Por primera vez en la vida había encontrado un estacionamiento frente al apartamento de su novio y eso hizo que su ánimo se elevara. Llevaba una semana y media sin verlo y estaba muy ansiosa por hacerlo, así que tomó su bolso y, con las mariposas danzando en su estómago, bajó del auto y se dirigió a la entrada del edificio.
Ya dentro, saludó a la recepcionista, Claudia, y subió al ascensor.
Una pareja de jóvenes la acompaño en su viaje y ella no pudo evitar sonreír al notar que estos no podían evitar rozar sus manos, caderas y brazos a cada instante. Seguramente iba a ser una noche memorable para ellos. Pensó, divertida.
La pareja bajó del ascensor en el cuarto piso y antes de que las puertas se cerraran pudo ver como el joven alzaba a la rubia y la empotraba contra la pared, desesperado por tomar su boca. Sus mejillas se sonrojaron y se sintió como toda una voyeur al ver aquello.
Las puertas del ascensor volvieron a abrirse en el sexto piso, salió de él y no pudo evitar reír por lo que había pasado mientras rebuscaba las llaves del apartamento en su bolso.
Después de unos minutos sin encontrarlas, decidió tocar el timbre.
A veces le era difícil encontrar ciertas cosas en los agujeros negros de su bolso y, por lo general, las llaves solían esconderse en los rincones más remotos e infinitos de él.
En poco tiempo escuchó los pasos acercarse a la puerta y luego el sonido de los cerrojos siendo desbloqueados. Leonardo le abrió de inmediato, luego de verle por la mirilla de la puerta, y la recibió con una enorme sonrisa en el rostro.
Era tan guapo... pensó. Incluso más de lo que ya era cuando lo conoció.
El hombre era una perfecta combinación de pelo castaño oscuro, un enorme y bien formado cuerpo, ojos negros como la misma noche, rostro fino y perfilado, unas cejas que toda mujer envidiaría... y todo ello le hacía suspirar.
Sus labios le devolvieron la sonrisa y dio varios pasos al frente entrando al apartamento.
—Mi preciosa y amada Valeria —dijo él, mientras la envolvía en un cálido abrazo— Estás hermosa, como siempre —susurró en su oído.
Sus palabras devolvieron el sonrojo a sus mejillas y era intrigante para ella como, a pesar del tiempo que llevaban juntos, siempre causaba la misma reacción en su cuerpo. Para ese momento llevaban cinco años de relación, su amor seguía intacto, lo que era maravilloso ya que muchas parejas, al cabo de un año o menos, olvidan las razones por las que llegaron a amarse en primer lugar.
Pero con él, cada vez que estaba en sus brazos, la única sensación que la invadía era de estar en casa, en su verdadero hogar y ese es el mejor sentimiento que alguna vez se puede llegar a sentir.
Caminaron abrazados hasta la sala, luego hasta el comedor y, en ese momento, Valeria quedó boquiabierta al ver lo que él había preparado para ella.
¡Dios Mío! Ese había sido el misterio de su desaparición en la tarde. Pensó, recordando todas las cosas horribles que pasaron por su mente cuando al darse cuenta de que, después de una semana sin verse, él estaba evitándola justamente el día que finalmente se reunirían.
La estancia estaba preciosa. Pequeñas velas y rosas esparcidas decoraban el suelo de la habitación mientras que en la mesa sobresalía un hermoso florero repleto de una diversidad de tulipanes. Sus flores favoritas.
No era una novedad que él hiciera aquel tipo de cosas y la verdad es que nunca se cansaba de ello, al contrario, con aquellos detalles él se aseguraba de adueñarse cada vez más de su corazón.
—Leo... —las palabras se atoraron en su garganta por la emoción.
—No tienes que decir nada, mi amor. Solo disfruta.
En ese momento ella se dio la vuelta y, ya que las palabras no salían de su garganta, saltó sobre él y se adueñó completamente de su boca, aferrándose a su cuello mientras él acunaba su rostro con una de sus manos y la otra la utilizaba para sostenerle por las nalgas.
Se quedamos ahí, probando una vez más el sabor de cada uno, hasta que él se separó se ella, por tan solo unos centímetro, para hablar.
—Si seguimos así, nos vamos a saltar la cena. Y la verdad, puse mucho empeño en lo que te preparé —dijo, regalándole una sonrisa que le derritió el alma y ella se deslizó por su cuerpo hasta dejar sus pies apoyados en el suelo.
—Está bien —respondió, aunque hizo un puchero—, pero solo porque me encanta todo lo que tus manos hacen... —levantó sus cejas insinuativamente y él volvió a regalarle una de sus deslumbrantes sonrisas para luego negar, divertido.
Se sentaron uno frente al otro e inmediatamente ella vio lo que había preparado, su boca empezó a salivar. Eran unos deliciosos espaguetis carbonara, acompañados con plátano verde frito, algo que nunca podía faltar en sus comidas, debido a sus raíces dominicanas.
Valeria tomó el primer bocado y gimió de gusto cuando el sabor tocó su paladar haciendo que Leonardo levantara la mirada hacia ella de inmediato y que sus ojos brillaron, rebosantes de deseo.
Amaba provocarlo.
La cena pasó entre bromas, risas y anécdotas sobre los pasados días para terminar con un brindis propuesto por su novio.
—Por nuestro compromiso... —brindó y ella frunció el ceño, confundida.
No estaban comprometidos... Pensó pero, al comprender lo que sus palabras sugerían, sus ojos se tornaron borrosos y casi deja caer la copa de vino que sostenía, al ver como él se arrodillaba frente a ella.
—Valeria Pimentel, desde que te conocí, ese desastroso día en aquella cocina, no he hecho nada más que pensar en ti. Todas mis noches, mañanas y tardes están cargadas de pensamientos tuyos. No puedo estar ni un segundo más alejado de tus besos, de tus caricias, de tu cuerpo, de ti. Quiero que seas mía por toda la eternidad. Que seas tú lo primero que vea al despertar y lo último al irme a dormir —lamió sus labios, tomó aire y luego continuó—. Vale, mi linda Vale... ¿Quieres casarte conmigo?
Y ella que pensó que la noche memorable la tendrían los chicos del cuatro piso...
Valeria se levantó de la silla y se arrodilló con él, abrazándolo, besándolo y respondiendo que sí de mil maneras. Leonardo se levantó con ella en brazos y luego la depositó nuevamente en el suelo, para tomar su mano izquierda y poner en su dedo anular el hermoso anillo.
Ella no podía dejar de observarlo, de sonreír. Era tan precioso...
—Dios... te amo tanto, tanto —suspiró en su pecho.
Él la levantó y enredó sus piernas en su cintura mientras ella, instintivamente, empezó a moverse contra él, lo que eventualmente lo llevó a apretar su trasero y empujar su erección contra ella.
Al ver la desesperación salir a flote en Valeria, cuando llegó a romper los botones de su camisa, él se encargó de ir hasta el lugar más cercano. La sala. Terminaron ella a horcajadas en su regazo y sin ninguna prenda que pudiese intervenir en su camino mientras él deslizaba su eje en su interior, haciéndole temblar cuando estuvo tan profundamente metido en ella que fue abrumador.
Se volvieron un manojo de movimientos de caderas, empujes, sudor y gemidos.
Muchos gemidos.
El orgasmo le tomó por sorpresa segundos antes de que él la siguiera y pudiese sentir como se derramaba en su interior. Los besos no acabaron allí, sus bocas no pararon de tocarse y entre susurros, ya saciados, se encargaron de declararse una vez más lo mucho que se amábamos.
¡Había sido el mejor día de su vida!
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¡Vete A La Mierda! ©
Short StoryValeria Pimentel está recién comprometida con su novio de hace cinco años, Leonardo. Todo marcha bien hasta que unos mensajes cambian el curso de todo. [...] PROHIBIDA COPIA Y/O ADAPTACION DE ESTA OBRA #NoAlPlagio