Capítulo 16

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Valeria no podía creer que realmente estuviese pasando mientras caminada del brazo de su padre por el pasillo que conducía al altar, emocionada al ver a Leonardo esperándola allí.

Su futuro esposo se veía maravilloso en su traje negro, con aquella flor banca en el bolsillo de su chaqueta, esperando a que ella llegase a su lado.

—Hija —dijo su padre, casi cuando llegaban al tramo final—, no podría estar más orgulloso de ti y del buen hombre que has elegido, estoy feliz de que al fin vayan a ser marido y mujer —rio un poco antes de continuar—. Al fin de cuentas mi retiro sirvió para encontrarte marido —culminó, divertido.

Los ojos de Valeria se tornaron borrosos al escuchar las palabras de su padre pero volvió a sonreír, al escuchar la última parte.

Era cierto, quizás jamás hubiese podido conocer a Leonardo de no haber sido por el retiro de su padre, ya que Leonardo fundó su propio restaurante tan solo unos meses después de que ella tomara el mando y si su padre no se hubiese retirado, Valeria habría vuelto a República Dominicana como lo había estado planeando desde hacían meses.

No le dio más vueltas al asunto pues llegaron al altar y ella le dedicó una radiante sonrisa al amor de su vida.

—Aunque sé que no es necesario decirlo —se dirigió a Leonardo, antes de entregarle a él—, espero cuides muy bien de mi princesa.

—Por supuesto que lo hare Sr. Pimentel —le respondió su nuero, solemne, para luego tomar la mano de su amada—. La cuidaré y trataré como la reina que es.

Su padre estuvo satisfecho y, luego de darle unas palmadas en la espalda, se alejó, sentándose al lado de la madre de Valeria, que no paraba de llorar de la emoción.

Ella apretó fuertemente la mano de su casi esposo y de ahí en adelante se dedicaron a escuchar atentamente las palabras del padre que auspiciaba su boda.

—Sean todos bienvenidos a la ceremonia de unión del señor Gallaham y la señorita Pimentel —inició.

Todos aplaudieron y, a su izquierda, su hermana no paraba de elevar sus cejas como loca, diciendo silenciosamente señora Gallaham.

Es tan chistosa. Pensó, divertida.

El padre se encarga de recitar una oración para bendecir la unión que se llevaba a cabo en aquel hermoso lugar y luego llegó el momento de que ambos dijesen sus votos matrimoniales.

—Ahora los novios leerán sus votos.

Valeria tomó la mano izquierda de Leonardo y comenzó.

—Te acepto a ti, Leonardo Gallaham, para que seas mi esposo para toda la vida, para disfrutar de los buenos y de los malos momentos a tu lado, para estar ahí siempre que lo necesites, para ser aquella columna que te sostenga cuando no tengas fuerzas. No dudaré de ti mientras vida tenga, haré todo lo posible para hacerte tan feliz como tú me haces a mí. Yo te acepto —terminó de deslizar la sortija en el dedo anular de su mano izquierda.

—Te acepto a ti, mi dulce Valeria, para que seas mi esposa por toda la vida, para disfrutar de los buenos y malos momentos, para estar ahí cuando lo necesites, para hacerte sonreír cuando creas que no hay razón. Para hacer de las cosas imposibles, posibles, y prometo que jamás te fallaré, porque tú eres todo lo que necesito para vivir. Yo te acepto —deslizó la sortija.

Se miraron el uno al otro, perdiéndose en las profundidades de sus almas, felices e incrédulos de que su sueño al fin era real.

—Puede besar a la novia —dijo el padre y Leonardo no se contuvo.

La tomo, cargándola mientras le daba un beso de ensueño, al tiempo que los presentes se levantaban de sus asientos, aplaudiendo a los recién casados.

Al separarse y volverse hacia ellos, el padre los anuncia.

— ¡Les presento al señor y la señora Gallaham! —exclamó y el jolgorio se elevó.

Bajaron del altar tomados de la mano y allí todos les recibieron, abrazándoles y llenándoles de buenos deseos. 

¡Vete A La Mierda! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora