Sin fuego

22 0 0
                                    

—Ya se tardaron mucho ¿No? —dijo Verónica.

—Tienes razón —dijo Jorge mirando el camino por el que Nicolás y Alejandra habían entrado—. Mejor hacemos la fogata para que se guíen de regreso.

—Yo consigo los troncos —dijo Sebastián que estaba jugando con sus pies en el río.

—Primero consigan algo como paja o sino hojas secas para encender el fuego —dijo Jorge mientras acomodaba unas piedras en círculo.

—¿Y de dónde sacamos eso?

—Seguro en tu cabeza tienes suficiente para hacernos una buena fogata —dijo Verónica en un tono burlón.

—Ya estás de nuevo, luego yo quiero llevarme bien contigo.

—Ya, lo siento, sólo fue una broma...

—Miren ahí... —dijo Jorge señalando a unos metros de donde estaban—. ¿Esas son hojas de plátano?

—¡Si! Y están secas —dijo Verónica—. ¿Crees que esto sirva?

—Sí, están perfectas. Tráiganlas a este lado.

—Qué suerte tuvimos, creí que tardaríamos más en encontrar hojas secas —dijo Sebastián arrastrando sus hojas de plátano, que son bastante anchas y grandes.

—De todas formas, necesitaremos algo más para mantener el fuego, estas hojas se consumen rápido —dijo Jorge—. Debe haber algo más que nos pueda ayudar.

—Un momento... —dijo Verónica deteniéndose— ¿De dónde salieron estas hojas?

—¿De un árbol...? —dijo Sebastián.

—¡No! Me refiero a cómo llegaron hasta aquí.

—Tienes razón —dijo Jorge dejando caer sus hojas y caminando nuevamente hacia donde estaban las demás hojas—. Debe haber un árbol de plátanos por aquí.

—¿Es ese? —dijo Verónica señalando a un árbol que tenía más forma de palmera, y con un gran racimo de plátanos que colgaba de un lado de la copa.

—¡Si! ¡Es ese! Jajaja sólo teníamos que caminar unos metros más y ya teníamos comida... —dijo Jorge.

—¿Entonces enviamos a Nicolás y Alejandra en vano?

—Tal vez regresan con carne —dijo Sebastián.

—¿Cómo regresarían con carne? —dijo Verónica—. No creo que sepan cazar ni un conejo, y no menciones tus... cajas para atrapar conejos —fulminó a Sebastián antes de que diga algo.

—Ok...

—Por lo menos si no traen nada, tendremos comida para ellos, y Jorge sabe hacer fuego, así que todo saldrá bien.

—¿Qué yo qué? —dijo Jorge.

—Que sabes hacer fuego —Verónica vio la cara de asustado de Jorge—. ¿Verdad?

—No creí haber puesto eso en mi hoja de vida.

—¡Pero tú eres el que sabe de estas cosas! Tienes que saber hacer fuego.

—Que sepa algo de mi padre no quiere decir que sea un experto en estos temas, en mi vida he hecho fuego sin un encendedor o, aunque sea fósforos.

—Tranquilos... —interrumpió Sebastián—. Déjenlo todo en mis manos.

—No me lo puedo creer —dijo Verónica tapándose la boca—. ¿Así que sabes hacer algo útil?

—¿Por qué siempre desconfías de mí?

—Es broma, es broma, vamos empieza ya.

—Está bien... tráiganme dos piedras —dijo Nicolás sentándose al lado de las hojas apiladas que habían recogido.

—Aquí están.

—Estupendo, ahora dejen que me concentre —cerró los ojos y comenzó a meditar, con las piernas cruzadas y las dos piedras en ambas manos.

—Increíble —dijo Verónica mientras admiraba por primera vez a Sebastián—. Parece todo un profesional.

—Tienes razón —dijo Jorge—, aunque en las películas no hacían tanto espectáculo antes de hacer fuego.

—Deja que se concentre, hará algo increíble.

—Estoy listo —dijo Sebastián abriendo lentamente los ojos, tenía una mirada de determinación propia de una película de artes marciales, y su objetivo eran las piedras y el fuego. Agarró ambas piedras y las acercó a las hojas, hizo como una pequeña cueva y dentro comenzó a golpearlas, las golpeó y las golpeó, pero no pasaba nada, luego las golpeó con más fuerza, y no había rastros de una sola chispa.

—Estas seguro de que sabes cómo hacer fuego ¿No? —preguntó Verónica intentando no perder la confianza que acababa de tener en Sebastián.

—Tranquila —dijo Sebastián secándose el sudor de la frente—, sólo estoy calentando las piedras —tomó aire una vez más y continuó, ahora cambió de estrategia y comenzó a frotar las piedras, pero tampoco había rastros de que fuera a salir una sola chispa—. ¡Qué raro! En las películas siempre funciona...

—No puedo creer que te haya creído —dijo Verónica—. ¡¿En qué estaba pensando?!

—Lo siento —dijo Sebastián—, creí que funcionaría.

—Mejor vamos a buscarlos nosotros mismos —dijo Jorge—, tal vez los alcancemos antes de que se alejen más.

—¿Y si aparece Miguel?

—Aquí afuera estará mejor que ellos allá adentro.

—Si no hay más remedio —dijo Verónica.

—Pero antes recojamos algunos plátanos, algo me dice que los vamos a necesitar.

Perdidos en la Amazonía #EscribeloYa #EdicionAventuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora