Unos agudos sonidos me despertaron de mi dulce sueño, del que nunca quería despertar. Casi como si fuera un zombi me acerqué al telefonillo, situado al lado de la puerta principal.
-¿Diga?- dije con voz ronca a causa del sueño.
-Soy el cartero- contestó una voz de hombre. Bufé al saber que era esa la razón de mi despertar. ¡¿No había bastantes pisos?! ¡¿Por qué tenía que ser justamente el mío?!
Mientras refunfuñaba apreté el botón que habría la puerta del portal, y arrastrando los pies volví a mi calentita cama.
Ya tenía los ojos cerrados y estaba por dormirme cuando dos fuertes golpes en la puerta me hicieron abrirlos. De mal humor me dirigí a la puerta deseando que se hubieran equivocado, o que no fuera el pesado del cartero.
-¿Quién es usted?- dije enojada a la vez que abría la puerta del todo y me encontraba con un hombre bien vestido. Con traje de chaqueta y corbata, mientras con su mano derecha sostenía un pesado maletín. El hombre no pasaba de los treinta.
-Soy el cartero- dijo tras salir de su asombro. Le entendía, verme por las mañanas, con el pijama mal puesto, los pelos hechos una maraña y con mal aliento, podía traumar a cualquiera.
-Usted no puede ser el cartero- dije con el ceño fruncido.
-No, no lo soy- dijo mostrándome una sonrisa de medio lado, a la que yo no respondí- ¿Cree que si le hubiera dicho que era del banco me abriría?
Abrí los ojos desmesuradamente, con la mandíbula ya por los suelos.
-¿Del... banco?- tartamudeé muy nerviosa.
-Exacto- dijo él tranquilo- Vengo para...
No le dejé terminar, ya que cerré la puerta de un portazo mientras respiraba dificultosamente.
-Señorita tenemos que hablar de un asunto bastante importante- gritó él del otro lado de la puerta.
-No me importa, no me dejarán sin casa, ¡¿lo entiende?!- chillé fuera de mí.
-He pasado por estas situaciones más veces de las que se podría imaginar. Si abre la puerta y me deja explicarle, podemos llegar a una conclusión que sea buena para ambos- su voz era tranquila, transmitía confianza, aunque ahora mismo yo no tenía ninguna de las dos cosas.
-¡Por encima de mi cadaver abro esta puerta! ¡¿Me oye bien?!- grité a todo pulmón.
-¿Cómo no la voy a oír? Está pegando gritos que se oyen por todo el edificio- soltó una risa. Era increíble cómo mantenía la calma ante esta situación, seguramente por eso le dieron el puesto.
-Me da igual.
-Será el tema de qué hablar durante las próximas semanas para sus vecinos.
-¡También me da igual!- cerré la puerta con pestillo y corrí a mi habitación.
Me metí en la cama y hecha un ovillo me tapé fuertemente con las mantas, intentando calmarme. Me recordaba a mi niñez, cuando en mi imaginación salían todo tipo de monstruos y seres fantásticos del armario... entonces asustada me iba a la cama de mis padres, en donde me acogían entre abrazos y besos.
Ahora no podía ir con ellos, tenía que afrontar todo sola.
Pasaron horas hasta que me decidí por salir de mi cuarto. Sabía que no podía entrar, pero aún así no me sentía segura en mi propia casa.
Días atrás había llegado a la conclusión de que esto pasaría, pero no tan pronto. ¡Si apenas fue ayer cuando me cortaron la luz y el agua!
Me acerqué sigilosamente a la puerta, pegando la oreja en ella. Nada, no se oía nada. Me puse de puntillas y miré por la mirilla. Tampoco, el pasillo estaba vacío. Suspiré más tranquila.
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¿Alegría? No entra en mi vocabulario.
RomanceYo quiero el fin del dolor, pero no hay fin, hay más.