Prologue

993 122 151
                                    


Era una insulsa noche de verano y el Campamento Mestizo estaba de luto. Hacía relativamente poco había sido difundida la noticia de una tragedia junto con la de la suspensión de las actividades restantes del día por su causa, de modo que los campistas optaron por refugiarse en sus respectivas cabañas, embargados en el silencio del respeto y el pesar.

A excepción de dos.

Ellos eran los más afectados por la noticia y los únicos testigos vivos de lo sucedido, sin contar a la rehén que llevaron consigo y de quien más adelante volveremos a tomar palabra. Eran quienes estaban tan acabados que pensaban, como recurso desesperado, que el talento musical que corría por sus venas podría ayudar de algún modo.

A uno de ellos se lo conocía bien. La cabaña siete le tenía alta estima como líder y el resto de campistas como sanador. No obstante, todo rastro de lo que alguna vez se consideró a sí mismo se estaba disolviendo en la oscuridad. Deambulaba sin rumbo por los campos solitarios, con la cabeza gacha, el peso de una guitarra en la espalda y las manos colgando laxas a sus costados. Desaguaba lágrimas a medida que era consumido por el dolor de su corazón. Tan solo había una cosa que lo mantenía cuerdo, de momento, y es el otro muchacho que habríamos de mencionar.

A este lo conocían pocos, aunque dentro de esos pocos estaban los más destacables. El campamento lo recibió en el peor momento posible y nada provechoso pudieron obtener el uno con el otro como impresión inicial. Sus dedos, hábiles pero entumecidos por la aflicción, se afanaban en tocar el piano en la sala de música, poseídos por la melodía Nuvole Bianche, de Ludovico Einaudi, uno de sus compositores contemporáneos favoritos. Conservaba los párpados cerrados mientras sus lágrimas goteaban sobre el teclado sin cadencia.

Nadie entendería a simple vista la escena que se estaba desarrollando, y para suerte de los mortales, ninguno tuvo que hacerlo.

El pianista estaba evocando su dolor para vaciarlo a través de la música, transfiriéndolo a todo aquel que estuviese lo suficientemente cerca para escucharlo. Pudo haberlo compartido en lugar de transferirlo, pero esa no era la medida que requería con la rehén sentada en una silla plástica a sus espaldas, a quien mantenían incapacitada con ataduras mágicas invisibles que el chico podía controlar a su voluntad con el dije del collar que colgaba de su cuello, cortesía de la capitana de la cabaña de Hécate.

Era supuesto que ella estaba allí para ser curada de la influencia de Mania, la diosa de la locura, con la música del chico, del mismo modo que curó a otro dios con anterioridad. Pero el chico se dio cuenta de que la mujer no precisaba ese tipo de ayuda. Haciendo acopio de sus novicias habilidades para observar más allá de lo observable por la visión humana, encontró un secreto, que hizo que sus dedos saltaran a las teclas erróneas por la perplejidad, exterminando la melodía.

Así es, estos chicos no eran personas comunes y corrientes, eran semidioses, producto de un dios griego y un humano. Nada más ni nada menos que parte de los numerosos hijos de Apolo, dios del sol, el arco y flechas, la música, la medicina, la profecía, entre otros atributos con menor renombre.

El muchacho abrió los ojos, cerrando la tapa del piano con dedos temblorosos. Respiró hondo y se giró en la banqueta para enfrentar a la mujer, a quien ahora veía de forma completamente distinta. El dije mágico de cristal le golpeó la clavícula por encima de su camiseta y emitió un destello verdoso.

¿La confrontaría directamente? No. Necesitaba que ella sola se dejara en evidencia y para eso necesitaba ser paciente.

Ella se veía tan desecha que incluso él mismo se sorprendió. A cada parpadeo le brotaban más lágrimas, y cada cierto número de lágrimas venía acompañada con un sollozo que le sacudía la caja torácica. El cuerpo entero le temblaba mientras trataba de contenerse.

Trace your song  [Rebellious gods' rise #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora