-Por fin llegas Mariam- me decía el profesor.
-Lo siento- había llegado 5 minutos tarde a la toma de muestras de ADN.
-Siéntate en la camilla- me indicó la enfermera. Ataron un torniquete alrededor de mi brazo y me introdujeron cuidadosamente un catéter en la vena del antebrazo izquierdo. Aunque la enfermera trataba de que fuera lo más rápido y menos doloroso posible, no lo lograba. Dolía hasta el alma, calaba hasta los huesos, más cuando jalaban el embolo de la jeringa para hacer que la sangre se quedara dentro de la misma. Fue una muestra pequeña la que tomaron. Con un hisopo tomaron mi saliva y la pusieron en una bolsa.
-Eso fue todo, gracias Mariam, puedes retirarte- dijo el profesor.
-Desayuna un jugo y una galleta para que no te afecte la muestra de sangre. Fue muy poca pero por las dudas, come eso- dijo la enfermera.
-Sí, gracias, lo haré- salí de la enfermería y me dirigí a la tiendita de la escuela. Compre el jugo y la galleta, los guardé en mi mochila y me dirigí al salón. –¿Puedo pasar?- le pregunte a la maestra de inglés. No, demonios. No me iba a dejar pasar.
-¿Por qué llego a esta hora?- pregunto la maestra desde su escritorio.
-Porque tenía que hacer unas cosas antes de llegar al salón.
-¿Qué clase de cosas?
-Una muestra de sangre y saliva para la maestra Beatriz.
-¿Cómo puede ser para ella si ya no viene?
-Es un asunto privado, ¿me deja pasar?
-Más bien ¿nos deja pasar?- Israel preguntaba a mis espaldas. Genial, lo que me faltaba.
-Usted ¿por qué llego tarde si siempre es puntual?
-Porque se me hizo tarde- lo dijo en un tono de obviedad.
-¿Nos va a dejar pasar?- le pregunte, por tercera vez en menos de 5 minutos.
-No, ambos se quedan fuera de mi clase- lo sabía.
-Pero maestra, es injusto.
-He dicho.
-Vámonos Mariam, no le podremos ganar. Además es solo una falta, no nos afecta- dijo Israel volteando a ver a la maestra con rabia en la mirada. Se dio vuelta y camino hacia las escaleras, lo seguí porque no me quedaría ahí afuera del salón a esperar a que la clase se acabara.
-Israel ¿quieres entrar a la clase? Puedo hacer que nos dejen entrar.
-No, la verdad es que no tengo ganas. Si tú quieres ir, ve y pelea que te dejen entrar, yo me quedare aquí afuera- caminamos con dirección al patio de abajo.
-Está bien ¿quieres compañía?- sería mejor que me quedara ahí afuera para que pudiera desayunar y no sentirme mal el resto del día.
-¿Por qué ayer no querías hablarme y hoy quieres estar conmigo?- voltee a verlo. ¿Qué podía responderle? Piensa Mariam, piensa. -¿Esto se va a hacer una costumbre?
-¿Qué cosa?
-Que no respondas a mis preguntas, que no me hables.
-No.
-¿Entonces?
-Okey, ahorita me quede por varias cosas. Uno, la profesora de inglés no me quiere y obviamente no me va a dejar pasar. Dos, porque tengo que desayunar. Si entro al salón, ella no me va a dejar comer. Tres, tampoco quiero entrar.
-Y ayer ¿por qué no querías hablarme?
-Porque se lo prometí a Daniela.
-¿Qué? ¿Por qué hacen eso?
-Larga historia. No quiero hablar de eso- nos sentamos en las bancas que están antes de llegar a las escaleras que conducen al patio de abajo.
-¿Y sobre Beatriz?
-Menos.
-Sólo quiero saber porque me pediste aquel día que te sacara de su cubículo.
-Porque estaba histérica. Ella decía que soy su hija Samanta, pero no lo soy.
-¿Por qué decía eso?
-Otra larga historia.
-Ten confianza en mí- voltee a verlo a los ojos. Él hizo una sonrisa de lado. Regrese mi vista hacia el frente. Los recuerdos de ese día llegaron a mí como una tormenta.
-Se supone que perdió a su hija en el hospital, nació muerta. Por lo que entendí ese bebé nació el mismo día que yo y en el mismo hospital. Ella cree que hubo un intercambio de bebes y que soy su hija. Hoy tomaron muestras de mi ADN para comprobar si efectivamente lo soy o no.
-Por eso llegaste tarde a la clase.
-Exactamente.
-¿Cuándo tendrán los resultados?
-Dentro de un mes creo.
-¿Hay posibilidades de que tú seas su hija?
-No, no lo creo.
-Pregunte las posibilidades- rodee los ojos.
-Hay un 90 por ciento de que no lo sea y un 10 por ciento de que lo sea.
-¿Así de segura?
-Así de segura- mi estómago empezó a rugir. –Tengo hambre, si no te importa, voy a desayunar.
-Adelante- saqué el jugo y la galleta, empecé a comerlos.
-¿Gustas?- le ofrecí, sería de mala educación no hacerlo.
-No gracias, estoy bien- asentí con la cabeza, tenía la boca llena. Deje mi jugo de lado y termine de comer la galleta. Me puse de pie para sacudir las pequeñas morusas de la galleta que estaban encima de mi falda. Me volví a sentar. ¿Qué íbamos a hacer durante dos horas?
-¿Ahora qué hacemos?- él volteo a verme. Acerco su mano a mi boca.
-Espera, tienes galleta aquí- rozó la comisura de mis labios.
-Gracias- él asintió.
-Ven, vámonos.
-¿A dónde?
-No lo sé pero vámonos. No tenemos dos horas de inglés y si quieres, podemos llegar hasta después del receso- lo miré con los ojos abiertos.
-No podemos irnos ¿por dónde saldremos?
-Por la puerta de atrás. ¿Vienes?
-Es que... Nunca me he saltado las clases. Perderemos la hora de tutorías.
-Qué más da, en esa clase no enseñan nada, además es buen momento para que suceda tu primera salida de la escuela en hora clase. Vamos, no seas aguafiestas. Te divertirás- me sonrió. Tal vez sería buena idea ir con él. ¿Qué más podría hacer? Me aburriría en la secundaria sola.
-Está bien, solo si prometes que volveremos antes de la clase de español- era la que nos tocaba después del receso. Una sonrisa se le formo en la cara y los ojos se le iluminaron.
-Sí, vámonos- agarré mi mochila y él la suya. Caminamos hacia la puerta de atrás, donde está el estacionamiento de los maestros. Al llegar me tomo de la mano.
-A las tres corremos juntos hacia afuera- asentí
-Uno.
-Dos- dije mecánicamente. Él volteo a verme y asintió.
-Tres- apretó mi mano ycorrió lo más rápido posible. Lo seguí, haciendo lo mismo. Reí sin saber el porqué. Seguimos corriendo tomados de las manos por un rato. ¿A dónde vamos? Pensaba con curiosidad.