Capitulo 6

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Y allí seguía, parada en frente de la puerta, indecisa. Mientras me mordía el labio preocupada me decidí por una solución.

No me podía sacar a la fuerza de mi casa, ¿no?

Quité el cerrojo lentamente y girando el pomo, abrí la puerta.

-Ya era hora- dijo él cuando me vio asomar la cabeza hacia fuera- ¿Me deja pasar?- preguntó levantando la manos, cargadas por mis bolsas. Asentí con la cabeza y abrí mas la puerta, permitiéndole el acceso a mi casa.

-Muchas gracias- dije cuando las dejó encima de la mesa de la cocina.

-No me las pensaba quedar, y dejarlas en medio de la calle no era una opción- dijo él metiéndose las manos en los bolsillos de su traje y observando a su alrededor- Bonita casa.

-Gracias- dije sin saber de qué más hablar. Nos encontrábamos parados uno delante del otro, mirando en distintas direcciones.

No sabía si echarlo de mi casa o invitarlo a sentarse; por mi parte sería muy grosero cerrale la puerta en las narices cuando él me había hecho el favor de devolverme la comida. Pero si le dejaba acomodarse a lo mejor se creería que ya se había ganado mi confianza, y eso nunca.

-Bueno pues... yo ya me voy...- dijo comenzando a caminar de nuevo hacia la puerta.

-No- dije al instante sorprendiéndome a mí misma- ¿Quierés... quiéres algo de beber?- le pregunté nerviosa por mi reacción.

-Claro, porqué no- cerró de nuevo la puerta y se sentó en uno de los sillones.

-Ahora vuelvo- y con las piernas temblando me dirigí a la cocina. Cogí dos vasos y abriendo la puerta de la nevera saqué una de las botellas de agua que allí se encontraban.

Mientras la servía en los vasos, miré disimuladamente por la puerta, observando al hombre.

Este miraba a su alrededor, analizando atentamente la casa.

Me fijé mejor en su cara y me quedé estática, no me había dado cuenta hasta ahora, era realmente guapo.

Su mandíbula cuadrada imponía bastante junto a la barba que le había crecido a causa de no afeitarse desde hace un par de días. Sus manos irradiaban masculinidad, grandes y notablemente fuertes, con los dedos largos y las uñas perfectamente redondeadas al final de estos.

Tragué fuerte al darme cuenta de mis pensamientos, ¡estaba analizando a mi peor pesadilla! Aunque para ser una, estaba bastante bien.

Mucho más nerviosa aún, volví al salón con los dos vasos en mis manos. Los coloqué en la mesita, y me senté en frente de él.

-Lo siento- dije con una media sonrisa- No tengo nada más a parte de agua.

-No importa- dijo dando un trago a su vaso- Además, se supone que estoy trabajando, no puedo beber.

Y con esas simples palabras me recordó la razón por la cuál se encontraba aquí, conmigo. Desvié mi mirada de la suya cuando noté la tensión que había en el ambiente.

-Perdone, pero este es mi trabajo, y yo...- comenzó diciendo.

-Le entiendo- dije girando mi cabeza para mirarle nuevamente, ahora conteniendo las lágrimas que querían salir de mis ojos- En algo tendrá que trabajar, si no es usted el que viene, es otro, ¿qué más me da?

Él se me quedó mirando atentamente, sin expresión alguna en su rostro.

-Yo lo intento, ¿sabe?- continué diciendole- Hago todo lo que puedo, lo que me es posible... Pero se ve que no es suficiente...

-Me gustaría hablar sobre sus facturas pendientes- dijo serio. Sonreí tristemente mientras jugaba con mis dedos, realmente nerviosa.

-No hace falta que me lo diga, sé de sobra que tengo algunas cuantas sin pagar.

-Lo sé, pero... - suspiró y se pasó una mano por el pelo, bastante frustrado- Mire, yo solo intento ayudarla, ¿entiende?

-¿No me va a quitar mi casa?- pregunté sorprendida.

-Todavía no- me levanté felizmente y sin conocerle realmente, me lancé a sus brazos, dándole un gran abrazo.

-Gracias, gracias, gracias...- él me correspondió al abrazo, soltando una pequeña carcajada.

-Lo primero, ¿tiene trabajo?- me preguntó cuando ya nos separamos.

-Sí, bueno... no- dije con una sonrisa mientras me intentaba aclarar yo sola.

-¿Qué?- preguntó divertido mientra me miraba con una ceja levantada.

-No... pero me han contratado para el mes que viene- solté feliz.

-Eso es estupendo- dijo él con otra sonrisa, esa que siempre tenía plasmada en su cara- Vamos abanzando...

-Sí...- dije soltando un suspiro- ¿Sabe? Al final no resulta tan malo... No entiendo cómo podía tener pesadillas con usted...

-¿Pesadillas?- dijo riéndose- ¿Conmigo?- asentí con una sonrisa y él de nuevo se echó a reír.

-Si no le importa... - dije tímidamente- ¿Se podría dirigir a mí como tú?- pregunté haciendo una mueca rara- Me hace sentir vieja.

-Claro... eh...

-Diana- le contesté alegremente- y usted es...- levanté una ceja esperando su respuesta.

-Raúl.

-Bonito nombre- dije mientras repetía esa palabra miles de veces en mi cabeza, la verdad es que le quedaba genial el nombre.

-Lo mismo digo- miró su reloj de muñeca y frunció el ceño- Es tarde, me tengo que ir- se puso de pie y yo lo imité.

-Claro- dije abriéndole la puerta- Muchas gracias por ayudarme Raúl.

-No hay de qué, es mi trabajo- sonrió y se puso su chaqueta. Cuando ya estaba por bajar las escaleras hacia el portal, se dio la media vuelta- Vengo cada dos días, acuérdate.

Vi cómo desaparecía, y cuando oí la puerta del portal cerrarse, cerré yo también la mía.

"Es mi trabajo", era la frase que se me repetía una y otra vez en mi cabeza. Cuando esas palabras habían salido de su boca, una gran desilusión me inundó por completo. Por un momento pensé que podíamos llegar a ser buenos amigos, y que él me ayudara voluntariamente.

Pero claro, ¿qué esperaba? Él era otra de esas personas del banco que únicamente se preocupaban por ganar dinero, aunque fuera destruyendo la vida de los demás.

Aparté el cuenco de sopa con un manotazo, estaba harta, ¿por qué maldita razón la imagen de Raúl no quería salir de mi cabeza? Era agobiante tenerle todo el rato ahí, con una hermosa sonrisa, y sus ojos verdes mirándome con diversión.

Guardé el resto de mi cena en la nevera, y me dirigí directamente a mi cama. Estaba demasiado cansada como para hacer cualquier otra cosa que no fuera cerrar los ojos.

Esa noche, no tuve pesadillas con Raúl, todo lo contrario. Se me aparecía en sueños; en donde me tendía una mano y con su hermosa voz me pedía que le acompañara, a su casa, a su vida...

¿Alegría? No entra en mi vocabulario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora