Lo que creímos que sería otro viaje más entre amigos para alejarnos de la ciudad y sentir la naturaleza, terminó convirtiéndose en nuestra más grande aventura en un hábitat diferente al que crecimos, la basta jungla y los inmensos ríos de la Amazoní...
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—¡Qué calor que hace! —dijo Alejandra ventilándose con las manos.
—No te quejes de eso, a mí los mosquitos me están comiendo vivo... —dijo Nicolás—. ¿Qué tu no los sientes?
—Sentí unos cuantos, pero no es para tanto, creo que exageras mucho Nicolás.
—Supongo que cuando me dejen sin sangre te buscarán y a ver si entonces dices lo mismo.
—Jajaja creo que viste muchas pelis de terror ¿No?
—No las suficientes para prepararme para este lugar.
—¿De qué hablas? Si aquí es más tranquilo que la ciudad, hay aire puro, la naturaleza nos sonríe.
—Pues que sonrisa más... siniestra.
—Deja de quejarte, más bien... ¿De dónde sacamos frutas?
—No estoy seguro, estos árboles son muy altos, y no creo que podamos encontrar por este lado, tenemos que ir a un lugar más despejado.
—¡Qué! ¿Quieres alejarte más? Nos perderemos.
—Ya escuchaste a Jorge, sólo tenemos que ir al este para volver.
—El este es muy poco preciso, no me fio de eso.
—Ya sé, dejaremos un rastro para volver, así no nos perderemos.
—No sé por qué esa historia se me hace tan familiar... ¿Qué es ese ruido? —dijo Alejandra al escuchar un sonido extraño.
—Ha de ser un ave o algo, hay muchos animales en este sitio sabes.
—Ja, ja, me refiero a que si es uno peligroso.
—No creo, si nos fueran a atacar no creo que se anuncien primero. Y... ¿Qué pasó con la señorita amante de la naturaleza? Ya no te parece todo color de rosa ¿No?
—¿Sabes que hay una gran diferencia entre gusto y fanatismo?
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—Jajaja como quieras, mira creo que hay un pasó por ahí, tal vez alguien pasa por esta parte, mejor vamos.