Capitulo 14

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  -¿Diana qué pasa?- preguntó Carmen confusa. La mire con inocencia, mis primeros minutos como niñera y ya lo había estropeado. Si no podía cuidar de mis cosas, ¿cómo lo iba a hacer de tres niños?- ¿No has traído maleta?

  -Sí- la miré culpable- Pero me la he dejado en el taxi- bajé la cabeza avergonzada. A saber lo que estarían pensando en ese mismo instante de mí, creía saberlo, y no eran críticas muy buenas.

  -Bueno, pues habrá que ir a por ella, ¿no?- siguió diciendo calmada, como si no tuviéramos ningún problema ante nosotros.

  -Claro señora- me levanté del sillón y cogí mi bolso- Creo que la agencia de taxis no se encuentra demasiado lejos.

  -¿Te puedo acompañar Di?- preguntó Laura tirando de la manga de mis camiseta. La sonreí dirigiendo mi mirada hacia ella, varias cabezas más abajo.

  -No cariño, te tienes que quedar aquí. Creo que tienes deberes- asintió con la cabeza- además de que aún no has merendado- esta vez negó.

  -¡Yo no tengo deberes!- exclamó orgulloso César.

  -¿Y la merienda?- pregunté entrecerrando los ojos.

  -No, pero no tengo hambre- dijo llevándose una mano a su pequeña tripa. Reí al procesar su excusa.

  -Que te lleve Raúl- saltó de pronto Carmen con una enorme sonrisa.

  -¿Raúl?- dije mirándola en shock.

  -Así es; irás más rápido, a parte de que no tendrás que cargar con la maleta al volver- su propuesta parecía la más razonable, aunque para mí, impensable. ¿Yo sola metida en un coche con Raúl? No me lo podía ni imaginar. Ahora sentía la necesidad de permitir a los niños que se vinieran conmigo, solo para agradar los silencios incómodos, que estaba segura,  habrían muchos.

  -Venga, vamos- dijo la señora totalmente decidida, "ya me podría dar algo de decisión, porque lo que es a mí, me falta más que sobra", pensé cogiendo mi abrigo y andando lentamente tras aquel hombre.

Había tomado la certera decisión de no nombrar su nombre, pues no le quería coger cariño, y en una recóndita parte de mi mente me decía a mí misma que así le olvidaría de forma más sencilla. Una mentira como otra cualquiera.

  -¿Te acuerdas de la matrícula?- tragué saliva fuertemente al oír su voz, pero aún así no me achanté a la hora de contestarle claramente: con fuerza y dureza en cada una de las palabras que pronunciaba.

  -No- no eran muchas palabras ni letras, una vocal y una consonante, pero la fuerza de antes impregnaba ambas letras; o eso esperaba. Llegamos al garage, y allí, aparcado entre otros dos caros coches, al otro lado de la sala, se encontraba el Mercedes plateado tan brillante y reluciente como siempre, en el tantas veces me había visto reflejada. Pero esta vez era diferente: me sentía intimidada.

Raúl al ver que no caminaba detrás de él se paró en seco dándose la vuelta por completo, levantó una ceja y, con su perfecta pose, me hizo una seña con la cabeza. Mi cuerpo no reaccionaba, le quería gritar tantas cosas... le quería aclarar otras tantas... Principalmente quería ordenar mi mente, y que todo estuviera tan ordenado como antes, como cuando todavía no sabía de su existencia.

Mis pasos se hicieron eternos hasta que llegué a rozar con la punta de mis dedos el frío metal de la puerta. Cuidadosamente y con delicadeza la abrí y entré con un ligero movimiento. La puerta emitió un pequeño "clack" al cerrarse, que en vez de molestar, te daba una extraña y placentera sensación.

  -¿Por qué no contestaste a mis llamadas?- dijo de pronto cuando ya nos habíamos alejado dos calles de su casa. Me giré a observarle, su rostro no tenía expresión alguna: sus labios apretados en una fina línea no dejaban entrever sus sentimientos en aquel momento; sus ojos clavados en el paisaje se movían frenéticamente; y sus manos apretaban el volante con una dureza impropia de él.

¿Alegría? No entra en mi vocabulario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora