Tormenta

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Qué bonito es el atardecer, el sol se pone en el horizonte y los últimos rayos de luz iluminan el cielo de colores cálidos y el viento es tan agradable... Diría eso en un día normal fuera de la ciudad, e incluso en la ciudad; pero no ahora, el viento sopla con fuerza y parece querer llevarse cualquier alma perdida de esta jungla, selva o como quieran llamarlo. Las nubes son cada vez más oscuras y a lo lejos se ven los relámpagos anunciando una tormenta, y no una cualquiera, siento que pronto presenciaremos un diluvio, bueno, tal vez no tanto, pero tal parece que la naturaleza es más expresiva en este lugar que en la ciudad.

—Debemos buscar un refugio pronto —dijo Nicolás apresurando el paso.

—Me sorprende que tengas tanto ánimo —le digo—. Pensé que te costaría más moverte.

—Créeme que me cuesta —me dice mirándome de costado—, si hubieran conseguido una imitación de liana más resistente...

—Perdón... —dice Alejandra desde atrás—. No sabía que esas enredaderas se rompían tan fácilmente.

—No sé por qué dejé que lo descubrieran conmigo.

—¡Hey! —les detengo al ver unas hojas bastante grandes de una planta de poca altura—. ¿Y si usamos esas hojas para cubrirnos?

—Parece buena idea —dice Alejandra buscando el tallo para llevarse una—. Son difíciles de agarrar, tienen como pelitos o espinitas.

—Ten, usa esto para limpiarla —dice Nicolás alcanzándole una piedra aplanada.

—¿Y ahora dónde nos esconderemos? —les pregunto mientras corto mi propia hoja.

—No tengo idea —dice Nicolás—, estaba esperando encontrar algo como una cueva, pero ni rastros de algo parecido.

El estruendo de los relámpagos es cada vez más fuerte, y el viento sopla con fuerza sobre la copa de todos los árboles, balanceándolos en la misma dirección. No tardamos mucho en sentir las primeras gotas cayendo sobre nosotros, resbalando por todas las hojas de las copas de los arboles más altos, y a los pocos minutos la lluvia es intensa, y el sonido que provoca es suficiente para ahogar nuestras voces.

—¡CORRAN! —nos dice Nicolás corriendo con su amplia hoja sobre su cabeza. la situación para nosotros es la misma, usando estas hojas como paraguas, pero no sirve de mucho, parece que nos lloviera de todas direcciones.

—¿QUÉ? —grita Alejandra corriendo a nuestro lado.

—¡QUÉ CORRAN!

Es bastante obvio que estamos corriendo, no creo que alguno de nosotros necesitara de una invitación para saberlo, pero es lo que siempre ocurre, ¿No? decir algo obvio en la situación más obvia, o por lo menos a nosotros siempre nos ocurre.

El suelo se está volviendo lodoso en algunas partes donde hay más tierra y menos hierba, para nuestra suerte no son muchos, tantas plantas de todo tipo parecen ser una especie de esponja natural, aunque el agua se estanque de todas formas en algunas partes. Es difícil correr sin meter el pie en algún charco, hasta es complicado tratar de pronunciar una palabra con tanto viento, y no es broma, creo que me tragué algo hace rato por intentarlo, espero que no haya sido un insecto.

No hay mucho camino para elegir, cada vez nos metemos a lugares más complicados y cada instante nos cuesta más avanzar, tenemos que dar zancadas amplias para pasar por algunos lados y tanta maleza nos dificulta siquiera caminar, dejamos de correr para intentar avanzar de cualquier forma; cada poco nos topamos con paredes de vegetación que no podemos cruzar y debemos improvisar un nuevo camino en cada paso, con la torrencial lluvia sobre nosotros es difícil pensar un buen plan; creo que incluso hemos regresado por el mismo camino más de un par de veces, pero no estoy seguro, mi vista está más concentrada en ver donde piso que por donde avanzamos.

—CREO QUE ES POR AQUÍ... —dijo Nicolás cuando por fin salimos de tanta vegetación para llegar a un lugar más descampado, no mucho, pero por lo menos ya podemos caminar con más ritmo.

Hay palmeras bastante altas con nidos de horneros en las cimas y también está llena de huecos en el suelo que ya están repletos de agua, aquí si es imposible caminar sin meter el pie en alguno de estos charcos, la hierba es bastante alta por este lado, casi nos llega a la cintura, pero es una buena forma de usarla para tratar de pasar sin caer en tantos huecos, las pisamos de costado para doblarlas y usarlas como un piso improvisado, pero algunas no son lo suficientemente fuertes y terminan cediendo al pisarlas.

—¿Por qué vinimos por aquí? —dice Alejandra intentando levantarse de su última caída.

—¿QUÉ? —responde Nicolás que está un poco alejado, la verdad es que todos estamos un poco alejados, creo que cada uno tomó su propio camino.

—NADA...

Llegamos hasta el otro extremo de aquel lugar descampado, no era bastante grande y del otro lado hay más jungla esperándonos; pero notamos que justo a un lado hay una especie de sendero, parece que alguien cortó parte de la vegetación para hacerse paso, y si alguien pasó por ahí, entonces puede que lleguemos a algún lugar que nos sirva de refugio.

—¡HEY! —les digo desde mi lado— ¡VAMOS POR ESTE LADO...!

Entramos por aquel pequeño camino, sentimos que la lluvia no es tan fuerte de este lado, de cierta forma las copas de los altos arboles amortiguan la lluvia, aunque aún nos caen los restos a nosotros, que aun portamos nuestras hojas, un tanto rotas y dobladas que ya no sirven de mucho.

Ya se hizo de noche, y la lluvia pasó a ser unas cuantas gotas cayendo, o tal vez sea lo que quedó en las hojas de estos árboles. Todo está muy oscuro y no se ve nada, y eso es absolutamente nada, siento la mano de Alejandra agarrándome la ropa por la espalda, o por lo menos espero que sea ella, no estoy para historias de fantasmas en estos momentos.

—¿Alejandra? —le pregunto por si acaso, sólo para sacarme la duda.

—¿Si? —me responde detrás de mí.

—No, nada —le digo con un suspiro de alivio—, sólo quería saber si eras tú quien me agarraba jaja.

—No te estoy agarrando...

—¡¿Qué?! —siento que se me puso la piel de gallina.

—Lo siento, soy yo —escucho de la voz de Nicolás—, es que no veo nada.

—¿Y tú qué haces ahí atrás? —le digo con los nervios de punta— ¿No estabas adelante?

—Sí, pero te digo que no veo nada.

Luego de caminar otra hora más llegamos hasta un pequeño riachuelo, el lugar era un poco más despejado; a pocos metros de donde estábamos había varias rocas de gran tamaño y varias piedras alrededor, los escasos rayos de luna que asomaban ocasionalmente entre las nubes iluminaban vagamente los alrededores.

—¿Y si pasamos la noche aquí? —dice Alejandra—. Ya no aguanto los pies, y no creo que encontremos otro lugar para pasar la noche.

—Creo que será lo mejor —digo sentándome en la primera piedra que encuentro.

—Espero que al amanecer encontremos algo para comer —dice Nicolás echándose en una de las rocas más grandes—. Por lo menos tu coco nos sirvió para pasar la tarde.

—No me lo recuerdes...

—¿Por qué te pones así? —me pregunta Alejandra—. Si estuvo muy rico.

—Eso fue lo peor —le digo recordando a mi amigo, el coco.

No tenemos idea de la hora, diría que no es muy tarde, o tal vez si, el tiempo puede pasar de formas extrañas cuando te pierdes, de cualquier forma, estamos lo suficientemente cansados para sólo pensar en, dormir.

Perdidos en la Amazonía #EscribeloYa #EdicionAventuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora