un lado, y pude divisar por fin a la señora, no tan señora.
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¿Alegría? No entra en mi vocabulario.
RomanceYo quiero el fin del dolor, pero no hay fin, hay más.