Capítulo III

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Inuyasha escuchó las palabras de su novia. Ella estaba dispuesta a dar su vida a cambio de la de él. Cayó en cuenta de que todas aquellas palabras ofensivas de ella no habían sido más que un escudo de protección para él. Se sintió un completo idiota por dudar de ese amor que era lo más importante en su vida. Respiró profundo y se apresuró para encontrar una salida de ese lugar oscuro y húmedo. Saldría de ahí, enfrentaría a la sombra, tomaría a su mujer amada, la defendería y la sostendría con amor hasta el final. Se lo juró a sí mismo.

—Me parece interesante —comentó la sombra con su voz macabra—. Dime más.

La chica sonrió.

— Me convertiré en sacerdotisa y ganaré todas las almas que quieras —ofreció Kikyo—. Te reconoceré como mi autoridad y obedeceré en cualquier cosa que pidas. Mi vida estará a tu entera disposición.

Ella lanzó una sonrisa de lado mientras colocaba su mano sobre la guadaña que llevaba aún puesta en su cuello. Miró a su oponente de forma burlona, pero manteniendo aquella frialdad tan característica de sus ojos. Tenía a la sombra atrapada en su juego.

—Me agrada que pienses de esa manera, Kikyo —rió el perseguidor—. ¿Realmente eres humana?

—Ya deberías saberlo, Naraku —respondió con sorna.

El espíritu levantó su rostro en una carcajada maléfica y la débil luz del sol de mediodía cayó sobre él, dejando ver a un muchacho pálido de ojos negros, cabello un tanto largo y negro y un destello de ira en esa mirada que, solamente para Kikyo, desbordaba un sentimiento indescifrable.

—Otros espíritus pudieron haberte descubierto, pero he sido precisamente yo quien te halló —rió Naraku—. Deberías considerarte afortunada.

— El hecho de que seas menos agresivo no quita que seas mucho más estricto. Al menos no estás haciendo un escándalo —apretó sus labios en una fina línea—. ¿Qué debería hacer? ¿Debería agradecerte por arruinarme la diversión? De todos modos, mi destino sigue siendo convertirme en una sacerdotisa, ¿no? 

Naraku paró de reír y miró a Kikyo desaprobatoriamente. Estaba furioso. Nunca nadie había tenido el atrevimiento de engañarlo a él, de desafiar su autoridad de un modo tan sutil, pero ella era distinta. Por esa razón quería un propósito diferente para su alma, aunque le repugnara que ella fuera de ese modo. ¿Por qué Kikyo no podía ser igual de obediente que los otros sacerdotes de la familia?

—Realmente me has decepcionado, Kikyo —él hizo chasquear su lengua—. Eres una sacerdotisa, una mujer especial. ¡¿Cómo pudiste involucrarte con un humano?! ¡Se supone que tu trabajo es redimir a las almas, no seducirlas!

Sabías que no podían estar juntos —se recriminó ella a sí misma—, sabías que si se enamoraban, alguno de los dos tendría que morir.

—Yo mismo impondré tu castigo, Kikyo —amenazó Naraku furioso—. Has traicionado mi confianza y la de todo nuestro clan... ¡Mientras nosotros pensamos que te entrenabas como sacerdotisa, lo que hacías era salir a escondidas con un humano! Toda tu vida delante del clan fue una farsa —espetó con rabia contenida—. Pero ellos no se enterarán de esto —se detuvo por un momento y continuó—. Nunca volverás a tener contacto con ningún humano. No podrás volver a la Tierra nunca más. Yo no dejaré que eso suceda. Te espera un castigo, Kikyo. Pagarás con lágrimas de sangre este terrible pecado.

Dicho esto, el rostro de Naraku se hundió nuevamente en la oscuridad de su capucha y sus ojos lanzaron una mirada de ira total mezclada con una profunda decepción.

Sueños que son amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora