Miraba cómo las tazas de té giraban y giraban dentro del microondas, me estaba mareando. Desvié la vista al pequeño salón, donde una bandeja con varias pastas descansaban sobre la mesa. Había conseguido sacar un poco de dinero para comprar todo esto, lo hacía por Raúl, y también para que se llevara una buena impresión de mí.
Dos golpes en la puerta me distrajeron de mis pensamientos. Había tardado en subir, hacía más de cinco minutos que había llamado al telefonillo.
-¡Pasa, la puerta está abierta!- le grité asomando la cabeza por la puerta de la cocina. Vi cómo entraba a mi casa, para después cerrar la puerta detrás de él y dejar su abrigo negro en el perchero, como hacía ya desde hace tres días. Siempre la misma rutina, pero no me cansaba de ella, tenía con quien hablar.
-Lo siento por tardar- comenzó diciendo mientras se sentaba en el sofá y se acomodaba en él- Me ha parado tu vecina de abajo, me ha estado explicando no se qué sobre las tuberías...- reí ante su comentario, al igual que él- Ha debido de pensar que era el administrador o vete tú a saber qué.
-No la juzgues, ya está mayor- la defendí, pues me caía bien.
-Si es muy maja, yo no la critico- con las tazas de té en mis manos caminé hasta donde Raúl se encontraba, dejándolas sobre la bandeja. En ese preciso momento su móvil sonó, haciendo que la melodía retumbara por toda la casa.
-Cógelo- le dije con una sonrisa al ver su cara de preocupación sobre si descolgar o no. A lo mejor era importante, o puede que solo fuera su madre queriendo saber cómo estaba. Puede que su novia...
-¿Diga?- preguntó llevándose el teléfono a la oreja. Su rostro sonrió cuando la otra persona habló. Confirmado, no era del trabajo. Sentía una gran curiosidad, pero la disimulé bajando la mirada al suelo.
-No- dijo en un susurro mientras las facciones de su cara pasaban de estar relajadas a contraerse. Sus ojos se abrieron a más no poder, y su mirada estaba perdida en algún punto de la casa. Mi preocupación aumentó cuando, nervioso, se levantó del sofá y caminó hacia su chaqueta.
-Ahora mismo estoy allí- dijo colgando el teléfono con las manos temblorosas. Cogió su abrigo y cuando iba ya a salir por la puerta se acordó de mi presencia. Se giró bruscamente y me miró con desesperación.
-¿Qué ha pasado?- sabía que no era de mi incumbencia, pero no podía evitar preguntar.
-Un problema familiar- habló rápidamente, casi trabándose con las palabras- Tengo una cosa muy importante que decirte, pero ahora no puedo. Te llamaré- dijo alterado. Yo no entendía nada de lo que decía, estaba demasiado preocupada por su estado- Adiós- y cerró la puerta de un portazo.
-Hasta luego...- susurré casi inaudiblemente cuando en la casa volvió a reinar un silencio sobrecogedor.
Rápidamente me acerqué a la ventana, para verle salir por el portal como una bala y entrar en su coche de la misma forma. Suspiré. No pasaron ni dos segundos cuando el coche plateado desaparecía de mi vista, perdiéndose entre el tráfico de aquella tarde lluviosa de invierno.
Miré el sofá, donde minutos antes todo iba normal, como debería de ser. Él sentado relajadamente mientras bebía café o té, dependiendo del día y de lo estresado que se encontrase. Yo, contándole las novedades de mi día, que últimamente era más buenas que malas.
En eso, recordé vagamente lo que me había dicho antes de salir por la puerta. Me llamaría, ¿pero cómo? No tenía mi número, y yo el suyo tampoco. Suspiré de nuevo. La vida no iba a mi favor.
Con cuidado cogí la bandeja con las tazas llenas de té, y las pastas sin tocar; para llevarlas a la cocina. Allí lo coloqué encima de la encimera, para luego darme la vuelta y salir, dispuesta a irme a dormir.
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¿Alegría? No entra en mi vocabulario.
RomanceYo quiero el fin del dolor, pero no hay fin, hay más.