Capítulo 5 "Juramento"

25 1 0
                                    

Di tres golpes a la puerta, con un hierro que colgaba sobre ella cumpliendo con su función

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Di tres golpes a la puerta, con un hierro que colgaba sobre ella cumpliendo con su función. Luego de unos segundos y un chirrido, esta se abrió. Del otro lado la anfitriona y dueña, Isabel. Estaba vestida con una túnica de lino blanco, que era enlazada en la cintura por un cinto rojo, y sus pies se encontraban sin sentir frío desnudos. Nos miró directo a nuestras pupilas, con esa imagen dulce que otorgaba su cabello banco y de voz suave. Diciendo: -Justo a tiempo, chicos, ni antes ni después. 

Hizo una ademán con su mano derecha indicando el camino. –Vengan, pasen, sean bienvenidos. Ni Yeye ni yo pronunciamos palabra alguna, solo ingresamos.

-Esperen aquí en la sala, regreso al instante. Nos dijo Isabel, a lo que solo asentimos con nuestras cabezas, la sala era la misma del día anterior, sus leños quemaban chispeantes. Quedamos en calma y solos, el ambiente estaba sumergido en un silencio tan profundo que podía llegar a oírse los murmullos de nuestra piel al erizarse. No quisimos sentarnos, nuestras palpitaciones eran aceleradas, nuestras manos unas contra otras húmedamente apretadas, solo nuestro dedo pulgar se movía en caricia.

Una cerradura retumbó, como si se golpeara el fondo de una pileta, se abrió una puerta que daba hacia el pasillo llena de unos símbolos tallados que no comprendía, era una persona masculina, de tamaño mediano y escaso cabello. Su vestimenta era la misma que envestía Isabel, solo que este tenía en su cintura un cinto más y de color violeta que se entrelazaba al rojo. Venía directamente hacia nosotros, sus ojos eran profundos, y su tez de un blanco muy pálido, casi de aspecto enfermo. Cargaba en su mano izquierda y sujeta por unas cadenas un recipiente muy similar a una hoya, colgaba y giraba mientras la balanceaba en movimiento pendular, algo venía encendido en su interior, ya que por los orificios ubicados en su parte superior dejaba escapar una clase de humo. Pasó muy cerca de nosotros, llegamos a sentir su

aroma a sándalo. Ni siquiera nos miró, fue directamente hasta el fondo de la sala, se detuvo, quedó parado ahí por unos segundos, se giró sobre sus talones desnudos, a la mejor forma militar, volvió hasta el fondo del pasillo, se detuvo frente a la puerta de la que había salido hacía pocos segundos, repitiendo su acto, otra vez giró sobre sus talones y se dirigió hasta el fondo de la sala nuevamente. Repitió este procedimiento varias veces, iba y venía, se deslizaba como si de una sombra se tratase. Flotó por el pasillo hasta que al fin se detuvo, lo hizo frente a un cuadro y quedó inmóvil, inclinando su cabeza como en redención, entrelazaba sus dedos como en rezo, quedando el recipiente muy cerca de sus pies, y agotando la llama de su interior. El cuadro al que parecía adorar estaba hecho en relieve, de color dorado su aspecto metálico opaco, poseía una imagen que había llamado mi atención ya desde el día anterior, ya que se

trataba de un águila con dos cabezas, sus alas al máximo extendidas y abiertas y en su garra derecha tenía algo como una pluma y un compás, o algo similar, esto no llegaba a apreciarlo bien desde mi posición. Mientras este extraño individuo quedaba inmóvil ahí, nosotros podíamos ya oír el latido de nuestros corazones. Había una dimensión de conciencia que podía sentirse en la piel. Nos sentíamos extraños, pero la intriga era por demás mayor, por lo que aún no estaba en nuestros planes irnos, no podíamos retirarnos sin siquiera ver el campo de batalla.

Entre cuervos y palomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora