Capítulo 9

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—Oh... ya estás despierta —dijo cuando volteó hacia ella.

Valeria... esa mujer era una completa desquiciada, pero la amaba. Pensó él.

Leonardo aun no tenía idea de por qué ella había escapado de él sin decir nada y dejando únicamente una romántica nota de ¡Vete a la mierda! junto a su anillo, sin embargo, había una cosa que si tenía clara y era que no iba a dejarla ir sin que antes ella le diera una explicación.

—He traído jugo de naranja y unos analgésicos —dijo—. Debes sentirte horrible.

Tomó un vaso de la bolsa que había llevado, le sirvió el jugo en él y se lo entregó junto con un analgésico que ella tomó, aunque un poco reacia.

—Ahora, ¿me podrías explicar porque te desapareces y rompes conmigo así de la nada? —Pregunto cuando ha terminado de beber todo el jugo y el analgésico.

¿De la nada, dice? Pensó ella, colérica, sin poderse creer la desfachatez de ese hombre, mientras su rostro empezaba a adoptar un tono rojo carmesí, haciéndole notar a Leonardo que la pelea estaba a punto de empezar. Estaba muy enojada.

— ¿Tú por qué crees, Leonardo? —preguntó, levantándose de la cama, aquella vez olvidando su desnudes— ¿Acaso debía quedarme con el hombre que me ha estado engañando por meses? Y quien sabe si hasta más tiempo de ahí —culminó, colocándose unas braguitas y una camisa del muy idiota pues no iba a discutir desnuda.

¿Engañando? Pensó él y no pudo evitar echarse a reir.

— ¿Ahora te ríes en mi cara, hijo de puta? —gritó, terminando de colocarse la ropa, y tirando uno de sus tacones, que encontró en el suelo, hacia él.

A pesar de ello, él no para de reir.

Jamás la engañaría. Ella es mi todo. Pensaba él mientras trataba de tranquilizar su ataque de risa y se acercaba a ella para abrazarle.

— ¿Por qué dices que te engaño, cariño? —dijo en su oído, apretándola contra él— ¿Por qué tendría yo que engañar a la mujer más maravillosa que hay en el mundo?

Aquellas palabras le hicieron mal. ¿Por qué? ¿Por qué se burlaba de ella de aquella forma? Se preguntaba, totalmente destruida.

Leonardo sintió su cuerpo temblar entre sus brazos y frunció el ceño para después caer en cuenta que ella realmente estaba llorando.

—Oye, oye ¿en serio piensas que te engaño? —preguntó y ella quiso matarlo.

—No lo pienso ¡Lo sé! ¡Lo vi! ¡Lo escuché! —gritó— ¡Lo sé de todas las maneras posibles! —siguió y logró zafarse con rabia de sus brazos.

Valeria se irguió frente a él de forma desafiante, limpiando sus lágrimas de sus mejillas con un solo rápido movimiento.

— ¿Crees que no vi los mensajes calientes que tienes con la puta de Katia? —preguntó— ¿Eh? ¿Crees que no te vi en tu maldito despacho teniendo sexo con ella? ¿Crees acaso que no sé qué tuviste sexo con ella después de ese día que estrenamos tu nueva oficina? ¡Dime! —exclamó— ¿Crees que no sé nada de eso?

Leonardo se quedó mudo ante sus declaraciones, sin entender nada de lo que ella afirmaba haber visto. Según él, no había estado con nadie... ¡Maldición!

— ¿Cuándo dices que viste eso? —preguntó.

— ¿Qué te importa cuando lo vi? —gritó ella, perdiendo la paciencia— Lo importante es que lo sé todo y tú vienes y te presentas aquí, exigiendo, como que nada ha pasado.

— ¿Cuándo lo viste, Valeria? —preguntó otra vez, queriendo la respuesta, para encontrar algo de lógica en aquello.

—La última vez que fui a tu casa —contestó ella—. Bueno, la última vez que nos vimos tú y yo en tu casa.

—Ese día no tenías mi celular, yo lo llevaba conmigo en mi bolsillo —dijo— ¿Dónde rayos viste eso?

— ¡En tu jodido celular! —¿quería verle la cara de tonta?— No me vengas con mierdas, porque lo tomaste de al lado mío cuando saliste de la habitación.

—Ese no era mi celular, Valeria. ¡Por Dios! —afirmó y exhaló— ¿Ves lo que pasa cuando no preguntas sobre las cosas?

— ¡Si era tu celular, Leonardo! —exclamó, segura de ello— ¡No me quieras ver la cara de tonta! Estoy harta de todo esto, ya.

—Ese era el celular de mi hermano —¡Jesús! Pensó, peinando su cabello, exasperado— ¿No recuerdas que te dije que iba a llevarle algo que se le había quedado? Era su celular.

¡Dios mío! Me deja por un maldito malentendido sin siquiera preguntar. Pensó sin poder creer lo absurda que se estaba tornando la situación.

—Suponiendo que te crea —dijo, aún más exasperada que él—. Suponiendo que lo que dices es cierto... entonces ¿Me dices que tampoco eras tú el que estaba teniendo sexo con una jodida puta barata que no paraba de gemir: Oh, Leo, Oh, Leo...? —interpretó aquel estúpido sonido a la perfección, tal cual lo hizo la mujerzuela con la que él estaba, y se cruzó de brazos.

¡Vete A La Mierda! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora