Secretos

214 22 10
                                    

Cuando era pequeña, mi padre solía quedarse en casa para arreglar cualquier desperfecto. Así cubría que no tenia trabajo, ya sea por que lo habían despedido o por que él renunciaba. Por eso mi madre tuvo que entrar a trabajar y dejarnos solos la mayor parte del tiempo.

A veces mi madre llegaba tan tarde de trabajar que no la escuchábamos entrar a casa. Eso le dio tiempo a mi padre a poder especular sobre lo que ella hacia para ganarse el pan que traía a casa y reclamarle cada que podía. 
Él siempre estaba en busca de trabajo cuando no estaba en casa. Salía y caminaba por horas hasta que regresaba con la mirada más cansada de lo que recuerdo alguna vez.

Nuestra casa era pequeña. Con solo dos habitaciones y un pequeño estudio convertido en una pequeña habitación, la cocina más pequeña de lo que pudieras imaginar, por que apenas pasan dos personas por el mismo pasillo y sin espacio para tener una mesa.

Mi infancia careció de todo, amor atención, dinero y tiempo. Yo siempre tuve que cuidar a mis hermanos menores, ser la mamá que no tenían. Yo sólo tenia ocho años cuando empecé a hacerlo por mi cuenta.

Mi hermano menor tenia unos seis años, y estaba en la misma primaria que yo, mientras que mi hermana menor, que en ese tiempo tendria unos cinco años, se quedaba con una señora que la cuidaba hasta que yo llegaba por ella, después de la escuela.

Cuando cumplí 9 años mi mamá quedó embarazada por cuarta vez.  Ellos estaban preocupados, por que las malas rachas seguían y no podían parar. Así que tuvimos que apretar todo.

A los 10 años, mi padre me empezó a odiar. Y yo me odio a mi misma todo el tiempo. Nunca me podrá perdonar, y ciertamente yo menos lo podría hacer.

Tragedias pasan todos los días, pero nunca piensas que te pueden pasar a ti. Cosas que son inimaginables, cosas que solo vemos pasar en las noticias, tan lejos y tan imposibles.
Hasta que te pasan a ti.

*******

Edgar me llevó a casa después de las 11 de la noche, aun que primero pasamos por Samantha a casa de Iván. Él no puso resistencia al entregarme a mi niña junto con las llaves de mi apartamento, y su actitud había cambiado por completo. Ya estaba más tranquilo y sin esa cara de asesino que se cargaba al inicio de la noche. De hecho, había cambiado totalmente, se volvió hermético por completo, como si tuviera una máscara para disimular algo.

Antes de que nos fuéramos, le di las gracias, las  buenas noches y lo miré por ultima vez antes de regresar a casa. Mentiría si dijera que no me preocupa, pero no puedo evitar hacerlo.

En cuanto llegamos a mi departamento, Edgar me espera en la sala, mientras que yo acuesto a mi hija en su cuna. Está sentado, viendo cómo le susurro a mi niña, como todas las noches, que la amo con toda mi alma.

— Eres espectacular.— dice de pronto, por lo que volteo a verlo.— nunca había conocido a una mamá que estuviera así con su hija, y que a pesar de estar sola con ella, no se le caiga el mundo.

— Muchas gracias, solo hago lo que puedo.— respondo un poco avergonzada por sus halagos. — Yo decidí ser mamá así y tengo que afrontar la responsabilidad.

Una vez que Sammy está dormida, voy a la sala. Me siento al lado de Edgar quien me toma la mano de nuevo y luego la besa.

— Me gustas, Jimena.— dice viéndome a los ojos.

Y sé que sigue. Me va a besar, lo veo en sus ojos, por la manera en la que ve mis labios. Lo sé por esa sensación de proximidad, por ese pequeño fuego artificial de anticipación que se forma en la boca de mi estómago. Siento su aliento en mi rostro, y es cálido, casi reconfortante.

Un amor para JimenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora