-¿Señora? ¿Sigue usted ahí?- pregunté débilmente. El silencio se había prolongado varios minutos de más, a causa de la falta de respuesta por mi parte, pero esta decisión me la tenía que meditar.
-Sí Diana, estoy aquí, ¿has decidido ya?- su voz no sonaba molesta, por lo que parte de mis nervios se dispersaron.
-Acepto el trabajo, ¿cuándo empezaría?- deseé que fuera lo antes posible, no tenía mucho tiempo.
-Mañana mismo, si te parece bien- me explicó ella.
-Claro señora, por mí no hay problema- tras disculparse por tener que irse debido a cuestiones de trabajo, Carmen cortó la llamada. Suspiré nerviosa.
Miré a mi alrededor, todo estaba desordenado, pues mi ánimo no había sido el mejor, y la limpieza durante esos días fue mi última opción.
Resignada opté por hacer lo que antes me había dado pereza realizar. Los papeles y demás residuos acabaron al fondo de la basura; los libros abiertos por una página cualquiera sobre la mesita, fueron debidamente ordenados en la estantería; los platos y vasos terminaron relucientes en los armarios, como si nunca hubieran sido utilizados.
-¡Qué agotamiento!- exclamé tirándome al sofá. Una hora, llevaba una larga e interminable hora recogiendo y arreglando la pocilga que era mi casa. Pero había servido la pena, pues ahora todo estaba en su sitio, y podía irme de mi casa sin preocupaciones.
"Ding dong"
Sonó el timbre. Fruncí el ceño, no esperaba a nadie, y aunque lo hiciera, no sabía a quién podría haber invitado.
Caminé dudosa hasta la puerta, y poniéndome de puntillas observé por la mirilla. Suspiré de alivio.
-Hola- miré a la señora con una amable sonrisa- ¿Qué tal está?
-Hola Diana- Victoria, la anciana vecina de abajo, me saludó amablemente. Carecía de hijos, y por lo tanto de nietos, por lo que en cuanto vio que me instalaba en este edificio (siendo yo la más joven), me cogió un cariño difícil de explicar. En ocasiones me resultaba un poco cargante, pero en otras, me ponía en su lugar: sola en un piso que se le quedaba grande, sin familiares que se preocuparan por ella, y con la única compañía del sonido del televisor, pues los animales la ocasionaban alergia.
Hacía semanas que no sabía de ella, (algo realmente raro, pues se solía pasar varias veces por casa solamente a conversar un rato), decía que se había ido a un crucero, con la vaga intención de salir un poco de su aburrida rutina.
-Venía a saludar, acabo de llegar- me explicó la mujer.
-Pero entra, entra- me hice a un lado y Victoria entró en mi casa. Tenía pensado realizar cuanto antes la maleta, e irme a dormir, pues no sabía lo que me depararía al día siguiente.
-Huy, esto esta muy recogido- objetó Victoria. Sonreí, esta señora era más observadora de lo que yo creía.
-Así es, me han ofrecido un trabajo en el cual tengo que estar interna, por lo que tengo que dejar todo listo para marcharme- la expliqué. Ella se sentó en uno de los sillones, no sin ayuda de su bastón- ¿Quiere algo de beber?- dije caminando hacia la cocina.
Esperaba que no pidiera algo demasiado elaborado o específico, pues lo único que llenaba mis alacenas y nevera eran dos botellas de agua y varios sobres de manzanilla. Ni siquiera la leche había sobrevivido, pues las anteriores visitas por parte de Raúl la habían agotado, pero sinceramente no se lo echaba en cara.
-Oh, no cariño, pero muchas gracias. Estoy bien así- cogí una taza y rápidamente me preparé un té, deseando que los nervios por mi nuevo trabajo se disiparan. En un abrir y cerrar de ojos ya estaba de vuelta- Pues es muy buena noticia- me dijo nada más verme aparecer de nuevo- ¿Cuándo comienzas?
ESTÁS LEYENDO
¿Alegría? No entra en mi vocabulario.
RomanceYo quiero el fin del dolor, pero no hay fin, hay más.