Capítulo 12 "Baltazar, el niño"

51 1 0
                                    

Siendo ya más grande, lo suficiente para realizar trámites y poseer carnet de conducir, fuimos con dos amigos a un campo que pertenecía a mi padre, ubicado en una zona montañosa declarada reserva natural, llevábamos materiales para la construcción...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Siendo ya más grande, lo suficiente para realizar trámites y poseer carnet de conducir, fuimos con dos amigos a un campo que pertenecía a mi padre, ubicado en una zona montañosa declarada reserva natural, llevábamos materiales para la construcción de una ampliación sobre una vivienda de madera, a la que los vientos parecían tirar cada vez que soplaban. "Necesitamos afirmar esas paredes", decía mi padre.

Llegamos en la tarde, luego de tres horas de viaje, y tapados de tierra. Preparamos colchones y camas, nos bañamos esperando que se hiciera la hora de dormir. La casa contaba con el sistema de energía solar, por lo que se nos hizo muy tarde jugando a las cartas.

Para nuestra mala suerte el albañil que tenía la obra se había acostado temprano, aún era de día, cuando desapareció de la sala. Por lo que en la mañana, aún no asomaba el sol, golpeó a nuestra puerta diciendo: -¡Arriba!

Trabajamos ayudando al albañil durante casi todo el día, parando solo unos minutos al mediodía para comer algo rápido, estábamos almorzando aún, nuestros platos tenían más de la mitad, cuando vimos que se levantaba de la mesa con su plato vacío en la mano y sin terminar de masticar nos dijo: -Seguimos que se nos va el día, y casi no ha rendido nada.

Sé que no éramos de lo mejor, pero tampoco de lo peor, de igual manera al menos matemáticamente ocho brazos eran mejor que dos. Nos levantamos medio rezongando por lo bajo, sacudimos las migas pegadas en nuestros pantalones y no nos quedó otra que ponernos manos a la obra, así que continuamos nuestra ayuda. Estábamos muy entretenidos armando alambres y demás, ya hasta olvidado el evento del mediodía, podría llegar a decirse ya teníamos ritmo, escuchábamos música, y hasta cantábamos algunos temas, cuando se acercó diciendo muy seco: "Seguiremos mañana". Eran recién las seis de la tarde, dejamos caer las

herramientas en el lugar en que estábamos, como marcando el sitio de inicio para la mañana siguiente, nos golpeamos unos a otros para sacudir el polvo que nuestra ropa tenía. Lavamos nuestras manos, y cara.

Calentamos agua para tomar unos mates, muy deseosos de probar un pancito casero, que gentilmente nos había traído de regalo una señora, que vivía en una casa muy cerca a la casa de mi padre, dentro del mismo campo. Cuando digo cerca, me refiero a cerca en este tipo de distancia, nadie en una ciudad te lleva de regalo pan a cinco km de distancia.

La casa había sido construida a las orillas del cauce de un río que parecía seco, este desaparecía justo antes de llegar a casa en las arenas y volvía a renacer más adelante, luego de varios kilómetros. Río bramante, arrastraba rocas del tamaño de autos en épocas de lluvia. Rodeada

de montañas, no muy altas, formadas de piedras rojas, y de vegetación baja, realmente esta formación era un tipo cañón, por lo que las montañas no eran más que la depresión del nivel del suelo.

El nacimiento del río se encontraba en el mismo campo, surgía de entre las piedras, desde el corazón de una alta montaña, a los que como hijos a su madre se agregaban más vertientes en el largo camino. El inicio de este cañón brindaba junto al río una hermosa cascada, formando

Entre cuervos y palomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora