Capitulo 5

49 3 0
                                    

Como si de una espía me tratase, saqué únicamente la cabeza fuera del portal, inspeccionando la calle, por si había moros en la costa.

A la derecha: nada, a la izquierda: nada, en frente: mierda. Mi vecino de esta mañana estaba al otro lado de la calle, con la correa de su perro en una mano y una bolsa de basura en la otra. Me miraba fijamente, con una ceja levantada y una mirada que describía lo que pensaba: loca.

Sonreí inocentemente y abrí la puerta del todo, saliendo completamente a la calle.

  -Buenas tardes- dije como si nada pasara cuando me le crucé de frente. Él me seguía mirando, de forma bastante rara.

  -¿Se encuentra usted bien?- me preguntó susurrando. Fruncí el ceño y le miré confusa.

  -Pues claro que sí, ¿por qué lo dice?

  -Por nada, por nada- dijo amtes de comenzar a andar, con su perro detrás de él, el cual me gruñia desde hace rato.

  -Que perro más amigable- dije para mí sarcásticamente, e intentando olvidar lo que acababa de pasar, me dirigí dirección al supermercado.

  -No... puedo... más...- dije mientras soltaba las bolsas que cargaba en medio de la calle.

  -Perdone- me dijo una voz desde atrás. Me giré lentamente, identificando la voz al instante. Me di la vuelta completamente y le vi. No llevaba traje, ni corbata, pero era él, el maldito hombre del banco que no me dejaba dormir en paz. Iba con unos simples vaqueros, una camiseta blanca y unas deportivas del mismo color.

  -¿Está bien?- me dijo cuando notó cómo lo miraba fijamente. Asentí dándome cuenta que no me había reconocido. Era normal, hoy estaba peinada, aseada, vestida decentemente y sin aliento a muerto. Prácticamente era otra persona.

  -¿Puedo ayudarla señorita?- repitió ahora enseñando la misma sonrisa que días antes me había dado. No le contesté, me di la vuelta y salí corriendo calle abajo, olvidando completamente las bolsas de la compra, que aún seguían junto a ese hombre.

Genial, veinte euros tirados a la basura. Refunfuñando seguí corriendo, mientras oía cómo sus pasos retumbaban detrás de mí.

  -¡Pare, por favor!- suplicó él, me daba igual si se cansaba, no iba a parar- ¿Por qué corre?

¿Que por qué corría? Porque no le quería ni ver en pintura, porque no me quería quedar sin casa, porque no quería perder mi vida.

Cuando justamente iba a cruzar la carretera que me separaba de mi edificio, una mano tiró de mi brazo y me hizo caer hacia atrás. Afortunadamente caí en algo realmente blando, abrí los ojos que hasta ahora había cerrado, y me encontré con otros, de un color verdoso que me atraían intensamente.

Sacudí la cabeza al darme cuenta de quién era el propietario de esos hermosos ojos. Me levanté rápidamente, sacudiéndome la suciedad de mi ropa que había cogido del suelo.

  -¿Por qué has hecho eso?- le espeté mientras veía cómo se levantaba difícilmente.

  -¿Preferías ser atropeyada?- me contestó ahora sin esa sonrisa que ya era costumbre en él- Solo tienes que decir gracias, no cuesta tanto.

  -¿Yo? ¿Gracias por qué?- dije soltando una risa sarcástica- ¿Por ser la razón de mis pesadillas? ¿Por querer echarme de mi casa? ¿Por intentar arruinar la poca vida que tengo?

  -¿De qué hablas?- dijo con el ceño fruncido mientras me miraba extrañado.

  -¿Sigues sin reconocerme?- puse una mano en mi cintura y le miré con una ceja levantada.

  -¿Es que acaso te conozco?

  -Claro que sí- dije sonriendo de medio lado- Soy la chica del quinto.

  -¿Qué?- dijo todavía sin comprender.

  -Esa del pijama de ositos, la de las ojeras por los suelos, la de los pelos de bruja... ¿Te suena?- y es que es verdad señores y señoras, mi pijama es de ositos, y bien calentito y cómodo que es.

  -¡Ah sí!- dijo soltando una carcajada al acordarse.

  -Buena, ya está bien, ¿no?- le miré enarcando una ceja y él dejó de reír.

  -¿Enserio eres la misma chica?- asentí sin sonrisa alguna en mi cara mientras miraba a la calle, comprobando que no pasaba ningún coche.

  -¡Hey! ¿A dónde vas?- me preguntó cuando me vio cruzar la carretera, directa al portal de mi edificio.

  -Lejos de ti- contesté antes de cerrar la puerta detrás de mí y subir los cinco pisos que me separaban de mi casa.

Al entrar miré por la ventana y vi como el hombre se daba la vuelta y caminaba por la calle, cogió mis bolsas de la compra y se metió un coche que allí se encontraba.

Me quedé con la boca abierta, ¿Se había quedado con mi comida? Sí, se había quedado con toda mi comida.

¿Ahora yo que hacía? Nada, no podía hacer nada, solo irme a la cama y descansar, lamentablemente con el estómago vacío.

Caminaba de un lado a otro, hace un rato había visto cómo el coche negro aparcaba delante de mi ventana de nuevo. Apenas eran las nueve, ¿quién madrugaba tanto solo para venir aquí? Era obvia la respuesta: mi peor pesadilla.

Esperaba impaciente a que el timbre sonara, avisándome que solo una simple puerta de madera me separaba de él, de mi final.

Algunos pensarán que exagero, mentira. Tenía todo el derecho del mundo a estar así, ¡me iban a quitar mi casa! ¡Mi preciada y querida casa!

Los golpes en la puerta que hacía rato que esperaba, se hicieron notar, sacándome de mi horrible ensoñación.

Temblando me acerqué a ella, y mirando por la mirilla divisé al hombre. Igual qu hace unos cuantos días vestía de gala, solo que hoy traía con él algo completamente diferente a un maletín.

De sus manos colgaban las bolsas de plástico llenas de comida del supemercado que ayer "accidentalmente" me dejé en medio de la calle. Sonreí mientras una nueva alegría me recorría, ¡mis veinte euros no habían sido desperdiciados!

No sabía si abrirle la puerta o no, si lo hacía le estaría dando una clara invitación a mi casa; pero por otra parte, si no lo hacía me quedaría sin comida, llevándosela toda para él...

Muchas preguntas y ninguna solución.

¿Alegría? No entra en mi vocabulario.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora