¡Ya nació!

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Me desperté a las nueve de la mañana. Ayer nos habíamos quedado hasta la una de la madrugada hablando, le pregunté de su vida, su niñez, de su primer amor. Fue cuando él se encerró en sus pensamientos. Supe que algo pasaba, tenía gesto intranquilo y estaba distante.
Se sentía extraño. Cuando estaba por quedarme dormida, sentí que su mano acarició la cara de manera delicada; sus dedos trazaron mis cejas y mis labios. Creo que suspiré. Tal vez pude haber soñado, o sólo fueron los ganas de que eso fuera.

Cuando abrí los ojos, él no estaba. Pero mi ropa yacía acomodada en la cómoda junto a la cama y también estaban mis zapatos, todo listo para que yo me cambiara.

Me puse mis pantuflas, y salí a ver si él estaba en casa. A la mitad de camino, un dolor me atravesó desde la cadera hasta la columna. Me tomé de un estante cercano, y traté de tomar aire. Poco a poco se fue quitando, pero seguía una molestia.

Caminé y no encontré a nadie, sólo había un vaso en la mesa y su chaqueta ya no estaba, por lo que entré al baño, y vi que había agua caliente. Decidí tomarme un baño, a las 11 del día, tendría la cita con mi ginecólogo.

Me desvestí, me lavé los dientes y después me puse sus sandalias de baño. Abrí el agua caliente, luego el agua fría y la templé; me quedé un poco más en en agua, antes de tomar el shampoo y lavarme el cabello.

Tomé su toalla y después salí. Me cambié de ropa, pero ese dolor me vino de nuevo. Traté de mantenerme sostenida a la cama, pero no pude. El dolor hizo que mi cuerpo cedieran y caí de rodillas lentamente. Con una mano, me tomé mi barriga, la que se estiraba de una manera impresionante.

Trataba de tomar aire, pero no podía. El dolor era horrible. Volvió a pasar, me puse los zapatos y caminé hasta la sala, para poder sentarme un momento. El dolor volvió y esta vez fue más rápido.

¿Por qué? Sólo tenía ocho meses de embarazo, no podía ser posible.

Pasaron los minutos, no podía moverme de donde yo estaba en el suelo, ahora recargada en la cama y sentada en el suelo. Fue el tiempo más largo de mi vida, hasta que milagrosamente escuché la voz de Iván.

- ¡Jimena!...- dijo en voz alta, y yo estaba por contestar pero llegó de nuevo el dolor y no pude evitar gritar.

- ¡¡¡Ivaaaann!!!- dije con un grito ronco de dolor. Mi estómago se estiraba cada vez más y yo estaba muriendo del maldito dolor.

Cuando él llegó y me vio en el suelo, juro que vi como el color se fue de su cuerpo.

- ¡¡Dios mio, Jimena!! ¡¿Qué está pasando?!- dijo y trató de levantarme. Pero los dolores eran más constantes ahora. No pude levantarme.

- Ya va a nacer, habla a una ambulancia por favor... - logré decir y él se quedo estático .- Iván, por favor... Hay una maleta en mi cuarto, tiene todo...- el dolor pasó por mi cuerpo e Iván recobró la cordura, al pasar el dolor, él ya estaba atento. - está en la cuna. También están los papeles del médico y una agenda.

- Yo voy, yo voy...

Cuando salió el dolor regresó de nuevo, y creí que podía desmayarme. Luché un poco más para que todo saliera bien, para estar consiente. No escuché cuando Iván regresó, pero lo vi a mi lado, tomando mi rostro. Cuando enfoqué su mirada, lo vi preocupado y la brisa cálida que entró de la ventana, hizo darme cuenta de que estaba mojada.

Había un líquido amarillento, que afortunadamente no era pipí y también había sangre. Había roto fuente. El bebé debía nacer ya.

Me asuste asusté mucho, no supe que hacer, solo me puse a llorar. - Iván, por favor... Solo llévame al hospital más cercano. Por favor...

Un amor para JimenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora