Epílogo

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¡Es el mejor día de mi vida! Pensaba Leonardo.

Sabía que había pensado eso en varias ocasiones pero ¿el nacimiento de sus gemelos? Aquello si era una bendición. La alegría que abordaba su ser era incomparable y mucho más, cuando tenía como madre de sus pequeños a su hermosa Valeria Gallaham.

Aunque, en esos momentos, ella no estuviese siendo demasiado romántica, en realidad... justo allí, Leonardo no era su persona favorita en el mundo y no estaba viviendo un bonito mundo color de rosas, como él.

— ¡Oh por Dios! —gritó, apretando el brazo de su esposo— ¡Todo esto es tú culpa! ¿En que estabas pensando? ¿En que estaba pensando yo? —se preguntaba, en medio de su agonía.

Le dolía todo el cuerpo y justo en ese instante, sus reproches fueron interrumpidos por una nueva contracción que la dejó gritando de forma desgarradora.

El parto no estaba siendo nada fácil para ella.

—Oh, por favor... ya no puedo más... —lloró— por favor sáquenlos.

—No, señorita, ya solo te falta un solo centímetro para que puedas empezar a pujar —dijo su madre, a su lado—. Así que aguanta como la guerrera que eres.

— ¡Ven y aguanta tú este dolor que tengo! —lloró, molesta.

—Ya lo pasé, cariño —Viola le sonrió—. Sé perfectamente que ahora crees que es imposible y que no te puede doler más pero, lo vas a soportar y vas a dar a luz a estos bebés.

Una contracción más causa que ella grite y llore al mismo tiempo mientras Leonardo empezaba a sentirse peor. No le gustaba ver a su esposa sufrir de aquella manera y en cierta forma tenía razón, era su culpa, porque el día que se reconciliaron no tuvo precaución alguna y allí estaba el resultado.

Una enfermera volvió a la habitación para revisar los centímetros de Valeria y cuando terminó, llamó de inmediato al doctor que asistiría el parto. Ella al fin estaba lista.

Leonardo tomó la mano de Valeria, besó su frente y susurró en su oído.

—Sé que ahora mismo no soy la persona más grata en tu vida, pero te amo Valeria y odio que estés sufriendo tanto, más debes ser fuerte por los cuatro, porque ya no somos solo nosotros dos, de hoy en adelante seremos una familia de cuatro.

Ella lloró en silencio y empezó a pujar cuando el doctor se lo pidió, queriendo que su sufrimiento acabase, conocer a sus pequeños.

Quince minutos más tardes ella cayó agotada en la cama, cuando el último bebé salió al mundo exterior, dando su primer aliento.

Él se encargó de abrazarla, emocionado, mientras esperaba a que las enfermeras limpiasen a los bebés, les revisaran la nariz y sus signos vitales.

—Muchas gracias, amor mío —besó sus labios—. Muchas gracias por darme el mejor regalo en todo el mundo.

—Gracias a ti, mi dulce amor —dijo ella, mejor, pero cansada, acariciando el rostro de sy esposo— Gracias por darme a nuestros angelitos —le dio un beso—. Lamento todo lo que dije... es que...

—No hay nada que explicar cariño, estabas muy dolorida —dijo él.

La llegada de las enfermeras, cargando a sus preciosos niños, les interrumpió, y ellos no pudieron estar más felices de que aquello pasara.

Bellos, regordetas y, lo más importante, saludables, fueron colocados en el pecho de Valeria, donde fueron admirados por sus padres.

—Oh Dios mío... somos padres... —susurró ella, incrédula, con las lágrimas surcando sus mejillas.

—Así es, amor... —lloró Leonardo— No puedo creerlo... son perfectos.

— ¿Ya me pueden decir cómo les van a llamar? —preguntó la madre de Valeria, admirando a sus preciosos nietecillos.

Valeria y él se vieron al mismo tiempo y sonrieron.

—Sus nombres son Nate & Dayron.

Los dueños de sus corazones.


FIN

¡Vete A La Mierda! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora