Miraba desganada el paisaje, que velozmente pasaba a mi lado. Sabía que hacía mal al gastar el poco dinero que tenía en autobús, pero no tenía ánimo para andar. A parte de que el banco quedaba bastante lejos de mi casa.
Tenía pensado sacar lo que me quedaba de dinero del banco, para así poder controlarlo mejor.
Con mi rostro inexpresivo, como lo era la mayor parte de los días, bajé del autobús, despidiendome de los dos euros que había desperdiciado en solo diez minutos. No tenía remedio, para poder vivir tenía que gastar.
A paso acelerado llegué al banco, este no estaba del todo lleno. Algunas personas hacían fila para sacar dinero de la caja que allí se encontraba; otras cuantas hablaban con distintos empleados, que sentados en grandes mesas de madera vestían con costosos trajes.
Me acerqué lentamente a una de las mesas que se encontraban vacías y pidiendo permiso me senté en una de las sillas.
-¿Qué desea señorita?- me preguntó con su voz grave el señor. No debería de pasar de los sesenta, vestía al igual que los demás con un traje negro bien planchado y limpio, decorado con una corbata roja.
-Venía a sacar todo el dinero de mi cuenta- el señor asintió y mientras tecleaba varias cosas en su ordenador, fui mirando mejor el lugar, dejandome ahogar en mis propios pensamientos.
-Señorita- dijo el señor trayendome de vuelta al mundo real- Usted solo tiene diez mil euros en el banco.
-No puede ser- dije al borde del desespero. Entonces fue cuando me di cuenta. La universidad, los alimentos, los múltiples gastos de la casa... Todas esas cosas habían hecho desaparecer poco a poco la herencia que mis padres me habían dejado. Las lágrimas amenazaban con saltar de mis ojos, pero no se lo permití y como pude las retuve.
-Además aquí pone que tiene varias facturas que aún no ha pagado... Si le restamos ese dinero al que tiene, se le quedaría en un poco más de dos mil.
Me dejé caer en el respaldo de la silla mientras digería las palabras que este amable señor me estaba diciendo. No podría mantenerme por mucho tiempo más con solo diez mil euros. Si es que no pagaba las facturas pendientes.
Salí por la puerta peor de como había entrado. Irme con algún familiar no era una opción, mis padres nunca me habían hablado de ningún pariente cercano o incluso lejano. Y cuando ellos fallecieron me encontré sola, indefensa, sin nadie a mi lado para poder guiarme por la vida y enfrentar los problemas que ahora mismo estaba teniendo.
Cabizbaja caminé hasta la parada de autobús. Miré el papel en donde anunciaban las horas y una hoja me llamó la atención:
"Buscamos profesora particular que esté disponible los lunes y miércoles de cinco a diez de la noche. Para ponerse en contacto con nosotros por favor llamen a este número"
Más abajo había distintos papelios colgados con el mismo número escrito en ellos. Estaban todos, y por alguna extraña razón pensé que era cosa del destino. Este por fin me estaba dando la oportunidad de mi vida, y no la pensaba desperdiciar por nada del mundo.
Con una leve sonrisa tiré de uno de los papelitos y me lo metí en el bolsillo de mi abrigo, para luego darme la vuelta y decidir ir caminando hasta casa.
Por el camino cogí el móvil, y marqué el número. Tras cuatro tonos una voz femenina me contestó.
-¿Sí? ¿Qué desea?- su voz era muy angelical y dulce, aunque en algunos casos se podía notar que la edad había pasado por ella.
-Perdone, pero es que llamo por el anuncio de trabajo.
-Ah, ¿el de la profesora particular?
-Sí, ese- contesté mientras deseaba por dentro que la siguiente cosa que dijera no fuera que estaba ya ocupado...
-Muy bien, la llamaremos para confirmarlo.
-Vale, muchas gracias- y tras eso la señora colgó. Suspiré pesadamente, estaba claro que no me lo iban a dar. Tenía claro que si a mí me llamaran para conseguir cualquier trabajo que ofrezca, le diría esas mismas palabras si no la veía adecuada para el puesto.
Cuando entré por la puerta de mi casa y fui a dar al interruptor de la luz, este no iba. Preocupada miré la pantalla del móvil y vi que hoy era uno de noviembre. Un nuevo mes, una nueva vida sin agua ni luz.
Pesadamente tiré las llaves y mi bolso al sofá, en donde rebotaron y cayeron al suelo. ¡¿Me podía pasar algo más hoy?! Pues se ve que el destino me tenía preparadas otras cuantas, desde el suelo mi movil comenzó a vibrar. Me acerqué a él y miré la pantalla.
Esta tenía el signo de mi compañía telefónica, avisando que el móvil se estaba apangando. Genial, se me había quedado sin batería y no podía cargarlo por la falta de electricidad.
¿Y ahora cómo me llamaba la señora esa para darme el puesto de trabajo? Mi vida iba de mal en peor, la esperanza que había sentido en la parada de autobús esta mañana, se había esfumado como si de humo se tratase.
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¿Alegría? No entra en mi vocabulario.
RomanceYo quiero el fin del dolor, pero no hay fin, hay más.