-¡Oh Diana! ¿Está bien?- Carmen se soltó rápidamente del agarre de Raúl y vino hacia mí corriendo. Me tendió una mano y con su ayuda, me levanté del suelo.
-Sí, tranquila, solo estoy un poco mareada- la informé sujetándome la cabeza.
-Tienes una gran hinchazón, seguro que más tarde se te pone morado- me informó mirando mi frente detenidamente.
Desvié mi mirada tras su espalda. Allí, de pie y mirándome sorprendido, se encontraba Raúl. Le devolví la mirada, pero la mía cargada de confusión.
¿A caso había ido a mi casa, y al ver que no estaba me había estado buscando? No, esa opción no tenía sentido, ¿cómo sabría dónde me encontraba? Imposible.
Mi mente de improvisó se iluminó, y no de una forma muy agradable. La forma en la que Carmen había recibido a Raúl, el nerviosismo de este al entrar... Todo encajaba, incluso su repentina marcha el día anterior, a causa del golpe de Laura. Se había ido a atenderla, a su hija.
Mi cara se puso blanca por aquellos pensamientos. ¿Cómo me había podido hacer tales ilusiones? ¿En qué pensaba? ¿Quitarle el marido a Carmen? Los últimos sucesos en mi vida me habían transtornado la cabeza de tal manera que espantaba.
-Menos mal que estamos en un hospital...- dijo Carmen aún sosteniéndome- Vamos a que te vean- salimos de la sala ante la atenta mirada del resto. Cuando salíamos miré de reojo a Raúl, que todavía no había abierto la boca.
Juntas caminamos por los pasillos hasta que encontramos al médico. Carmen se dio la vuelta y se volvió a la habitación junto a los demás, mientras yo me dirigía a por algo de hielo.
-No te lo quites, dentro de un rato vendré para echarte una pomada- me dijo el médico antes de dejarme completamente sola en la sala de espera. Asentí mientras le veía marchar con su bata blanca moviéndose al compás de sus pasos.
-¿Qué haces aquí?- noté como alguien se sentaba a mi lado.
-El médico me ha dicho que espere aquí sentada hasta que vuelva- le expliqué a Raúl, no queriendo responder.
-No, me refiero a qué haces aquí en el hospital- su voz era pausada, como si le costara pronunciar las palabras.
-Alguien tenía que acompañar a Concha al hospital- esperaba y deseaba internamente que dejara de preguntar, pues no tenía ánimos de responderle.
-¿Conoces a Concha?- preguntó extrañado mirándome expentante.
-Si te hubieras dignado a hacerme caso estos últimos días, lo sabrías- solté con desprecio. No sabía ni porqué lo había dicho. Su deber no era acompañarme en cada momento, tampoco formar parte de mi vida. Su trabajo consistía solamente en intentar ayudarme a salir de mi problema, y si no lo conseguía daba igual, él seguía cobrando.
-Tuve un problema ayer, por eso me tuve que ir tan precipitadamente, si es a eso a lo que te refieres- nos quedamos en silencio. Mis pensamientos se encontraban hechos un nudo que dificilmente podría desatar.
-Sé que fue por Laura, y no te juzgo, hiciste bien en acudir a ayudarla. Yo hubiera hecho lo mismo- solté desesperada. No sabía qué pensar sobre todo este asunto, estaba muy indecisa.
-Entonces no entiendo tu comentario anterior- dijo frunciendo el ceño- Y tampoco tu estado molesto.
-Es que...- me froté los ojos nerviosa, ¿le decía o me callaba? Daba exactamente igual, no pensaba volver a verle, ya que una cosa la tenía clara, no iba a volver a pisar mi casa. No me importaba si necesitaba su ayuda, del portal no pasaba. Punto.
ESTÁS LEYENDO
¿Alegría? No entra en mi vocabulario.
RomanceYo quiero el fin del dolor, pero no hay fin, hay más.