Capítulo 8

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¡Maldición! —gruñó ella, mirando a todos lados, buscando el escape perfecto.

Definitivamente no se encontraba en condiciones para enfrentar a ese idiota.

Tomó su rumbo hacia la derecha y empezó a avanzar rápidamente, alejándose de él, con el corazón acelerado. En un momento miró por el rabillo de su ojo y se dio cuenta de que él la había notado y empezaba casi a correr detrás de ella.

Logró salir del bar a duras penas pero aun así no pudo lograr evitarlo pues, unos diez pasos más adelante, Leonardo la atrapó.

— ¿Podrías dejar de huir? —preguntó sujetándola en sus brazos.

— ¿Por qué? —preguntó, intentando salir de su agarre— Sii tú no te hasss privado de focharte a esa puuuta —balbuceó Valeria.

— ¿De qué rayos hablas, Valeria? —Leonardo frunció el ceño— He estado preocupado por ti todo este tiempo —exclamó y ella se enfureció por aquella mentira—. Dejaste tu anillo de compromiso con una romántica nota que decía: Vete a la mierda; desapareciste y no respondiste mis llamadas o mensajes —siguió, aun sujetándola—. Nadie me quiso decir dónde estabas, tu hermana y tu madre casi me muelen a golpes y no sé una mierda del por qué —continuó, frustrado—. No supe nada de ti hasta que recordé la aplicación de ubicación que tenemos conectada por seguridad.

— ¿Me rassstreeasstee? —exclamó, indignada, arrastrando las palabras ya que su lengua había empezado a volverse pesada.

Esto es el colmo. Pensó.

— ¿Qué más podía hacer cuando mi prometida me deja sin ninguna explicación? —la alzó en brazos y caminó con ella echada en sus hombros, cual si fuera un saco de patatas, hacia las habitaciones.

Valeria quería matarlo.

— ¡Suéltame! —trató de zafarse de él, sin importarle si caía al suelo y se lastimaba, pero su cuerpo se está volviendo bastante pesado— No voy a ningún lado contigo.

—Si lo harás y me vas a explicar, que mierda te pasa —replicó él, sin detenerse.

Todo el camino forcejeó contra él pero le fue imposible liberarse y todavía con ella cargada, él abrió la puerta al llegar a la habitación, para luego entrar en ella.

Se encargó de encender las luces y ella tuvo que cerrar mis ojos por la incomodidad que aquella claridad le causó. Oh wau... mi cabeza.

Leonardo la dejó recostada en la cama pero ella se levantó de inmediato, tambaleándose, tratando de pegarle pues, sinceramente, ya había aguantado demasiado.

Ese cabrón, es un hipócrita ¿Qué hace aquí? Debería estar disfrutando con su Katia. No paraba de pensar.

— ¿Para quee rayossss me traesss aquí? —lo empujó— ¿No deberías estar en mejor compañía? —siguió.

— No entiendo de que hablas, pero mañana, cuando estés sobria, me tendrás que explicar que rayos fue lo que hice para que tú me abandonaras sin decir ni una sola palabra.

Oh, el muy maldito se hará el tonto... Pensó y estuvo a punto de contestarle justo eso cuando sintió su estómago revolverse.

— Oh, Oh... —es lo único que logró decir antes de vaciar su estoma sobre Leonardo.


[...]


Estaba hecha un desastre, todo su cuerpo dolía y su cabeza estaba a punto de estallar. ¿A caso bebí tanto anoche? Se preguntaba. Y lo más importante... ¿Qué había pasado la noche anterior?

Su cabeza martilleó cuando intentó recordar lo pasado, recibiendo pequeños flashes de sus momentos en la discoteca junto Albert, bailando con él, bebiendo a su lado y él, besándola...

Dioses...

Se sentó en la cama y, de inmediato, una ráfaga de frío le atravesó, recorriendo su espina dorsal. Sus pezones endurecidos y lo helado que sintió su cuerpo le hicieron que notara su desnudes.

Para más inri aquella habitación en la que estaba no le pertenecía, había estado durmiendo en una pequeña villa y recordando el beso que Albert le dio, pensó que había dormido con él.

Dios mío... ¿qué he hecho? Pensó, agarrando su cabeza con ambas manos, mortificada porque fuera con él. ¡Era su mejor amigo! Se escandalizó.

Por un tiempo se quedó allí, pensando en toda la mierda que le había estado sucediendo en aquellos días. Primero su relación con Leonardo se iba al caño por una infidelidad suya y ¿allí también dañaría su amistad con Albert después de una noche de borrachera?

Tenía muchas ganas de llorar, con el alcohol fuera de su sistema, todos los sucesos le cayeron encima y se sentía como una tonta por haber escapado hasta allí para olvidar.

La puerta de la habitación se abrió y ella tenía miedo de levantar la cabeza y ver a su amigo entrar allí, confirmando que habían pasado la noche, juntos. Aun así levantó su rostro en dirección a la entrada, aterrada, aferrando sus sabanas en su pecho, sin embargo, nada le preparó para lo que vio.

¡Jodida mierda! Pensó, reconociendo de inmediato aquella figura, aunque aún no había visto su rostro pues estaba oculto detrás de una enorme bolsa de comida.

Valeria quiso morir en el instante que él individuo las quitó de su rostro, porque aun reconociendo aquel cuerpo, deseó con todas sus fuerzas estar equivocada, que fuera alguien más, hasta el mismísimo Albert, pero no él.

Leonardo, quien había destrozado su corazón de una y mil maneras.

Dios mío, por favor... que no hayamos tenido sexo. Rezaba en su mente, asqueada de solo pensar en ello. 

¡Vete A La Mierda! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora